El triunfo de la obligación del celibato. "Los papas y el sexo" ( y V) (131-05)

Hoy escribe Antonio Piñero


Concluimos con el tema del prólogo al libro “Los papas y el sexo” de Eric Frattini. Decíamos que de vez en cuando en la sede de Pedro se sentaban hombres piadosos, bien provenientes de los monasterios o, más raramente, del ámbito de los cristianos seculares, que intentaban una reforma de la pésima situación del clero en cuanto a la normativa antisexo.

Uno de esos hombres piadosos que había sido designado para la sede de Pedro fue un prestigioso monje, de nombre Hildebrando, que no era ni siquiera sacerdote (papa desde 1073 a 1085), que adoptó el nombre de Gregorio VII. Entre otras reformas, emprendió la de la situación del clero con la idea de que la prescripción del celibato absoluto y obligatorio para todos los sacerdotes, tanto seculares como religiosos, sería la solución a la perversión sexual del clero. En el Sínodo Cuaresmal organizado en Roma en el año 1075, Gregorio destituyó a todos los curas casados, pero su lucha por aplicar el celibato a la fuerza, topó con una fuerte resistencia, especialmente en Alemania, Francia e Inglaterra

A pesar de esta oposición, en 1123 el primer Concilio de Letrán, en sus cánones 3 y 21, aprobó de manera definitiva, hasta hoy día, la obligatoriedad del celibato para todos los miembros del clero:

“Prohibimos absolutamente a sacerdotes, diáconos, subdiáconos y monjes que vivan en concubinato o puedan contraer matrimonio. Decretamos conforme a las definiciones del derecho canónico que se disuelvan los matrimonios contraídos por tales personas”.


Unos años más tarde, en el 1139, unos quinientos obispos reunidos en el Segundo Concilio de Letrán confirmaron esta prohibición, y añadieron penas subsidiarias a los que no se hubiesen separado de sus esposas, prohibiendo además que católico alguno asistiera misas oficiadas por sacerdotes casados.

El Concilio de Trento, a finales del siglo XVI, en su canon 24 declaró que cualquier matrimonio celebrado después de la ordenación sacerdotal es inválido.

Así hasta el día de hoy. En 1917 el Código de derecho canónico de la Iglesia católica declaró finalmente de modo explícito que estar casado era un impedimento absoluto para ser ordenado sacerdote, al menos en el rito occidental.

No parece que la prohibición del matrimonio haya sido ni sea un remedio para la denominada concupiscencia natural, como lo indican los informes repetidos que hablan del alto índice de incumplimiento del precepto del celibato entre los sacerdotes y de otras desviaciones. Ni tampoco va por ahí la normativa eclesiástica, sino que su es espíritu es el de imitar el ejemplo de Jesús, que se presenta como célibe (y también Pablo).

A lo largo de la segunda mitad del siglo pasado se levantaron muchas voces pidiendo que la Santa Sede reconsiderara la prohibición del matrimonio para los sacerdotes, pues al fin y al cabo –se argumentaba- tal interdicto no proviene de ninguna norma divina, manifestada en las Escrituras, sino de un mero proceso eclesiástico, que puede cambiarse por tanto.

Los argumentos de los católicos se unen hoy día a los que ya expresaron los reformadores protestantes, Lutero, Zwinglio, Calvino entre otros, a favor del matrimonio de los clérigos, a saber, que si en el Nuevo Testamento se afirma que un obispo debe ser “marido de una sola mujer” (1 Timoteo 3,2-4, citado anteriormente), ¡cuánto más un simple presbítero!

Del mismo modo, el rigorista Pablo de Tarso afirmaba (en 1 Corintios 9,5) que los apóstoles de Jesús iban a sus campos de misión acompañados de su propia mujer. El autor de la Epístola a los hebreos, de la escuela paulina, manifestaba de un modo general:

“Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado” (13,4).


Añadían, además, que la práctica general de la Iglesia más primitiva era la de que todos los sacerdotes fueran casados.

