Jesús como maestro. Un libro de Pheme Perkins (II) (141-02)


Hoy escribe Antonio Piñero

Concluimos hoy la presentación y breve comentario al libro de Pheme Perkins sobre la enseñanza de Jesús que iniciamos en la nota anterior.

Mi opinión sobre el libro es en líneas generales positiva: pero me ha gustado más la parte general del principio, el enmarque de Jesús como maestro en el Israel de su tiempo, que el tratamiento de algunos temas concretos.

Un primer ejemplo: cuando la autora trata de que el mensaje de Jesús es para todas las gentes (de Israel) intenta por todos los medios probar que los relatos de las relaciones de Jesús con las mujeres demuestran que éstas no fueron sólo oyentes, sino verdaderas discípulas. Una aportación más, en este caso de Perkins, a uno de los mitos “fundacionales” del cristianismo construidos en el siglo XX (Kathleen Corley dixit: Women and the historical Jesus. Feminist Myths of Christian Origins ("Las mujeres y el Jesús histórico. Mitos feministas den los orígenes cristianos"; Santa Rosa, Polebridge Press, 2003 y A. Piñero, Jesús y las mujeres, Aguilar, Madrid 2008).

A la verdad no veo razones por ninguna parte. Ni siquiera en Lucas, que trata a las mujeres con gran deferencia y respeto pero que, conforme a la época, jamás las presenta activas ni participantes en la diseminación del mensaje del Reino. No valen los ejemplos de curaciones. Salvo el de la mujer con flujo de sangre –Mc 5,24-34-, todas las demás curaciones de féminas se realizan en la casa. La mujer sirofenicia es una excepción, pero al ser pagana y no pertenecer a las ovejas de la casa de Israel no cuenta. La escena de Marta y María, que escoge la mejor parte ¡a los pies de Jesús! (Jn 12,1-8) tampoco vale; ni la de la unción a Jesús , en el que la mujer (en Mc 14,3-9 y Mt 26,6-3) reconoce algo que no hacen los discípulos: saber y proclamar que Jesús es el siervo doliente de Yahvé que va a morir voluntariamente.

Tampoco valen estas escenas para probar la tesis propugnada por la autora porque lo que no dice ésta es que tanto la escena de Juan como la de la unción en Lucas son consideradas, tal como están en los Evangelios, como no históricas, según la inmensa mayoría de los intérpretes.

Igualmente veo confusa el ordenamiento del material a la hora de explicar al lector cómo se forma la Fuente Q y cómo los dos evangelistas que la utilizan la reelaboran. Queda claro que en esta “Fuente de los dichos” se puede percibir la enseñanza primitiva de Jesús, pero en el caso de la exposición de Perkins me parece que el lector puede acabar por no saber bien, exactamente, qué es original de Jesús y qué pertenece a la comunidad o redacción posterior.

Sí me parece interesante el tratamiento del tema del divorcio y cómo se desarrolla la enseñanza primitiva de Jesús sobre este asunto -doctrina bastante rigorista y muy parecida a la de los esenios- en la comunidad primitiva, la cual –afirma la autora- cuando la acomoda a sus vida presente no lo hace simplemente para adecuarse a cambiantes circunstancias, sino para guardar siempre el espíritu de la “santidad y pureza del matrimonio” que presidió el tratamiento de Jesús de este tema. Estoy muy de acuerdo con la autora.

Pero menos de acuerdo estoy en el tratamiento del tema de la “riqueza y los ricos”. El libro pasa de puntillas sobre el requerimiento extremo de Jesús de la venta de todos los bienes para disponerse a las exigencias del Reino, y tampoco se menciona que hay un punto de revolucionario en Jesús, contra el orden social vigente en su tiempo, cuando condena a los ricos en cuanto ricos, comos se ve claro en la parábola del mendigo Lázaro y el rico epulón (Lc 16,19-31). Los ricos no gozan de la compasión de Jesús porque ya han disfrutado en esta vida.

Y finalmente, el tema del amor a los enemigos: sin decirlo claramente, Ph. Perkins expone toda este espinosa cuestión como si Jesús tratara siempre de las relaciones personales. Estoy muy de acuerdo con esta opinión, como saben los lectores, pero hubiera sido interesante la exposición del comportamiento de Jesús contra los enemigos públicos de Dios y de su Reino, a los que –expuse en este blog- no ama en absoluto, sino que los critica acerba y reciamente, quizás porque no ve en ellos disposición alguna de conversión a Dios. Dice expresamente la autora que el espíritu de Jesús era que bendecir al perseguidor, rezar por él y no albergar deseos de venganza deja abierta la puerta para que esa persona reflexione y se convierta. El o los individuos en cuestión se transmutan de enemigos del Reino en amigos, precisamente por la dulzura de comportamiento del seguidor de Jesús. Es lo mismo que yo sostengo.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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