S. G. F. Brandon y el odium theologicum (II)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Si los logros de S.G.F. Brandon en el ámbito de la historia de las religiones –y también en su labor en la International Association for the History of Religions, de la que fue secretario general– es ya digna de ser tenida en cuenta, sus obras sobre los orígenes del cristianismo constituyen hitos muy relevantes, en particular The Fall of Jerusalem and the Christian Church (1951) y Jesus and the Zealots: A Study of the Political Factor in Primitive Christianity (1967). La tercera obra de la trilogía –The Trial of Jesus of Nazareth (1968)– es ciertamente valiosa, pero es hasta cierto punto más divulgativa y puede encontrarse en ella mucho material de las obras anteriores.

La grandeza de estas obras consiste, para decirlo rápidamente, no tanto en su erudición, sino en la coherencia, la amplitud de miras, la investigación escrupulosa y sin prisas, la falta de prejuicios, la sistematicidad y la argumentación que despliegan. Si a ello se une la probidad y la prudencia que habitualmente demuestran –la obra sobre Jesús, por ejemplo, está plagada de “es posible que”, “es probable”, “a tenor de las fuentes”, etc. etc.–, solo queda concluir que estas obras pertenecen a las imprescindibles en la investigación desde el s. XVIII hasta el presente.

Por supuesto, hay aspectos discutibles en la obra de Brandon, objeciones que cabe hacer y alternativas que considerar. Esto es visible ya en las numerosas recensiones que sus obras tuvieron, en revistas especializadas tan prestigiosas como Revue de Qumran, Journal of Semitic Studies, Theologische Literaturzeitung, Vigiliae Christianae, Recherches de Science Religieuse, Revue Biblique, Rivista di Storia e Letteratura Religiosa, etc., así como en muchas contribuciones de la obra editada por Bammel y Moule, Jesus and the Politics of His Day.

La pretensión, no obstante, de que una posición como la representada en las obras de Brandon es inverosímil, acrítica, o está “superada” es apresurada. Ese tipo de afirmaciones, al igual que las observaciones despectivas sobre Brandon –que se encuentran a menudo, sin ulterior argumentación, en libros, artículos, lecciones teológicas o Internet, y que son efectuadas por personas de las que es fácil colegir que en su vida no han leído ni una sola línea de este autor– son ciertamente el producto (otro más) del odium theologicum, dirigido hacia todo aquello que se percibe pone en cuestión las creencias y los dogmas más queridos.

Las obras de Samuel Brandon sobre Jesús y la Iglesia cristiana son hitos de la investigación, rebosantes de amor por la verdad y de inteligencia. Por su parte, quienes sin aportar argumentos emiten juicios temerarios sobre la escasa fiabilidad de Brandon o sobre su "ideología" hacen comparativamente, de los rebuznos de los asnos, sonidos francamente sensatos.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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