Andrés de Betsaida en la literatura apócrifa

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Andrés en el resumen de Gregorio de Tours (XIII)

En el lugar donde Andrés residía tuvo lugar un acontecimiento en el que estaban implicados Antífanes de Mégara, su mujer y sus criados (c. 29). El megarense imploraba ayuda para su casa que se encontraba sumergida en una gran aflicción. El Apóstol le pidió que contara los extremos de la situación. El pobre hombre empezó su relato contando cómo al regresar de un viaje y cuando iba a entrar en su casa, oyó la voz del portero que gritaba de forma lamentable.

Preguntó el motivo. Le contestaron que un demonio atormentaba a todos de mala manera. Subió a un piso superior, donde vio a otros criados que rechinaban los dientes y se abalanzaron sobre él riéndose de forma desacompasada. Subió a otro piso más alto, en el que yacía su mujer gravísimamente maltratada por ellos. Se hallaba la mujer tan locamente fatigada que tenía sus cabellos caídos sobe su rostro de modo que no podía ni ver ni reconocer a su marido. Antífanes pidió al Apóstol: “Te ruego que a ésta me la devuelvas; de los demás no me preocupo”.

Andrés respondió que Dios no hacía acepción de personas, sino que había venido para salvar a todos sin excepción. Salió de Lacedemonia y se dirigió a Mégara. Notamos que éste es el único pasaje en el que se menciona la estancia de Andrés en Lacedemonia. Al entrar en la casa de Antífanes, todos los demonios gritaron a grandes voces diciendo: “¿Por qué, Andrés santo, nos arrojas de aquí? ¿Por qué entras en una casa que no te pertenece? Quédate con lo tuyo y no entres en lo que es nuestro”. Sin hacer caso de los demonios, subió a la habitación donde yacía la mujer, la tomó de la mano y le dijo: “El Señor Jesucristo te sana”.

A continuación impuso las manos a todos los atormentados por los demonios y les restituyó la salud. Desde entonces, Antífanes y su esposa se convirtieron en firmísimos ayudantes en las tareas de la predicación de la palabra de Dios.

El capítulo 30 de Gregorio ofrece ecos ciertos de los datos que conocemos por los primitivos HchAnd. El Apóstol llega por fin a Patrás, la ciudad de sus últimas actividades ministeriales y de su martirio. El procónsul era a la sazón Egeates, que había sucedido a Lesbio. Aparece una mujer que ocupa un espacio importante en los Hechos primitivos. Se trata de Ifidama, convertida a la fe cristiana por un cristiano que vivió un trato amistoso con Andrés en el tiempo de su primera llegada a Patrás. Lo cuenta el monje Epifanio entre otros detalles del suceso recordado por Gregorio (PG 120, 244 D - 245 A ).

Maximila, esposa del procónsul y protagonista con Andrés de los antiguos HchAnd, envió a su fiel criada Ifidama a pedir ayuda al Apóstol para que la curara de unas grandes fiebres que la tenían postrada. Pretendía, además, tener la oportunidad de escuchar la predicación de un hombre que iba precedido del clamor de una fama de taumaturgo prodigioso. Maximila dejó en la tradición un recuerdo que se reflejaba en la liturgia de la fiesta de san Andrés como “la persona amable para Cristo, que tomó el cuerpo del Apóstol y lo sepultó con aromas”. Su nombre aparece ya en el códice Va 808 y desempeña luego un papel coprotagonista al lado de Andrés en el texto de sus Hechos.

Contaba Ifidama que Maximila se encontraba gravemente enferma hasta el punto de que su marido, el procónsul de Acaya, permanecía al pie del lecho de la enferma con la espada desenvainada “con intención de atravesarse con ella tan pronto como su esposa expirase”. El incidente recuerda el caso de Licomedes, esposo de su mujer Cleopatra, que yacía moribunda según el relato de los HchJn 20. Lo que entonces impidió el apóstol Juan, lo consiguió ahora Andrés, que acudió con Ifidama hasta el lecho de Maximila. Cuando vio a Egeates hecho un mar de lágrimas y de malas intenciones, le dirigió un alegato lleno de autoridad y claros presagios: “No te hagas daño alguno, devuelve la espada a su vaina, que ya la necesitaras más adelante para usarla contra mí”. El procónsul, en efecto, sería el responsable de la muerte de Andrés.

No entendió demasiado el procónsul de los augurios sobre el uso futuro de su espada. Dio paso al Apóstol, que se acercó al lecho de la enferma, hizo una oración y tomó de la mano a Maximila. La mujer quedó inundada de sudor y se vio inmediatamente libre de la fiebre. Como en milagros similares, Andrés ordenó que le dieran de comer. Testigo directo y cercano el procónsul Egeates, ofreció cien monedas de plata al “santo de Dios, que ni siquiera quiso mirar”. Era una de las características habituales de los apóstoles, su generosidad y desprendimiento.

Todo este acontecimiento es objeto referencial en los primeros capítulos de los HchAnd griegos. Los personajes son bien conocidos por el texto del Apócrifo. Egeates, el procónsul, Maximila y su fiel criada Ifidama . Puede verse un bosquejo de la personalidad de ambas mujeres en G. Del Cerro Calderón, Las mujeres en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, Málaga, 2003: Maximila, pp. 30-45; Ifidama, 45-51.

El procónsul reconoció más tarde al apóstol Andrés como el que había curado a su esposa. Recordaba en particular su gesto de no aceptar la compensación monetaria que le ofrecía: “Yo te quise regalar dinero suficiente, pero tú no quisiste” (HchAnd 26,2). Ni los Hechos de Andrés ni Gregorio dicen nada de la réplica con que el Apóstol respondió sobre la oferta de Egeates. Pero de ella nos da cumplida noticia la Laudatio: “Quede esta recompensa contigo, porque es digna de ti; mi recompensa me llegará enseguida. Lo decía refiriéndose a Maximila” (Laudatio, 38), que con su conversión a la vida de castidad y el abandono del lecho conyugal de su esposo, resultó el mejor trofeo al que Andrés podía aspirar.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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