Andrés de Betsaida en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Andrés en el resumen de Gregorio de Tours (VIII)

Sigue un nuevo capítulo (c. 19) que lleva un epígrafe doble: “Muerte de una serpiente y resurrección de un difunto”. Son, en efecto, los dos sucesos protagonizados por Andrés cuando todavía permanecía el eco de la actitud esquiva del procónsul Virino. La mujer del procónsul será precisamente la que resucitará a la víctima de la serpiente. El nuevo relato comienza con la presentación de un adolescente que ya vivía con Andrés. Hizo proselitismo con su madre a la que suplicó que se pusiera en contacto con el Apóstol. La mujer se postró a los pies de Andrés manifestando el deseo de escuchar la palabra de Dios.

Satisfecha en el objeto de sus ruegos, pidió al Apóstol que acudiera con ella a su campo, donde había una serpiente de extraordinario tamaño que tenía atemorizada a toda la región. Cuando la serpiente notó la cercanía de Andrés, lanzó unos grandes silbidos, levantó la cabeza y salió a su encuentro. Era un reptil terrorífico, de cincuenta codos de largo, tan temible que todos los presentes cayeron a tierra dominados por el terror. El hombre de Dios se enfrentó con el monstruo y le dirigió una orden tajante: “Esconde, ser funesto, esa cabeza que levantaste en los principios para perdición del género humano, humíllate ante los siervos de Dios y muere”. La serpiente emitió un enorme rugido, se enroscó en el tronco de una encina, vomitó un río de veneno mezclado con sangre y expiró. El autor del apócrifo reconocía en aquel animal la presencia de la serpiente del paraíso terrenal, la que había seducido a los primeros padres de la humanidad según el texto bíblico.

Andrés fue con la mujer hasta un lugar de su finca, donde yacía muerto un niño que había sido abatido por la serpiente. Cuando vio a los padres del muerto que lloraban desconsolados, los reanimó anunciándoles que Dios quería su salvación y que por eso lo había enviado a ellos para comunicarles la fe. Como prueba, les comunicó que el asesino de su hijo yacía muerto. Los padres del niño manifestaron el alivio que sentían al saber que su hijo había sido vengado. Fue entonces cuando el Apóstol ordenó a la mujer del procónsul que resucitara al niño. Ella no dudó un instante, sino que se acercó al cadáver y dijo: “En el nombre de mi Dios Jesucristo, levántate sano”. Al momento se levantó. Los padres, que regresaban contentos porque habían visto muerta a la serpiente, al ver a su hijo resucitado, se postraron a los pies del Apóstol dándole gracias.

El capítulo 20 de la obra de Gregorio narra unos hechos que suceden “la noche siguiente”, se supone que después de la muerte de la serpiente y la resurrección de su víctima. El tenor del relato se aparta claramente del estilo corriente de las escuetas narraciones de milagros. El título del capítulo anuncia que se trata del anuncio del martirio del apóstol Andrés. Va a tratar en efecto "Sobre la pasión del bienaventurado Andrérs". Como no podía ser de otra manera, el vaticinio fue el objeto de una visión, que el Apóstol comunicó a los hermanos. Una visión que ofrece numerosos detalles que recuerdan el pasaje de la transfiguración de Jesús ante sus discípulos más íntimos. Cuenta Andrés de un monte alto, que se elevaba por encima de cualquier altura de la tierra. Brotaba de él una luz que iluminaba al mundo entero. Monte alto y luz son las dos circunstancias más destacadas en los textos evangélicos sobre la transfiguración. Aparecen aquí, además, dos de los actores de aquel acontecimiento, Pedro y Juan. Este último es el que ejerce un especial protagonismo en la escena. Extiende su mano y levanta a Pedro hasta la cima del monte mientras invitaba a Andrés a que subiera con ellos. Fue también él quien pronunció el anuncio solemne: “Andrés, tú beberás el cáliz de Pedro”.

La tradición de los Hechos de Pedro recogía el dato de que Pedro había muerto crucificado. Los detalles pueden verse en HchPe 37-39, entre los fragmentos del apócrifo conservados en griego. La muerte de Andrés representaba una clara analogía con la de su hermano Pedro. Pero Juan siguió hablando a Andrés intimándole a que ambos unieran sus manos y juntaran sus cabezas. El gesto puso de manifiesto que Andrés era más bajo que Juan (breuior esse Iohanni). Es curiosa la expresión de ciertos detalles relativos al aspecto físico de los protagoonistas de los HchaP. Era un aspecto concreto que formaba parte del conocimiento de los protagonistas de la predicación del Evangelio. Sin embargo, dentro de la menor estatura de Andrés se ha querido ver una visión figurada de la cruz a la que pronto habría de unirse. En efecto, Juan pregunta a Andrés si quiere conocer el sentido de la imagen que está viendo. Ante su respuesta obviamente afirmativa, Juan añade: “Yo soy la palabra de la cruz en la que estarás colgado muy pronto por el nombre de aquel a quien predicas”.

Juan dijo otras muchas cosas que por ahora debían quedar ocultas hasta que Andrés fuera inmolado. Entretanto, Andrés rogaba por los que habían recibido la palabra para que Cristo los custodiara íntegros en su doctrina. Pues él, como el autor de la 2 Tim 4,6, barrunta que su disolución está próxima y que se acerca ya a la promesa que le ha hecho el rey de cielos y tierra. El anuncio sembró la desolación entre los hermanos, que lloraban y golpeaban sus rostros. Andrés los consoló con la promesa de sus oraciones y su intercesión para que la semilla que había sembrado entre ellos se mantuviera sana al abrigo de cualquier enemigo sembrador de cizaña.

El relato abunda en oraciones con mayor amplitud que en otros pasajes del “resumen” de Gregorio. Y cuando los presentes respondieron a su oraciones con el “Amén”, Andrés tomó pan y pronunciando la acción de gracias lo partió y lo repartió a todos diciendo: “Recibid la gracia que por mi medio os entrega Cristo nuestro Dios”. Y después de besar a todos y encomendarlos al Señor, marchó a Tesalónica, donde permaneció dos días predicando.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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