Crítica a “El proyecto mesiánico de Pablo”, de Senén Vidal (y III) (128-03)


Hoy escribe Antonio Piñero


Concluyo hoy la reseña a la obra sobre el proyecto de Pablo de Senén Vidal.

Por último, expusimos en nuestro comentario al libro anterior de Vidal, cómo me parecía imposible que Jesús, como fiel judío hasta el final de su vida, hubiera podido entender la eucaristía tal como la comprende Pablo. Y dijimos que –fuera de todo comentario lingüístico y aparte de la imposibilidad para un judío de beber sangre, ni aun simbólicamente- si el Jesús judío, que tres días antes había entrado como mesías regio en Jerusalén y había “purificado el Templo”, convencido de su valor de mediación ante Dios, hubiera instituido la eucaristía del como la entiende Pablo, habría hecho explotar de inmediato toda su religión judía, tan patente en el evangelio.

En efecto, hemos sostenido que Jesús, instituyendo la Eucaristía como sostiene Pablo, el primero cronológicamente, habría roto con nociones fundamentales de su religión como: el valor mediador del Templo ante Dios; el valor del sacerdocio derivado de Aarón; el valor de los ‘sacramentos’ de expiación del judaísmo; y el valor de la alianza establecida por Dios en el Sinaí, reemplazada por otra nueva, que no es la “nueva” del profeta Jeremías (la antigua, pero renovada), sino otra radicalmente novedosa.

Todo ello habría hecho del Jesús histórico de facto el fundador de un nuevo culto y de una nueva religión, cosa que jamás fue a tenor de lo que piensa un inmenso número de investigadores de todo tipo de adscripción confesional o no.

Parte de mi argumentación al respecto está ligada a la idea de que la comunidad judeocristiana de Jerusalén (descrita por los Hechos de los apóstoles y que según la hipótesis de Vidal tiene que ser necesariamente la transmisora de la tradición sobre la Eucaristía”, ya que sólo los apóstoles estaban presentes), los primerísimos seguidores de Jesús, no conocía la institución de la Eucaristía como la describen Pablo y Marcos. He argumentado que la frase “fracción del pan” no significa en los Hechos de los apóstoles –aparte desde luego del testimonio claro de la Didaché- la eucaristía marcana/lucana y paulina.

El contraargumento de Senén Vidal -y de algunos lectores de este blog- es que tratándose de la misma obra Evangelio-Hechos, la “fracción del pan” significa sin más y automáticamente la “Eucaristía” al modo paulino…, ¡en la comunidad de Jerusalén!, como la pintan los Hechos de los apóstoles.

Mi opinión al contrario se basa en que Lucas, para el principio de los Hechos, la segunda parte de su doble obra, escrita quizá un par de años después de la primera parte, el Evangelio, usa fuentes distintas, que sigue bastante al pie de la letra y que esas fuentes ofrecen otra realidad diversa a la de la Última Cena.

La prueba de que el Evangelio y Hechos pueden mantener en realidad tradiciones muy distintas incluso con las misma palabras es, por ejemplo, la siguiente: en el Evangelio se afirma

• Que la ascensión de Jesús tuvo lugar en el mismo día de la resurrección (Lc 24,51 en el contexto de todo ese capítulo) y en Betania (24,50); en Hechos, que sigue probablemente otra fuente como veremos, la ascensión de Jesús tuvo lugar en el Monte de los Olivos (Hch 1,12), cuarenta días después de la resurrección (Hch 1,3); mientras que Cristo se sitúa frente a los discípulos para bendecirlos en Lucas 24,50, en los Hechos, por el contrario, Jesús es arrancado de los discípulos, quienes permanecen tan desconcertados que son necesarios dos ángeles para mantenerlos en pie.

Hay aquí unas contradicciones tan palmarias que deben postularse necesariamente dos situaciones. a) Lucas escribe el comienzo de los Hechos bastante tiempo después del final del Evangelio; b) está usando en los Hechos una fuente distinta para la ascensión, fuente que sigue dócilmente.

