En defensa de los judíos, el “Contra Apión” (y II) (400-14)



Hoy escribe Antonio Piñero

Concluimos hoy con nuestro breve comentario al “Contra Apión”.

El libro II se dirige ya especial y directamente contra Apión y sus nuevas calumnias contra los judíos. Este personaje, tras las huellas del sacerdote egipcio Manetón, del siglo III a.C., afirmaba también que los hebreos habían salido expulsados de Egipto, aquejados de lepra, rechazados por el Faraón, y que la observancia del sábado se debió a unas úlceras en las ingles durante el camino del desierto, por lo que debieron descansar al séptimo día de su viaje. Josefo analiza y refuta tales infundios.

Luego ridiculiza Josefo otros ataques de Apión contra los judíos de Alejandría y sostiene que su asentamiento en la ciudad es legal y beneficioso, y que tanto los reyes ptolemeos como los romanos han mostrado gran aprecio por los judíos a lo largo de la historia.

Debido a su monoteísmo no tienen los judíos por qué adorar la efigie del Emperador. Ridícula igualmente y absurda es la acusación de que los judíos reverencian a una cabeza de asno, e ignorante, blasfema y grosera la patraña de que los judíos hacen engordar a propósito a un niño griego y luego lo inmolan ritualmente a su Dios. Otras falsedades son el supuesto juramento de odio a los griegos, la falacia de que entre los judíos no haya habido jamás hombres geniales, o las razones para la abstención de carne de cerdo, que son presentadas por Apión como ridículas, etc.

A continuación pasa Josefo de la defensa ante las patrañas a la exposición positiva de la esencia del judaísmo y comienza con la excelsitud de la legislación de Moisés. Este legislador es el más antiguo de los legisladores humanos y sus leyes son sapientísimas y útiles. En ellas se ven armonizadas los preceptos y la práctica. Todos los judíos conocen de memoria la Ley, respetan la tradición y la cumplen, si es necesario hasta la muerte.

Por el contrario, la religión de los griegos se basa en un ridículo panteón de dioses, inmorales e indignos. Otros pueblos imitan a los judíos y castigan la impiedad. La ley judía, excelsa, ha sido adoptada por varios pueblos y los filósofos griegos en sus escritos y filosofía siguieron a Moisés, aunque en secreto, porque le da vergüenza sentirse deudores, al defender la misma idea de Dios y enseñar una vida sencilla y la concordia entre los hombres.

La obra termina con una recapitulación de algunos de sus argumentos y una brillante conclusión: los judíos, pueblo más antiguo, han iniciado a otros pueblos en muchas y hermosas ideas.

Josefo se muestra absolutamente sincero y seguro de sus argumentos en la defensa del judaísmo. Aunque hoy día parezcan pueriles, en la Antigüedad circulaban ciertamente esos infundios sobre los judíos, que tenían una refutación fácil atendiendo a los rasgos e ideas generales de la Biblia.

Debido a la brevedad pretendida, Josefo no hace una exposición completa del judaísmo, y muestra un curioso afecto por la modalidad alejandrina, más que por la palestinense, de donde él procedía. Su largo contacto con el Helenismo grecorromano hizo que Josefo se sintiera más a gusto con una concepción de su religión más intelectual, más helenizada, más acorde con Filón de Alejandría, y su interpretación helenizada del judaísmo, que con la de los estrictos fariseos de su Israel natal, a los que decía pertenecer.

Como hemos dicho anteriormente, las fuentes del Contra Apión debieron de ser las mismas de las que se nutren las de diversas secciones de las Antigüedades. La enorme cantidad de autores citados y algunos fragmentos de ellos vuelven a ser de interés para la moderna historia y filología, pues de algunos de ellos apenas se conserva nada más que lo atestiguado por Josefo.

Por otro lado, muchos comentaristas de la obra josefina afirman que el historiador judío conoció muchas de sus fuentes no de un modo directo, sino sólo por compilaciones, resúmenes o repertorios helenísticos donde había encontrado citados o extractados a diversos autores. No sería esto extraño, pues es bien sabido que la producción manual del libro en la Antigüedad hacía de éstos un producto caro, por lo que abundaban epítomes, resúmenes y síntesis en donde se recogían en pocas hojas de papiro o pergamino una erudición que, de ser de primera mano, requeriría una enorme y costosa biblioteca.

Por tanto, no es muy probable que Josefo poseyera todos los libros que cita, aunque no imposible, ni tampoco hubiese sido raro que frecuentara algunas bibliotecas de Roma bien nutridas. Sea de ello como fuere, lo cierto es que muchas de sus observaciones eruditas son atinadas. Otros escritos actuales contra los que polemiza, como los de Lisímaco y Queremón, debieron ser conocidos por Josefo directamente.

Por otro lado, cuando los testimonios de autores antiguos son favorables a las tesis projudías, Josefo los acepta sin ninguna crítica. Respecto a la manera de argumentar, Flavio Josefo es menos brillante que Filón de Alejandría, en el que quizás se inspire, y tiende a ser más superficial y simple. El talante de las obras respectivas, de Filón y Josefo, es radicalmente diferente.

Según la opinión crítica del historiador Riccioti (en su introducción a la Guerra de los judíos y demás obra de Josefo, Madrid, Eler, 1960), el historiador judío, precisamente en esta obra de erudición y polémica histórica

“no es más que un ropavejero, un anticuario de la historia, que sin darse cuenta nos ha salvado en su almacén algunos preciosos tesoros” (p. 154).


Del Contra Apión tenemos en castellano tres versiones, si no me equivoco. La de 1966, de P. Samaranch (Aguilar) y la de José Ramón Busto Sáiz – María Victoria Spottorno (Aguilar, 1987). Más recientemente en Madrid (Gredos 1994) se publicó la de Margarita Rodríguez de Sepúlveda con introducción de Luis García Iglesias.


Seguiremos con los últimos temas.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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