Los papas y el sexo. El caso del celibato eclesiástico (IV) (131-04)

Hoy escribe Antonio Piñero


Es conveniente que nos detengamos un momento en aclarar cómo se llega a la generalización del celibato para la clerecía en la Iglesia cristiana, que en opinión de muchos puede incitar al clero a prácticas sexuales poco naturales, como la pederastia, mucho más corriente entre los no casados (¡probablemente!).

Muy pronto, en los primeros evangelios canónicos, los de Mateo y Lucas, en concreto en sus dos primeros capítulos, se nota ya un aprecio especial y destacado por la virginidad –de la madre del Redentor en concreto-, movida por el deseo de resaltar lo maravilloso y extrahumano que había sido el proceso de encarnación del Salvador. Éste había tenido una génesis prodigiosa, divina, asexuada. En contra del judaísmo, era la religiosidad pagana del mundo grecorromano el que tenía un aprecio especial por la virginidad. Las vestales y las sacerdotisas vírgenes de todo tipo se dan entre los santuarios paganos del helenismo y no en el mundo judío. Por ello, esta tendencia de los evangelios de la infancia se corresponde más con el espíritu pagano, griego en concreto, que con el judío.

También ayudó al aprecio por la virginidad el que tempranamente se entendiera en este sentido antisexo una sentencia muy obscura, probablemente metafórica, de Jesús acerca del estatus especial de quienes desean obtener un acceso preferente al reino de Dios:

“Hay algunos que se hicieron a sí mismos eunucos por amor al Reino de los cielos" (Mt 19,12).


Desde muy pronto, a mediados del siglo II se nota en algunos escritos cristianos (Protoevangelio de Santiago, Ascensión de Isaías, del siglo II d.C.) un ensalzamiento extremo de la virginidad de María, antes, en y después del parto, y una tendencia a ver en el texto arriba citado de Mateo la prueba de que Jesús había llevado también una vida célibe, virginal y continente.

Desde finales del siglo III comenzó a extenderse la costumbre (en contra de incluso de la letra de una carta atribuida a Pablo –pero escrita en realidad por un discípulo- de que el obispo

“Fuera varón casado una sola vez, que gobierne bien su casa y mantenga sumisos a sus hijos” (1 Timoteo 3,2-4),


de que todo el que aspirara al episcopado debía ser no sólo absolutamente célibe en ese momento, sino que no hubiera contraído nunca matrimonio.

Por eso se elegían obispos sólo entre los monjes, que hacían votos de castidad absoluta. Y los que por sus cualidades especiales fueran escogidos para obispos cuando ya estaban casados, se requería de ellos que desde el momento de la ordenación, se abstuvieran de todo tipo de relaciones sexuales incluso con su propia cónyuge.

Poco a poco, a partir del siglo IV, se fue postulando que no sólo los obispos, sino también los sacerdotes y diáconos, fueran sexualmente continentes una vez que habían sido designados para esos cargos. Podían ser elegidos para ellos naturalmente estando en la situación de casados, pero se les pedía que acomodaran su situación a la de los obispos. Debían abstenerse del sexo absolutamente, aunque no romper su matrimonio.

En la iglesia occidental tenemos noticias de semejantes prescripciones muy pronto, en los inicios del siglo IV: año 306, Concilio de Elvira, España. El sínodo prescribía en uno de sus cánones que “los obispos, presbíteros y diáconos y cualesquiera miembros del clero se abstuvieran absolutamente de relaciones sexuales” (igualmente en el Concilio de Cartago del 387 y en una “Decretal” del papa Siricio del 10 de febrero del 385, dirigida a toda la cristiandad).

