Obra de Josefo. I La Guerra de los judíos (II) (400-6)



Hoy escribe Antonio Piñero


Como indicamos en la postal anterior, la Guerra tuvo una primera versión en arameo. Ésta iba dirigida sobre todo a los judíos del Oriente, y el mensaje o moraleja era probablemente aún más explícito: era estúpido rebelarse contra el poder establecido.

La versión griega fue posterior, y quería extender esta enseñanza entre los otros judíos de lengua griega, sobre todo de Alejandría. Para esta tarea de helenizar un largo texto en arameo Josefo contó con un colaborador, o colaboradores griegos, residentes en Roma, como él. Éstos le ayudaron mucho en un proceso que probablemente fue el más sencillo: Josefo mismo iba dictando la nueva versión, traduciéndola al griego oralmente ante el escriba o escribas, y los pendolistas le ayudaban a pulir, o incluso a dar una bella forma a sus ideas en la lengua de la Hélade.

La nueva versión no debió de ser una mera traducción de la anterior, sino una refundición con añadidos y retoques. Del tenor del texto que poseemos deducimos que la tarea del colaborador(es) fue excelente, pues el estilo de la Guerra, decoroso, correcto, a veces elegante, mostraba que su redactor era buen conocedor de la literatura griega, no sólo de los historiadores, sino también de oradores y poetas. En el lenguaje del colaborador se transparentan alusiones y resonancias a textos históricos y literarios anteriores, que los estudiosos han recogido con precisión en la edición comentado del texto o en artículos específicos.

El modelo estilístico e ideológico de la Guerra debió de ser Tucídides, con su famosa obra la La guerra del Peloponeso, aunque el alumno no llega a las alturas del maestro. También influyó en Josefo la obra de Polibio de Megalópolis, las Historias (siglo II a.C.), aunque éste en lo que respecta a los discursos “inventados” por el autor de la historia se mostraba muy disconforme: había que ofrecer los contenidos, peo no era necesario plasmar un discurso completo (como hacía Tucídides y también, por ejemplo, el autor de los Hechos de los apóstoles). Al igual que el ateniense Tucídides, Josefo no sólo se vale, como reservorio de datos para su obra, de lo que él mismo había visto u oído, sino que se apoya en fuentes externas.

En primer lugar, Josefo debió de tener acceso a los Comentarios o Diarios de campaña que Vespasiano, Tito o el Estado Mayor romano iban redactando para registrar brevemente el curso de la guerra. Además debió de utilizar, para los antecedentes de la guerra y en concreto para describir los reinados de Herodes y sus hijos Arquelao, Filipo y Herodes Antipas, una obra de Historia General de Nicolás de Damasco -nacido en el 64 a.C., antiguo preceptor de los hijos de Cleopatra y Marco Antonio, y amigo personal de Herodes el Grande-, de la que sólo se nos han conservado fragmentos. Finalmente hubo de basarse Josefo en documentos oficiales de los romanos, a los que debió de tener acceso en los archivos de Roma.

Para la composición de los discursos, puestos en boca de los personajes -por ejemplo el rey judío Agripa II, Tito, el mismo Josefo, o ciertos jefes de los judíos-, Josefo sigue, como hemos sostenido, el modelo de Tucídides, y en general de los historiadores de la época: basándose en las ideas generales y ciertas de lo que cada uno de esos personajes debió de decir en su momento, él como autor compone por su cuenta la forma y estructura de las piezas oratorias siguiendo las normas de la retórica.

El valor histórico de la Guerra de los judíos ha de ser estimado de acuerdo con las características de composición de la obra. No hay por qué dudar de la corrección y exactitud general de los hechos narrados, pero en los detalles y en la interpretación global el lector debe ser crítico, teniendo siempre en mente la intención apologética de Josefo que era doble.

El interés por exaltar a sus protectores romanos pudo llevar al historiador a presentar a Vespasiano y a Tito como modelos y dechados de virtudes, y al Imperio como un engranaje casi perfecto con pocos defectos.

Por otro lado, el apego de Josefo por su pueblo y religión pudo también causar una cierta falta de objetividad: parece como si los culpables de los desastres de la guerra hubiesen sido tan sólo unos pocos y exaltados nacionalistas, que no merecían otro calificativo que el de “bandidos” o “tiranos”, mientras que el pueblo en sí fue sólo víctima casi inocente de turbulentos manejos. Mas, a pesar de estas precauciones, el valor como fuente informativa de la Guerra es muy superior al de sus defectos reales.

El pensamiento teológico de Josefo es también un valor a tener en cuenta al reflexionar sobre su probidad histórica. Josefo es un fariseo convencido y cree que la historia está guiada con mano firme por la divinidad. Dios interviene en la historia, no sólo los factores puramente humanos. Por ello, al componer su narración Josefo puede ver el mundo y los hechos históricos a través de unas lentes judías que pudieron causarle alguna distorsión.

Así, Josefo intenta articular conscientemente la historia que está narrando con el mundo de la Biblia. Por ello afirma, por ejemplo, que los antiguos profetas habían predicho ya el fracaso de Israel y su futura dependencia de Roma (Antigüedades X 79; 276). Era algo que debía ocurrir necesariamente por la fuerza del Destino: “Dios, que lleva el poder de un sitio a otro, se encuentra ahora del lado de Italia” (Guerra V 367).

Concluiremos con la “Guerra” en la próxima nota.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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