Juan, el hijo de Zebedeo, en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Introducción

Otro de los apóstoles de Jesús, que han suscitado mayores adhesiones de atención y devoción, ha sido Juan, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago. Son abundantes las razones que han movido a los fieles a una actitud de admiración y cariño sin límites ni reticencias. Dentro del colegio apostólico ocupa uno de los puestos preferenciales de los tres discípulos distinguidos por Jesús con un trato de intimidad especial.

En efecto, Pedro, Juan y Santiago fueron testigos oculares de circunstancias reservadas para ellos y escondidas a los ojos de los demás. La resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,21-43 par.), la transfiguración sobre el monte Tabor (Mc 9,1-9 par.) y la oración en Getsemaní (Mc 14,32-42 par.) son tres ocasiones en las que Jesús puso de manifiesto sus preferencias. En consecuencia, uno de los discípulos elegidos para las intimidades del Maestro era Juan, el hijo de Zebedeo y hermano de Santiago.

1. Identidad personal

Sin embargo, uno de los mayores problemas que llenan de incertidumbre a los investigadores sobre la personalidad del apóstol Juan es el de su identidad. Las vacilaciones de Eusebio de Cesarea son una prueba de las dificultades que afloran de los textos. Eusebio reconoce que son varios los discípulos que llevan el nombre de Juan (H. E. VII 25,14.). Tiene conocimiento de un apóstol de Jesús, de un Juan denominado el “Presbítero”, de otro Juan que compuso el libro del Apocalipsis. Sabe de forma precisa que en Éfeso se conservaban dos sepulcros que llevaban la denominación de “Sepultura de Juan” (Ibid. VII 25,16).

El autor del Apocalipsis se autopresenta con un “Yo, Juan” (Ap 9,9; 22,8), por lo que está claro que el autor del último libro del Nuevo Testamento era conocido por ese nombre de Juan. Eusebio acepta esas palabras, puesto que el mismo autor del libro lo dice, pero no se sabe qué Juan fue el que lo escribió. Porque en estos pasajes “no se identifica como hace frecuentemente en el evangelio cuando afirma que era el discípulo al que amaba Jesús, o el que se reclinó sobre su pecho, o el hermano de Santiago o el que vio con sus ojos y oyó con sus oídos al Salvador” (Ibid. VII 14).

El hecho evidente por los textos es que Juan fue uno de los primeros discípulos llamados por Jesús. Los Sinópticos describen minuciosamente la escena de la llamada. El lugar, el mar de Galilea (Mt y Mc) o lago de Genesaret (Lc). Las circunstancias, las faenas propias de su profesión de pescadores. En el mismo pasaje la llamada fue dirigida a dos parejas de hermanos, Pedro y Andrés junto a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan (Mc 1,16-20 par.). Los cuatro forman luego parte de los doce de la lista de los Apóstoles (Mt 10,2-4 par.). Este detalle está en la base de las razones por las que la tradición atribuye a Juan su personalidad de apóstol, evangelista, discípulo amado, autor del cuarto evangelio, las tres cartas y el Apocalipsis. Es un dato que debemos tener en cuenta al margen de los resultados de la investigación histórica. Nuestro propósito es presentar la vida y el ministerio de los Apóstoles de acuerdo con los datos de la literatura apócrifa.

Otra escena, que siempre ha sido referida a Juan el evangelista, es la de la vocación de los dos discípulos del Bautista, narrada con atractivos detalles en el cuarto evangelio. El relato sitúa los hechos en el contexto de la predicación de Juan el Bautista. Se hallaba éste con dos de sus discípulos cuando vio a “Jesús que pasaba y dijo: «He aquí el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron lo que Juan decía y siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, al ver que le seguían, les dijo: «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: «Rabbí (que quiere decir Maestro), ¿dónde habitas?» Él les dijo: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde habitaba y permanecieron con él aquel día. Eran alrededor de las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús” (Jn 1,35-40).

De forma sorprendente, no ofrece el relato detalles que puedan facilitar la identidad del segundo discípulo. La tradición, que atribuye a Juan de Zebedeo la autoría del cuarto evangelio, da por supuesto que ese discípulo es el autor del relato y que calla por humildad la mención de su nombre. El detalle se repite reiteradamente en toda la obra, incluido el caso de las referencias al ”discípulo a quien amaba Jesús”. Pero frente a los silencios o intencionadas omisiones en el cuarto evangelio, Juan es mencionado repetidas veces tanto en los Sinópticos como en los Hechos de los Apóstoles.

Sin embargo, el discípulo del Bautista que siguió a Jesús en compañía de Andrés, el que permanece oculto tras el silencio del autor de la narración, debía de ser alguno de los componentes de la lista de los Doce. El discípulo a quien amaba Jesús, autor del cuarto evangelio, era también obviamente un miembro del colegio apostólico. Estaba durante la última cena “recostado en el pecho de Jesús” (Jn 13,23.25), luego tenía que ser uno de los doce Apóstoles. A. Piñero presenta al autor del cuarto evangelio como el discípulo amado (Guía para entender el Nuevo Testamento, Madrid, 2006, pp. 395-398). El capítulo 21,24 del cuarto evangelio lo afirma sin género de duda, pero en ningún pasaje de la Escritura se afirma que el discípulo amado fuera precisamente Juan, uno de los hijos de Zebedeo.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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