Flavio Josefo, figura capital para la comprensión del Jesús histórico. Panorama histórico del tiempo en el que vivió el escritor (IV) (400-04 )


Hoy escribe Antonio Piñero


A pesar de los negros nubarrones de nacionalismo y fanatismo entre los amantes de Israel en aquella época, durante los sesenta años anteriores al inicio de la Guerra, y en términos generales, los romanos dejaron a las instituciones judías una autonomía amplia: el Sanedrín seguía funcionando como autoridad suprema respecto al culto en el Templo y en los casos graves de derecho, excepto el ius gladii, o condena a muerte, y las autoridades locales judías, controladas por el Sanedrín, continuaron a cargo de la jurisdicción civil.

En Israel/Palestina había una superestructura, fundamentalmente sacerdotes, saduceos y ricos comerciantes, que sacaban partido económico y social de la dominación de Roma. Pero tanto la fuerza de la religión como el peso de los impuestos sobre la gente común, más el continuo paso de tropas romanas por el país y mil pequeños incidentes con los “invasores” enrarecieron el ambiente e hicieron que paulatinamente se fueran creando las circunstancias aptas para un levantamiento general.

Los enfrentamientos más graves entre Roma y los judíos se sucedieron a partir de la procuraduría de Poncio Pilato (26-36 d.C.): en varias ocasiones opuso éste las tropas a manifestaciones del pueblo que protestaban por sus decisiones. Más tarde, con el emperador Gayo (Calígula, 37-41), a punto estuvo de declararse la guerra, pues el Emperador insistía en que una estatua suya fuera entronizada en el templo de Jerusalén. Sólo la muerte de Calígula solucionó el conflicto.

Del 41 al 44 reinó en toda Palestina Agripa I, amigo que fue de Claudio y de Calígula. Su reinado fue muy considerado con la religión judía, por lo que el pueblo se apaciguó. Desgraciadamente en la primavera del 44 murió, y Palestina se convirtió de nuevo en provincia romana.

Los procuradores/prefectos romanos que se sucedieron desde el 44 al 66 fueron un desastre, pues, según Josefo y el historiador romano Tácito, mostraban más interés por enrique¬cerse que por gobernar honesta y eficazmente. Félix (52-60) comenzó su administración con buenos deseos, pero durante su gobierno los luchadores por la libertad (celotas) tuvieron suficientes pretextos para intensificar sus actividades. Fue como una espiral, pues Félix hubo de ejecutar a muchos de ellos, incluido a un grupo numeroso que, tras las profecías de un judío egipcio, se congregaron para ver cómo las murallas de Jerusalén iban a derrumbarse con sólo su soplo.

La temperatura mesiánica y las ansias de liberación eran enormes entre el pueblo llano. Un salmo, espurio, atribuido a Salomón y compuesto probablemente antes del siglo I de nuestra era, hace decir a los fieles la siguiente oración, válida también para estos años:

“Mira al pueblo, Señor, y suscítales un rey, un hijo de David,/ en el momento que tú elijas, oh Dios, para que reine en Israel tu siervo./ Rodéale de fuerza, para quebrantar a los príncipes injustos, / para purificar a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola,/ para expulsar de tu heredad a los pecadores con tu justa sabiduría,/ para quebrar el orgullo del pecador como vaso de alfarero,/ para machacar con vara de hierro todo su ser,/ para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca, / para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia/ y para dejar convictos a los pecadores con el testimonio de sus corazones” (Salmos de Salomón 17, 21-25).


Esta terrible oración da idea de los ánimos de muchos judíos respecto a los romanos y cuán cargado de negras nubes se presentaba el horizonte. Lo que significaba normalmente en Israel/Palestina ser hijo de David lo sabemos por cómo parafrasea el anónimo traductor del Génesis al arameo del capítulo 49,11-12. El texto de este pasaje “mesiánico” reza así:

“No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas. hasta tanto que se le traiga el tributo y a quien rindan homenaje las naciones; el que ata a la vid su borriquillo y a la cepa el pollino de su asna; lava en vino su vestimenta, y en sangre de uvas su sayo; el de los ojos encandilados de vino, el de los dientes blancos de leche”.


Y he aquí la paráfrasis del traductor al arameo (los judíos corrientes no sabían hebreo en época de Jesús; el hebreo era sólo la lengua culta de escribas y rabinos para discutir sobre las Escrituras) que creemos más o menos contemporánea a Jesús:

Cuán hermoso es el Rey Mesías que ha de surgir de entre los de la casa de Judá. Ciñe los lomos y sale a la guerra contra los enemigos y mata a reyes con príncipes. Enrojece los montes con la sangre de sus muertos y blanquea los collados con la grasa de sus guerreros. Sus vestidos están envueltos en sangre: se parece al que pisa racimos.


Esta es la pintura del primer momento de la acción guerrera del Mesías. En el verso siguiente el "meturgeman", o traductor-parafraseador, describe el segundo acto: tras el advenimiento del Reino, una vez vencidos los enemigos, se instaura una era de paz y abundancia mesiánicas:

Cuán hermosos son los ojos del Rey Mesías. Como el vino puro. [para no ver con ellos las desnudeces ni el derramamiento de sangre inocente]. Sus dientes son más blancos que la leche. [Para no comer con ellos lo arrebatado y lo robado]. Se tornarán rojos los montes por las cepas y sus lagares por el vino, y blanquearán los collados por la abundancia de trigo y por los rebaños de ovejas (Texto y traducción de M. Pérez Fernández, Tradiciones mesiánicas en el Targum palestinense. Valencia 1981, 136).


Con los tres últimos procuradores antes del inicio de la rebelión contra Roma, Porcio Festo, Lucio Albino y Gesio Floro, la situación no hizo más que empeorar. Los celotas operaban ya sin obstáculos por villas y aldeas alejadas de Jerusalén o de Cesarea (la residencia del procurador), y luego la capital misma comenzó a volverse una ciudad insegura. Con Floro, finalmente, el pueblo se hartó y se hizo pública la guerra entre Roma y la nación judía.

Este ambiente social y político enrarecido, en el que se unían sin separación posible política, religión y ansias de mejoras sociales y económicas, es el que le tocó vivir a Josefo y el que moldeó directa o indirectamente toda su obra: no sólo la Guerra de los judíos, por supuesto, sino también las restantes, motivadas para explicar a los gentiles –resentidos tras los acontecimientos de la Gran Revuelta-- quiénes eran los judíos, o defenderlos de acrecentados ataques después de lo que había ocurrido.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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