Volvemos al método y a los comienzos del cristianismo (200-04)

Hoy escribe Antonio Piñero


Después del paréntesis que ha supuesto la publicación en este blog del Prólogo a “Los papas y el sexo” (de Eric Frattini) volvemos al tema de los métodos actuales en la investigación del Nuevo Testamento. Decíamos en nuestra última postal que la reinterpretación de la muerte y resurrección de Jesús por parte de sus seguidores produce la teología propiamente cristiana (y da origen por tanto al cristianismo).

Soy totalmente consciente de que el cristianismo es mucho más que una mera teología, pues se trata de vivir conforme a los ideales de Jesús, etc. Ahora bien, en los inicios del movimiento cristiano, y dentro de un mismo ambiente religioso escatológico/apocalíptico que damos por supuesto en los orígenes cristianos –común a otras “sectas” judías del momento- lo que importaba, y mucho, era no sólo las diferencias de comportamiento, sino también las de teología/ideología que sustentaban esos comportamientos diferentes.

Considerar así al cristianismo como un fenómeno ideológico en sus comienzos está perfectamente justificado (puesto que el marco social era igual al de otras sectas judías). Debo insistir en que si no entendemos que la diversidad de puntos de vista cristianos –diversidad de teologías sobre Jesús- desde el principio mismo (Hechos de los apóstoles, capítulos 6-8) no se comprende como una divergencia a la hora de reinterpretar y repensar la figura y misión de Jesús después de muerto pero con la fe de que ha resucitado, no entenderemos casi nada de los procesos mentales que han movido y mueven la investigación del Nuevo Testamento, sobre todo al método llamado “Historia de las formas”.

En efecto, tal método en general supone que detrás de la transmisión de las palabras y dichos de Jesús se refleja siempre la situación y los intereses del grupo que los transmite. Por tanto, en el texto que recibimos están a la vez lo que dijo o hizo Jesús y su reinterpretación por parte de quien lo transmite.

Es fácil de ver cuánto pueden modificar el sentido de las Escrituras las ideas previas de un grupo. Y como hemos sostenido ya, el conjunto de seguidores de Jesús partía de las firmes y para ellos incontrovertibles ideas previas de que

· Su Maestro era el mesías y de que

· Su muerte correspondía a un plan divino, pues había sido resucitado por Dios y exaltado al cielo a la derecha de Dios por algún motivo, ya que Dios no obra en vano.

· Este motivo no podía ser otro que cumplir finalmente la misión encomendada desde los inicios, a saber instaurar plenamente el reino de Dios, misión y que había fracasado por culpa de la intervención de los dirigentes de los judíos y del poder romano.

· Partían también del supuesto que con la vida y sacrificio de Jesús se iniciaba la época mesiánica, es decir, el final del mundo.

Con estas nociones previas llegaron los cristianos a través de una exégesis de las Escrituras -que tenían constantemente ante sus ojos y en su pensamiento como la única posibilidad de comprender la voluntad divina- a

· Una nueva noción de mesianismo, el mesianismo sufriente de Jesús, y a una

· Nueva interpretación de las Escrituras –en concreto Isaías 53, Isaías 7; Salmos 2, 22, 69 y 110-, de la ley de Moisés y de la salvación. Éstos son los primeros pasos del cristianismo en cuanto ideología/teología novedosa en el seno del judaísmo en el que nacía.

Interrumpamos aquí ya el proceso de ver cómo continuará la génesis de la teología cristiana para adentrarnos en la metodología.

La crítica del Nuevo Testamento y, consecuentemente, la búsqueda del Jesús de la historia es una cuestión relativamente moderna. Hasta mediados del siglo XVIII fueron muy pocos, casi ninguno, los estudiosos del Nuevo Testamento que pusieron en duda la credibilidad de los Evangelios y de los demás textos del corpus cristiano.

Hasta esos momentos se creía que la figura de Jesús era exactamente tal cual nos la presentaban los evangelistas. Incluso intérpretes muy perspicaces del siglo XVI como Juan Maldonado o Calvino creían al pie de la letra en la información proporcionada por los evangelios. Calvino en su Armonía evangélica (p. 516) no podía admitir que en los evangelios hubiera la más mínima contradicción y escribía que “un evangelista podía omitir un detalle y que otro podía expresarse con una claridad superior”, pero nada más.

La crítica del Nuevo Testamento supone un presupuesto implícito: la duda sobre la fiabilidad total de los evangelios y del resto de los escritos del Nuevo Testamento en cuanto se basan en la figura historia del personaje transmitido por éstos. ¿Por qué esta duda? Por el avance del racionalismo y de las ciencias empíricas en el mundo occidental, alas que iba unido el estudio crítico de la historia.

En cuanto se reflexiona un poco sobre la diversidad de los puntos de vista y contradicciones de los Evangelios, por ejemplo, se llega de inmediato a la idea de estos textos no son absolutamente fidedignos, o si esta afirmación se considera muy tajante, se formula de otra manera: no puede entenderse a los evangelios al pie de la letra. De ahí se llega también inmediatamente a un par de proposiciones complementarias:

• Hay que estudiarlos críticamente y ver qué hay debajo de la superficie de lo escrito. Y luego a otra propuesta:

• Como los textos sagrados del Nuevo Testamento pretenden ser –al menos en parte- históricos hay que someterlos a la misma metodología que otros textos de la Antigüedad. Porque el hecho de ser considerados sagrados, no debe escapar al escrutinio de la crítica.

La ciencia avanza a base de proposiciones, cuya prueba inmediata es su misma racionalidad. Por tanto, a través de estos razonamientos o parecidos, a finales del siglo XVIII, sobre todo a partir de las obras de Hermann Samuel Reimarus y de David Friedrich Strauss, como veremos, se empieza a distinguir ya entre el Cristo de la fe (el que presenta una lectura superficial de los evangelios) y el Jesús de la historia (el obtenido por el análisis crítico).

Para llegar a este último fue preciso valerse de unas ciertas herramientas metodológicas, que se han ido perfilando, aguzando y perfeccionando a lo largo de más de doscientos años de investigación. Esta metodología y algunos de sus presupuestos básicos es lo que pretendo exponer en las postales que siguen en sus líneas más generales y básicas.

Comenzaremos por una historia breve de las ideas básicas que van conduciendo el progreso de la investigación del Nuevo Testamento. Veremos cómo no todo son aciertos y que hay mucho avanzar entre obscuridades y tanteos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

En el otro blog “Cristianismo e historia”, el tema de hoy es el siguiente:

“¿Dónde está, oh Muerte, tu victoria? (1 Cor 15,54-58)”

Saludos de nuevo.
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