Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Tomo IV: “Ley y amor” (I) (145-01)



Hoy escribe Antonio Piñero



Dedicaremos una pequeña serie de comentarios, probablemente uno por capítulo (salvo que sea necesario dividirlo por la abundancia de la materia) a este libro imponente de John P. Meier, jesuita, catedrático de Nuevo Testamento y estudios religiosos de la Universidad norteamericana de Notre Dame, que es el volumen IV, pero el tomo V de una obra que el autor anuncia tendrá un volumen más (probablemente con subdivisiones en tomos), y tratará de los temas que faltan: parábolas de Jesús; títulos cristológicos de Jesús propios o atribuidos, y su condena y muerte (sólo éste tema tiene dos densos tomos en el comentario de R. E. Brown, La muerte del mesías, también de Verbo divino).

John P. Meier, Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Tomo IV: Ley y amor, Editorial Verbo Divino, Estella, 2010, ISBN: 978-84- 9945-02-5. 732 pp.


Los temas generales tratados en este volumen son: el "Jesús histórico es el Jesús haláquico" (es decir, el Jesús que está totalmente implicado en las discusiones de su tiempo sobre la Ley, y que la interpretación de ésta es parte importante de su quehacer ministerial); determinación del concepto de “Ley” en el judaísmo de época de Jesús y en la mente de éste; enseñanza de Jesús sobre el divorcio; la prohibición de los juramentos por parte de Jesús; Jesús y la observancia del sábado; Jesús y las leyes de la pureza; y finalmente, los mandamientos del amor. Como se ve tema abundante para un tomo denso.

La Introducción me parece muy interesante y contiene observaciones admirables. Comentaré las que estimo más importantes. El tema de Jesús y la ley es tan difícil tal como está el texto de los Evangelios (como diremos luego mezcla de historia y teología) que parece una cuestión insoluble. Meier no cree haberla resuelto del todo y opina que quedan puntos absolutamente enigmáticos. Llega a formar que tras seis años de investigación “cualquier libro o artículo escrito (hasta ahora) sobre el Jesús histórico y la Ley ha estado equivocado en gran medida” (p. 30; en la página 33 es más moderado: “muchas de las investigaciones del pasado…” no “todas”, implícitas en el sintagma “cualquier libro” [¿menos el suyo?]).

Es preciso para investigar la mentalidad de Jesús tener en cuenta no sólo los Evangelios, sino el material e corte legal de Qumrán, y el correspondiente de los Apócrifos del Antiguo Testamento (uno de mis temas; aunque se me acusó hace tiempo de sacarme textos de la manga para iluminar el pensamiento de Jesús a base de esos textos declarados apócrifos quizás un centenar de años después de la muerte de Jesús), más los “revitalizados estudios sobre temas legales en Josefo y Filón de Alejandría”.

El uso del material rabínico (a partir del siglo II, pero sobre todo desde cª 220, composición de la Misná y textos adyacentes como la Tosefta, y el Talmud, de los siglos V al VII) es especialmente “sensible” para Jesús y el Nuevo Testamento en el sentido de que ha de hacerse con el rigor crítico necesario, a sabe hay que de estar suficientemente seguro de que representa una noticia que puede adscribirse a la época de Jesús (¡200 años antes por lo menos!). Meier nada dice de los targumim (traducciones parafrásticas del texto de la Biblia hebrea, quizá porque en ellos no hay apenas material haláquico o legal.

Meier insiste en que metodológicamente hay que hacer tres distinciones fundamentales, que en fondo son una sola distinción neta entre hacer teología / hacer pura historia:

1. Diferenciar bien entre un estudio cristológico y otro histórico. La cristología o ciencia que estudia a Jesús como Cristo, mesías, opera dentro de la fe cristiana, mientras que la búsqueda del Jesús histórico, prescinde por naturaleza de esa fe o la pone entre paréntesis. Eso no significa que la niegue, sino que simplemente no la tiene en cuenta.

Sin duda alguna, recalca Meier, “el ‘Jesús histórico’ es una abstracción, una construcción moderna”. Cierto, opino, pero esa construcción sólo es posible cuando se utilizan en el estudio de los Evangelios los instrumentos de la investigación moderna. Naturalmente tal abstracción “no coincide con la plena realidad de Jesús de Nazaret”, pero se acerca mucho más a ella que cualquier estudio puramente cristológico/teológico. Hasta el siglo XVIII jamás se dudó de la veracidad, al pie de la letra, de cuanto se decía en los Evangelios de Jesús. Pero la imagen que así se conseguía de Jesús distaba -y dista- enormemente de la que ofrecen los resultados de quien como Meier emplea esos instrumentos científicos con honestidad.

Escribe literalmente:

“Si los estudiosos aplicaran estos métodos con competencia profesional, lógica rigurosa e integridad personal, tendríamos una buena razón parea esperar que su construcción abstracta se aproximara al judío del siglo I llamado Jesús de Nazaret e incluso coincidiera en parte con él” (p. 40).


2. La segunda distinción, contenida de hecho en la primera, es importante y merece ser copiada al pie de la letra: es

“La necesaria separación entre nuestro conocimiento de un judío palestino del siglo I llamado Yeshúa de Nazaret y nuestro conocimiento, nuestra fe-conocimiento de Jesucristo que es para los cristianos su Señor crucificado y resucitado” […] Los “historiadores académicos, prescindiendo de la fe por exigencias del método, deben insistir en que el objeto de su investigación, el Jesús histórico, fue siempre sola y enteramente un judío del siglo I, sin ornamentos cristianos ocultos bajo su manto de judío, sin gloria de resurrección que proyecte su luz hacia atrás, a los momentos oscuros de su ministerio público y a la lóbrega hora de la cruz. […]


"Todo lo que un historiador, precisamente como historiador, puede saber es que hubo un judío circuncidado, natural de Galilea que, en las primeras décadas del siglo I d.C., subía regularmente a Jerusalén para guardar incluso las menores fiestas judías en el Templo mientras desempeñaba su ministerio profético. ¿Qué clase de judío era? ¿Dónde estaba exactamente en el abigarrado mapa del judaísmo de su tiempo? ¿Cuánto divergía de lo que con cierta vaguedad podríamos llamar la ‘corriente principal’ del judaísmo? Todas éstas son cuestiones dignas de debate. Pero si hay algún logro realmente seguro en la llamada ‘tercera búsqueda’ es la firme convicción a la que han llegado erudito como Geza Vermes y E. P. Sanders: Jesús fue ante todo, después de todo y solamente un judío” (p. 35).


Lo único que añadiría a los parágrafos anteriores -con los que estoy totalmente de acuerdo- sería algunos nombres más de la investigación judía como Joseph Klausner o David Flusser y más…, y lamento que Meier siga empleando la expresión “tercera búsqueda” que después del excelente, doble artículo de F. Bermejo en la Revista Catalana de Teología de 2005 (pp. 349-406) y 2006 (53-114) no debería utilizarse ya nunca más (desgraciadamente, hispanicum est non legitur! = "Está escrito en español...¡no se lee!". Meier no cita en su biliografía prácticamente a ningún estudioso español (algunos citados son o bien editores de libros en común, o tratan de temas de Qumrán).


Mañana seguiremos con la siguiente distinción y concluiremos esta primera presentación del libro de J. P. Meier.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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