Flavio Josefo como literato (400-15)


Hoy escribe Antonio Piñero


Josefo manifiesta claramente su opinión acerca de que la historia debe estar bellamente escrita: tanto importa, dice en las Antigüedades (XIV 2-3), acertar con un estilo literario que haga placentero lo que se relata como atenerse a la verdad de los hechos.

Por ello la lectura de Josefo es agradable y su lengua griega es correcta y educada, como inspirada fundamentalmente en el estilo de renombrados historiadores que le habían precedido y que son sus modelos: Tucídides, Polibio, y en menor medida Heródoto y Jenofonte. Puede decirse incluso que si en algo peca Josefo es en construir en ocasiones una historia trágica y patética, en la que el sentido literario pueda incluso moverle a manipular la presentación de los hechos (véase Guerra I 9-12).

En conjunto, sin embargo, sería injusto aformar que la historia de Josefo es ampulosa y retórica, como sí puede decirse de otros autores helenísticos, como Duris, criticado duramente por Polibio en sus Historias (II 56,11-12).

En este apartado es justo volver a recordar que Josefo trabajó siempre con la ayuda de colaboradores griegos nativos. Aunque se podría dar por seguro que nuestro autor había aprendido el griego en su juventud, no se sintió, sin embargo, totalmente ducho en esta lengua y fue lo suficientemente listo o humilde como para recabar la ayuda de expertos.

Lo cierto es que, sobre todo en la Guerra, el colaborador cumplió muy bien su cometido, pues compuso un lenguaje ático, educado y al mismo tiempo relativamente sencillo (nunca llega a exageraciones retóricas, como dijimos), que encaja a la perfección con el lenguaje de la historiografía griega de la época. Su léxico es rigurosamente helénico y su tamiz apenas deja pasar algún que otro semitismo, perceptible sobre todo en la peculiar transcripción de algunos nombres propios y topónimos.

Los estudiosos han centrado su atención en los discursos que salpican la obra de Josefo. Ya hemos mencionado antes que nos parecen muy bien construidos según los modelos de la retórica helénico-romana. Algunos investigadores, sin embargo, han creído ver en ellos la influencia de la diatriba farisaico-rabínica, por la afición a un lenguaje lleno de contraposiciones, tan propio de los debates teológicos judíos.

Sea como fuere, lo cierto es que muchos de los discursos de Josefo se leen con verdadero deleite, como el de Agripa II que intenta apartar a los judíos de sus impulsos revolucionarios respecto a Roma (Guerra II 345-407), o el de los hijos de Herodes defendiéndose de su padre ante Augusto (Antigüedades XVII), o el de Herodes mismo desmontando los argumentos de su hijo Antípatro ante el legado Varo, gobernador de la poderosa provincia de Siria (Guerra I 620-636).

Para mi novela sobre“Herodes el Grande” (Edit. Esquilo, Badajoz, 2007) estos discursos han sido de particular interés y me han ayudado mucho –dentro naturalmente de la ficción sobre un tema esencialmente histórico- a componer los discursos de mis personajes que aparecen en esa narración.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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