Este cambio de costumbres entre los reformados del siglo XVI en adelante no afectó a la Iglesia católica, que sigue firme hasta hoy en su designio de prohibir incluso el legítimo sexo a sus presbíteros. Mas como dijimos, a lo largo de los siglos se han incumplido continuamente estos preceptos en todas las escalas clericales.

El lector del libro de Eric Frattini si es católico ferviente, podría quizá extrañarse únicamente de la abundancia de material recogido sobre la corrupción en materias de sexo y otras por personas que han ocupado el puesto de mayor honor dentro de la Iglesia, sobre todo papas. Mas creo, por otra parte, que el tema es por lo general conocido, y que no debe hoy día causar escándalo irreparable, sino curiosidad y ante todo reflexión sobre la necesaria reforma de esa misma Iglesia en todos los tiempos.

Por otro lado, muchas de las historias que se cuentan en el libro cuyo prólogo ofrecemos pueden ser o bien leyendas –ya lo manifiesta el autor, Eric Frattini en múltiples ocasiones a lo largo del libro-, o bien acusaciones tópicas de los adversarios del Papa no sólo en ámbito eclesiástico, sino también y sobre todo en el terreno de la política.

Recordemos que hasta la pérdida en el siglo XIX de los estados pontificios, el Papa era también un príncipe secular, y por tanto sujeto al examen, escrutinio y denigración por parte de sus adversarios políticos. Muchas de las campañas políticas en contra de los papas incluían “de oficio” panfletos denigratorios y acusaciones de todo tipo, sobre todo del ámbito sexual. Muchas, o al menos algunas de ellas, podrían ser también mero fruto de la propaganda adversaria.

Finalmente, debe pensar el creyente que quizás la exposición de tantas debilidades por parte de los supremos príncipes de la Iglesia pueda servirle para solidificar su fe en la asistencia divina a una institución que ha sobrevivido a pesar de la notable indignidad de muchos de sus jefes supremos. De uno de los historiadores más famosos y prestigiosos del papado, el alemán Ludwig von Pastor, se cuenta que al finalizar su voluminosa Historia de los papas, se convirtió al catolicismo y se hizo un practicante fervoroso, argumentando explícitamente que una Institución que había sobrevivido a tanta podredumbre debía de tener por fuerza un origen sobrehumano.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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En el otro blog, “Cristianismo e historia”, de la revista electrónica “Tendencias21”, el tema es:

“¿Equivale la resurrección al ‘reino de Dios’ = 1 Corintios 15,50-58”

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Ofrecemos de nuevo la estructura del Curso de Cuenca sobre ateísmo y creencia:

CURSO DE PRIMAVERA DE LA UNIVERSIDAD CASTILLA-LA MANCHA
Sede de CUENCA

Curso sobre: “ATEOS Y CREYENTES. Argumentos a favor o en contra de la fe”.

Fecha: 11-13 de marzo 2010


PROGRAMA:


Jueves 11 de marzo 2010

17,00-18,45
¿El estudio de la Biblia nos lleva a la fe o al ateísmo?
Xavier Pikaza y Antonio Piñero

19,00-20,45

Las religiones orientales ¿se basan también en la fe?Agustín Paniker y Juan Masiá


Viernes 12 de Marzo 2010

17,00-18,45
¿Qué sería la fe para Jesús de Nazaret?
Alexander Zatyrka y José Manuel Martín Portales


19,00-20,45
¿Es necesaria la fe para vivir?
Fernando Bermejo y Abdelmumin Aya


Sábado 13 de marzo 2010

10,00-11,45
Fe cristiana y paganismo. Dos creencias enfrentadas
Jacinto Choza y Jesús Garay

12,00-13,45
La experiencia mística, ¿culminación o superación de la fe?
Santiago Catalá y Yaratullâ Monturiol

13,45. CLAUSURA


Para más información Vicerrectorado de Extensión Universitaruia

e-mail: extension.universitaria@uclm.es

http://extensionuniversitaria.uclm.es
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