• Que Jesús fue enterrado por José de Arimatea, quien envolvió a Jesús en una sábana y depósito su cuerpo en su propio sepulcro, uno nuevo tallado en la roca (Lc 23, 51-53). Por el contrario, en los Hechos se sostiene que Jesús fue enterrado –probablemente en una fosa común a tenor del texto- por los mismos que lo habían acusado, que lo habían entregado a Pilato y causado su muerte, es decir, los sumos sacerdotes y otros dirigentes del pueblo: Hch 13,27-29:

"27 Los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes no reconocieron a Jesús. Por tanto, al condenarlo, cumplieron las palabras de los profetas que se leen todos los sábados. Aunque no encontraron ninguna causa digna de muerte, le pidieron a Pilato que lo hiciera ejecutar. Después de llevar a cabo todas las cosas que estaban escritas acerca de él, lo bajaron del madero y lo sepultaron".


¡He aquí tradiciones también incompatibles!

Por tanto, Lucas en Hechos puede recoger otras tradiciones muy distintas que transcribe tal cual, sin caer en la cuenta de que son contradictorias. Igualmente ocurre con la “fracción del pan”, que él nombra sin más, sin nunca explicitar rito ni institución alguna.

Prueba suplementaria y por comparación: en todos los padres griegos y latinos, hasta finales del siglo IV, no encontramos ni la menor mención, ni una, sobre que la “fracción del pan” en el episodio de los dos discípulos de Emaús (Lc 24,31), gracias a la cual reconocieron que el misterioso caminante que viajaba con ellos era Jesús, contuviera una alusión a la eucaristía. Empieza a explicarse que la fracción del pan pudo ser la Eucaristía sólo con san Agustín ¡a finales del siglo IV!

Por analogía, pues: es lícito pensar que la mera frase “la fracción del pan” en los Hechos de los apóstoles puede aludir simplemente y sólo a la comida en común de los cristianos de la primera comunidad de Jerusalén, una comida relativamente solemne, realizada al igual que los actos de comensalidad de Jesús con sus discípulos a lo largo de su vida pública, y que no se refiere necesariamente, ni mucho menos, a la Eucaristía.
Y a ello añado que esto es lo más verosímil si se junta con el ejemplo de la Didaché. Las mismas razones que impedirían al Jesús histórico aceptar tal reinterpretación de los hechos y dichos que tuvieron lugar en su última cena –como los interpreta Pablo- son válidos para el judeocristianismo de Jerusalén, sin excepción alguna.

Y volviendo al libro de Senén Vidal: a pesar de mis dificultades pienso que es un buen intento, un intento muy honesto e inteligente, de explicar el pensamiento de Pablo contenido en sus cartas auténticas desde el punto de vista del núcleo de la teología paulina, una teología que es totalmente mesiánica, que desarrolla la doctrina de la salvación de judíos y gentiles dentro del marco del evento mesiánico, la plenitud de los tiempos con la venida de Jesús y su muerte redentora… y su deseo de hacerlo conectar con el Jesús histórico y con la comunidad mas antigua que transmite la Última Cena.

Opino que aparte de las dificultades concretas mencionadas, la explicación de muchos puntos de sus cartas –ya aclarados en parte en otras obras suyas, sobre todo en “Las cartas originales de Pablo”, de 1996, aún pendiente de comentario y en "Pablo. De Tarso a Jerusalén", ya comentada- es muy válido, independientemente de que se conecte o no con Jesús y sus inmediatos seguidores.

Pienso que hay muchos comentaristas de Pablo que explican su “teología” intentando formar un sistema lo más homogéneo y compacto posible, olvidando que el núcleo del pensamiento el Apóstol no es ni siquiera un rudimentario “tratado de cristología” (explicación de Jesús como mesías), sino sólo de su consecuencia, es decir sólo es en realidad un compendio de soteriología, de un sistema de cómo el pagano debe salvarse incorporándose por injerto al olivo del verdadero Israel del final de los tiempos.

Pero la tesis central de Senén Vidal de que esta idea es tan sólo un desarrollo y explicitación del pensamiento del Jesús histórico al final de su vida, en sus dos o tres últimos días, no me parece convincente. Y es más no me parece que Vidal lo haya probado.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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