Los obispos solían guardar, al menos exteriormente este precepto canónico, pero no así los “presbíteros” o sacerdotes corrientes del clero “secular”, no perteneciente a orden religiosa alguna, que siguieron contrayendo matrimonio. A pesar de ello y teóricamente, durante la época patrística y toda la Edad Media, el derecho canónico siguió exigiendo a los sacerdotes que –aunque casados- al menos se mantuvieran continentes y que no mantuvieran relaciones ni siquiera con su esposa. Por tanto, podían vivir con una mujer, pero sin sexo. Esta ley eclesiástica era válida tanto para la Iglesia occidental como para la oriental, como lo indican diversos testimonios de Padres de la Iglesia (Epifanio de Salamis, Sinesio de Cirene, Juan Crisóstomo) desde finales del siglo IV o inicios del V.

Quejas contra los sacerdotes que no seguían estas prescripciones del derecho canónico se hacían notar por doquier, tanto en la legislación de los Concilios (por ejemplo el quinisexto Concilio de Constantinopla de 692), como en otros documentos, incluso no exactamente eclesiásticos, por ejemplo en las cartas del emperador Justiniano (fallecido en 565).

Si el clero bajo solía hacer caso omiso de estas prescripciones, tampoco en las altas esferas de la Iglesia -ni siquiera en el papado como verá el lector del libro "Los papas y el sexo" de Erioc Frattini- se cumplieron estos preceptos, ni mucho menos. Respecto a los papas hay que decir que aparte de sentirse gobernados por las leyes de la naturaleza como cualquier mortal, su posición de príncipes no sólo eclesiásticos, sino también seculares, sus abundantes riquezas, la posesión absolutamente hegemónica de la religión católica, casi sin oposición alguna, hizo que se comportaran como tales y obraran dejándose llevar por sus deseos más primarios…, y al ser príncipes tenían medios para satisfacerlos.

De vez en cuando, sin embargo, en la sede de Pedro se sentaban hombres piadosos, bien provenientes de los monasterios o, más raramente, del ámbito de los cristianos seculares, que intentaban una reforma de la pésima situación en cuanto al sexo. Aquí interviene también, como hemos dicho al principio de este Prólogo, ese interés por lo sexual tan típico del cristianismo.

La reforma de la pésima situación moral del clero y del papado en la Baja Edad Media tuvo, al parecer, sus comienzos concretos en los sínodos locales de Metz y de Maguncia a finales del siglo IX (año 888). En ellos se prohibió expresamente no sólo el uso de relaciones sexuales con las esposas, que ya era tradición el prohibirlas, sino el matrimonio mismo de los clérigos. Comenzaba a sentirse la tendencia a imponer obligatoriamente el celibato eclesiástico.

Concluiremos en seguida.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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Presentamos de nuevo el programa del Curso de Primavera de la Universidad ce Castilla-La Mancha, sede en Cuenca:


CURSO DE PRIMAVERA DE LA UNIVERSIDAD CASTILLA-LA MANCHA
Sede de CUENCA

Curso sobre: “ATEOS Y CREYENTES. Argumentos a favor o en contra de la fe”.

Fecha: 11-13 de marzo 2010


PROGRAMA:


Jueves 11 de marzo 2010

10,00-11,45
¿El estudio de la Biblia nos lleva a la fe o al ateísmo?
Xavier Pikaza y Antonio Piñero

12,00-13,45

Las religiones orientales ¿se basan también en la fe?Agustín Paniker y Juan Masiá


Viernes 12 de Marzo 2010

17,00-18,45
¿Qué sería la fe para Jesús de Nazaret?
Alexander Zatyrka y José Manuel Martín Portales


19,00-20,45
¿Es necesaria la fe para vivir?
Fernando Bermejo y Abdelmumin Aya


Sábado 13 de marzo 2010

17,00-18,45
Fe cristiana y paganismo. Dos creencias enfrentadas
Jacinto Choza y Jesús Garay

19,00-20,45
La experiencia mística, ¿culminación o superación de la fe?
Santiago Catalá y Yaratullâ Monturiol

13,45. CLAUSURA


Para más información Vicerrectorado de Extensión Universitaruia

e-mail: extension.universitaria@uclm.es

http://extensionuniversitaria.uclm.es
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