El silencio de Tácito, novela histórica de José Montserrat, Ediciones B, Barcelona, 2010 (y II) (137-02)




Hoy escribe José Montserrat

¿Se trataba de un códice o de un rollo? Es prácticamente seguro que se trataba de un códice de pergamino; los rollos de papiro se deterioraban rápidamente en el clima europeo, a diferencia de lo que ocurría en el Alto Egipto. Ahora bien, el texto del códice Mediceus prior es aceptablemente bueno, por lo tanto el original copiado no era un rollo de papiro deteriorado, sino un códice de pergamino.

¿De dónde procedía el Códice Copiado? Dilucidemos en primer lugar la procedencia del códice Mediceus prior. Este códice, como es sabido, fue hallado hacia 1510 en el monasterio de Corvey, en la Westfalia. Este cenobio fue fundado alrededor del año 82 0 por monjes benedictinos procedentes de la abadía de Corbie, en la Picardía francesa. Corbie fue fundada hacia 660 por monjes procedentes de la abadía de Luxeil, que seguían la regla de san Columbano modificada por la regla de san Benito. Los monasterios de obediencia columbiana se caracterizaban por su aprecio de la cultura. No es pues de extrañar que por los
scriptoria de estos monasterios circularan obras de los autores clásicos latinos. Entre ellas, los Anales de Tácito.

El Códice Copiado comprendía los libros I-VI de los Anales. De todos modos, no hay seguridad respecto a la división del texto en libros, sobre todo con referencia a los libros V y VI. Los editores modernos vacilan en este punto.

La laguna histórica que hemos descubierto se halla en el libro V. Intentemos ahora averiguar la extensión de esta laguna. Desde el punto de vista de la crónica, sabemos ya que la laguna se extendía sobre dos años y dos consulados. ¿Cuál era la extensión del texto eliminado?

En esta primera parte de los Anales, que se ocupa exclusivamente del principado de Tiberio, la crónica de un consulado (un año) ocupa una media de diez páginas. Es curioso constatar, sin embargo, que a medida que avanza la obra el espacio dedicado a cada consulado se va reduciendo, como si el autor se hubiera percatado de que la obra le salía demasiado extensa. Así, por ejemplo, el primer consulado reseñado (año 14 ), ocupa 28 páginas, mientras que el penúltimo (año 36 ) se contenta con tres. La media se establece en diez páginas.

Ahora bien, la laguna que estamos investigando se sitúa hacia el final, donde la media es de ocho. Así pues, el texto de la laguna correspondía a unas 16 páginas. Dieciséis páginas conformaban un quaternion, un cuadernillo, como en muchos de los libros actuales. Se trataba de cuatro membranas de pergamino superpuestas y dobladas dos veces. Así pues, la laguna corresponde a un cuadernillo entero. A estas alturas podemos enunciar ya una primera conclusión: al ejemplar del Códice Copiado le faltaba un cuadernillo entero. Si es así, ¿cómo es que el escriba del siglo IX no se percató de esta mutilación?

La respuesta a este interrogante no es difícil. Durante la Alta Edad Media, la numeración no se hacía ni por páginas ni por folios, sino por cuadernillos. Se numeraba la última página del cuadernillo.

El escriba del siglo IX era un experto: su caligrafía es de gran calidad. Si en el Códice Copiado la numeración de los cuadernillos se hubiera saltado una cifra, el experto escriba se habría dado cuenta, y de un modo u otro lo habría consignado en su copia. Pero constatamos que no hay ni rastro de este tipo de indicación. Esto significa que en el Códice Copiado la numeración era perfectamente correlativa: alguien había modificado el número del cuadernillo siguiente para disimular la falta de un cuadernillo entero.

La estructura del Códice Copiado era pues la siguiente:

– La última página de un cuadernillo terminaba con el texto que en el códice Mediceus prior se halla en la línea 18 de la página 117 (véase la fotografía): «ad ultionem vi principis impediri testarentur ». Esta página del cuadernillo del Códice Copiado llevaba
un número (por ejemplo, el 12).

– El cuadernillo siguiente del Códice Copiado comenzaba con el texto que en el Mediceus prior se halla en la línea 19 de la página 117 (véase la fotografía): «quattuor et quadraginta orationes super ea re habi».

