Flavio Josefo, figura capital para la comprensión del Jesús histórico (III) (400-3)


Hoy escribe Antonio Piñero

Hoy trataremos del entorno histórico y político de la vida y obra de Josefo


La vida de Josefo, incluso sus tranquilos años de Roma, está marcada y transida por la situación de Israel/Palestina antes y después de la fatídica guerra del 66-70. En realidad Israel había dejado de ser una entidad independiente desde que Pompeyo, en el 63 a.C., entró en Jerusalén e intervino en las disputas entre los dos últimos reyes de la dinastía asmonea: los hermanos Aristóbulo II e Hircano II. Pompeyo arbitró en pro de Hircano y lo restituyó como sumo sacerdote, pero disminuyó su poder político.

A decir verdad, desde esos momentos Judea dejó de ser un reino autónomo para convertirse en protectorado más o menos oficial de los romanos. En el 58 a. C. Israel fue dividido en cinco circunscripciones territoriales, gobernadas por un synedrion o consejo (el “Sanedrín”), bajo la mirada vigilante de Roma. Desde este momento también no dejaron de recorrer el territorio israelita, con uno u otro motivo, contingen¬tes diversos de tropas romanas.

Durante el reinado de Herodes el Grande (37 a.C.-4 a.C.) hubo una independencia ilusoria, pues tal reinado fue ante todo un acto continuo de seguimiento de la política de Roma en el Mediterráneo oriental. Los romanos confirmaron a Herodes como gobernante sobre Israel porque vieron en él a un hombre fuerte, capaz de mantener el orden y, al mismo tiempo, leal y dependiente al Imperio.

Durante el largo reinado de Herodes el pueblo judío comenzó ya a sentirse descontento. Este monarca fue considerado por lo general un tirano, a pesar de sus esfuerzos por ganarse la simpatía del pueblo. La conducta general del rey y de su corte hería la sensibilidad religiosa de los judíos; la total identificación de Herodes con la ideología de los romanos, hasta el punto de aceptar el culto al Emperador y levantar un templo al menos en su honor, en la ciudad de Cesarea Marítima por él fundada, sirvió para ensanchar la brecha entre el rey y su pueblo, nacionalista y muy religioso, y para que creciera en éste el deseo de encontrar gobernantes más de acuerdo con sus ideas religiosas tradicionales.

A la muerte del rey Herodes, el país fue dividido por Roma en dos partes, regidas por hijos de aquél. En Galilea gobernó como tetrarca Herodes Antipas, y en Judea, Arquelao.

El pueblo se hartó del talante tiránico de este último; entonces, tras varios “tira y afloja”, los judíos acabaron enviando una embajada a Roma que impetró y logró su destitución. Se decía que la mano de Livia, mujer de Augusto, estaba detrás de este acto, pues no le gustaba nada el talante los judíos y el que desearan ser diferentes en casi todo. Judea pasó entonces a ser provincia romana. Pero el beneficio de verse liberada de un despótico gobierno contenía también un regalo envenenado. El Imperio era una inmensa máquina de cobrar impuestos, y la nueva disposición política, ser una provincia del Imperio, suponía pagar nuevos impuestos..., y esto requería un censo general, pues éste era para Roma el único modo de saber a quién se debía cobrar.

El censo (6 d.C.) fue considerado un insulto y una grave ofensa para una nación propiedad de Yahvé y, en concreto en Galilea, hubo una rebelión, incitada por un fariseo llamado Sadoc y un civil, Judas el galileo, que levantaron al pueblo en armas. Obsérvese que el censo obligaba a pagar sólo a Judea..., pero quienes se levantaron contra él, por motivos religiosos, eran los galileos.

Naturalmente el levantamiento no duró mucho y el primer prefecto enviado por Roma, Coponio, lo ahogó en sangre. Pero la ideología religiosa de estos dos personajes, una excrescencia del fariseísmo, o bien un fariseísmo extremo cuyo lema era “No podemos soportar que nadie nos gobierne, sino nuestro único Señor, el Dios de Israel”, fue el germen del futuro partido de los “celotas” (celadores, o cumplidores estrictos de la ley de Moisés), que se constituirían como tal en torno al 60 d.C. y que darían mucho que hablar política y socialmente, pues con su nacionalismo llevaron al país a la catástrofe.

Según el mismo Josefo (Antigüedades 13,171-173), estos celotas –quienes, como afirmamos, sólo poco antes del inicio de la Gran Guerra contra Roma, no antes, serían un partido formal— suspiraban por la liberación nacional. La libertad respecto a un poder extranjero era no sólo un deseo político, sino un principio religioso, pues sostenían que la sumisión a un poder foráneo idólatra (en Israel, los romanos) era la peor transgresión religiosa posible. Los romanos no permitían el cumplimiento íntegro de la Ley de Moisés y además se habían adueñado de la tierra de Yahvé. Así como no podía existir compromiso alguno con la idolatría, tampoco podía haberlo con el gobierno de los romanos usurpadores. Los celotas creían que debían apresurar la venida del Reino de Dios por medio de acciones humanas (violentas, por lo general), pues estaban convencidos de que la divinidad –una vez que ellos hubieran mostrado su buena voluntad de ser plenos súbditos de Yahvé comenzando la lucha armada- les ayudaría a intentar imponer su Reinado.

Las consecuencias prácticas de estas ideas, en las que la religión iba indisolublemente unida con la política, fueron que una parte de la población, pequeña pero activa, lanzó continuas incitaciones a la rebelión, exhortó al sacrificio de la propia vida por lograr este ideal de libertad (eso significa “tomar (aceptar) o cargar con la cruz”, pues éste era el castigo de Roma si los aprehendían, e intimidó, si se podía, a todos aquellos que no estuvieran de acuerdo con este ideario religioso-político.

El próximo domingo concluiremos este apartado.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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