Jesús, la política y las armas (I) (139-02)


Hoy escribe Antonio Piñero


Como prometí, deseo comentar ahora, a propósito del estreno de la película “El discípulo” el próximo viernes 23 de abril, el tema que encabeza esta postal. Son dos en realidad las cuestiones, o las coordenadas –aparte de la impostación general de la película que pretende acercarse a una parte de la realidad histórica de Jesús- vitales que encuadran la visión de Jesús ofrecida por el film:

Jesús como nazoreo de por vida, desde su bautismo. Un nazir, es el hombre consagrado a Dios por un voto especial, y obligado a observar ciertas reglas. Las más conocidas son abstenerse de vino y dejarse crecer la cabellera. Se supone además, aunque no esté en las reglas del nazireato explicadas en Números 6,1-21- que debía abstenerse de toda vida sexual mientras durara su voto, pues suponía impureza, aunque la unión fuera legítima.

Jesús implicado de algún modo en la política de su tiempo, aun en contra de su voluntad. La “política” implica aquí, en el Israel de entonces religión y en muchos casos armas. De esto hay que tratar.

Voy a dejar por ahora el primer tema (sin duda muy importante y ligado a la existencia histórica de Nazaret), y me dedicaré más al segundo que es lo que puede impactar más a los espectadores de la película en estos tiempos.

Los lectores saben que he tratado ya el “tema de Jesús y las armas”, o del “mesianismo celota” y conocen mi posición. Además me he distanciado de la postura de mi amigo José Montserrat en su El galileo armado (Edaf, 2007). Pero no se trata ahora de volver a discutirlo, sino más bien de poner de relieve que aquel que propone una participación de Jesús en la política de su tiempo y una cierta implicación, o amistad de Jesús, con los que pertenecen al ámbito de las armas no es un historiador extremista y desaforado que saca las cosas de quicio. Más bien, como he dicho en otras ocasiones, se une a una plétora enorme de investigadores que han insistido en este punto desde 1768.

En la película –y esta es una de las frases insertadas por mí en el guión- Jesús afirma claramente “Yo no soy un hombre de armas”, ni las utiliza jamás en la película. Pero esto no implica que se vea rodeado de gentes propensas a portarlas y a utilizarlas en nombre de Dios. Piénsese que estamos en el Israel ocupado por los romanos del siglo I y que entre la muerte de Jesús y el levantamiento de la Primera Gran Revolución judía no median más de 33 años. La temperatura mesiánica violenta del pueblo judío era elevadísma por aquellos dias.

Pongo un ejemplo aclaratorio: piensen en un ciudadano árabe de la actual franja de Gaza, que vive bajo la constante presión de Israel. Es un hombre educado, por ejemplo un médico. Su mentalidad es profundamente democrática, aborrece la violencia, y conoce bien el ámbito democrático y antiguerrero que existe fuera, por ejemplo, en Occidente. Pero imagínenselo en su trabajo diario, sin medicinas, en un hospital precario, agobiado por la falta de todo… ¿Con quien estarán sus simpatías? ¿Estarán los sentimientos de este médico -repito demócrata y pacifista- con Israel, o bien con sus hermanos árabes, incluso con los que empuñan las armas? ¿A quiénes mirará con ojos más favorables? ¿Quiénes serán sus amigos? ¿Con quienes se juntará diariamente? Incluso aunque tales gentes porten armas, incluso aunque las hayan empleado alguna contra los israelitas a los que consideran los causantes de sus males, tales personas gozarán de las simpatías de ese médico.

Lo mismo podía pasar con Jesús, sobre todo si se piensa que él era el heraldo de un reino de Dios que habría de venir de inmediato en el que no tendrían cabida alguna los romanos y los griegos y otros extranjeros si no se convertían o cambiaban al menos su actitud por la de un profundo respeto hacia el Dios de Israel y hacia su pueblo elegido.

Es cierto que de Jesús se ha transmitido que ordenó “amar a los enemigos”, presentar la otra mejilla y “el que te obligue a andar con él una milla, ve con él dos” (Mt 5,38.41), puesto que al parecer estos ejemplos se refieren expresamente a prácticas vejatorias de los invasores romanos con la población judía sometida. En apariencia Jesús manda amar a los romanos incluso en situaciones comprometidas de hostilidad por parte de éstos.

La cosa no es tan sencilla, sin embargo, y conviene detenerse en ello.

Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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