Este nuevo cuadernillo llevaba al final un número correlativo con el anterior (en mi ejemplo, el 13 ), y el copista no advirtió ninguna anomalía. Si la pérdida del cuadernillo intermedio fuera debida a un mero accidente, este nuevo cuadernillo debería llevar el número 14, y el escriba experto del siglo IX se habría dado cuenta de la anomalía. Pero alguien borró el número original, el 14 , y escribió encima el 13 , para que nadie se diera cuenta de la mutilación.

Prosigamos la indagación. Sabemos ya que alguien arrancó un cuadernillo entero del Códice Copiado, y restituyó luego la numeración para disimular el estropicio. Llamémosle el Mutilador.

¿Quién era este Mutilador, dónde y cuándo perpetró su es tropicio? No lo sabemos, pero sí podemos sospechar cuáles eran sus motivos. Para esto tenemos que volver al texto de Tácito y tratar de reconstruir la crónica eliminada por la laguna.

Ya he señalado que debido a esta laguna la crónica da un salto de dos años: parte del 29, todo el 30 y parte del 31. La historia romana de estos dos años se puede reconstruir a partir de Suetonio, de Dión Casio y de Flavio Josefo. Pues bien, nada hay en esta historia que pueda suscitar el rechazo de un lector de la Alta Edad Media hasta el punto de inducirle a mutilar el libro. La encuesta debe ir por otro lado.

Poncio Pilato fue prefecto de Judea del 26 al 36. Los historiadores del cristianismo suelen situar la crucifixión de Jesús en los años 29 o 30. Es altamente probable que Tácito incluyera en sus Anales una breve referencia a este episodio. En efecto, Tácito, mucho más que Suetonio, presta atención a hechos acaecidos en las provincias. Una revuelta en Judea, seguida del suplicio del sedicioso, no era un suceso de todos los días en el Imperio romano en el siglo I. Además, Tácito sabía quién era el ajusticiado: lo menciona en el libro XV, 44 de los mismos Anales: «Su nombre (el de cristianos) proviene de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio, fue ejecutado por el procurador Poncio Pilato.»

Es pues altamente probable que en el libro V de los Anales, en la reseña del año 29 o 30, Tácito incluyera una breve descripción del suceso de Jesús. Tácito, experto jurista, sabía que la mors aggravata, como lo era la crucifixión, sólo se aplicaba a crímenes gravísimos, y sobre todo a delitos de lesa majestad, es decir, a la sedición.

Un cristiano de la Alta Edad Media, probablemente un monje, consideró que esta noticia de Tácito ultrajaba la memoria de Jesús, y se las arregló para arrancar el cuadernillo entero de los Anales donde estaba consignada, obrando hábilmente para que ninguno de sus colegas se diera cuenta de la mutilación.

¿Qué decía el pasaje de Tácito? Es imposible reconstruirlo en su integridad, pero si puede afirmarse que tenía que coincidir con la noticia conservada en Anales XV 44; Jesús fue ajusticiado por Poncio Pilato con la pena reservada a los sediciosos.

Es probable que Tertuliano conociera este pasaje de Tácito, pues en Adversus Iudaeos 8 afirma que Jesús fue crucificado en el año 29 bajo los dos cónsules mencionados por Tácito. También se halla esta información en la Crónica de Sulpicio Severo (II 27,5). Sulpicio la halló con toda seguridad en los Anales, pues unas páginas más adelante describe el martirio de los cristianos bajo Nerón en el año 64 en los mismos términos de Tácito en Anales XV 44, siendo el único autor antiguo que menciona este texto (aunque sin citar a Tácito).

Es por lo menos curioso que nadie entre la ingente multitud de estudiosos confesionales que han abordado el tema de la realidad histórica de Jesús haya mencionado la intrigante laguna de los Anales. Algunos historiadores laicos, pocos, sí la reseñan. Por mi parte, he expuesto cumplidamente esta cuestión en dos libros: El desafío cristiano (1995 ) y Jesús, el galileo armado (2008). Pero ningún historiador ha recogido el tema, que de este modo sigue ignorado del gran público. Por este motivo decidí escribir sobre ello una novela, para ver si con este procedimiento se enteraban de una vez. El silencio de Tácito está ahora en la plaza pública. Los lectores tienen la palabra.

Saludos cordiales de Antonio Piñero y de José Montserrat Torrents
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