En la época en que el maestro Shukô escribía un libro sobre los actos encomiables de un monje Zen, se acercó a él un novicio, que en términos arrogantes y con impertinencia le espetó:
"¿Qué sentido tiene escribir esta clase de libros si según el Zen no existen el bien ni el mal?".
A lo que Shukô respondió:
-"Los cinco agregados ofrecen vínculos y los cuatro elementos llegan a prevalecer; ¿cómo, pues, puedes tú decir que no existe el mal?".
El novicio insistió:
-"Los cuatro elementos se hallan, en definitiva, totalmente vacíos, y los cinco agregados no poseen la más mínima realidad".
Shukô le propinó una bofetada y dijo:
-"Hay muchos que solo son doctos. Tú todavía no estás en el camino recto. ¡Dame otra respuesta!".
Pero el novicio no respondió, y se dispuso a irse, con el rostro ensombrecido por la cólera.
-"¿Y decías que no hay mal? -añadió el maestro, sonriente-. ¡Quita el polvo de tu propia cara!".