El arenoso fundamento del cristianismo: el lifting de Jesús

Hoy escribe Fernando Bermejo


En un post anterior, me permití realizar algunas consideraciones elementales acerca de las disputas entre (funcionarios religiosos) cristianos, encaminadas a resaltar un punto principal que es obvio para el historiador, pero que –como todo lo obvio– acostumbra a dejarse pasar en silencio, entre otras razones porque no es precisamente agradable para muchos oídos. Me refiero, por supuesto, al hecho de que los discursos cristianos habituales sobre la “fidelidad a Jesús” carecen de justificación racional y de todo fundamento histórico.

Como sabe cualquiera que haya leído los Evangelios, hay en sus presentaciones de la figura de Jesús aspectos profundos y admirables. Baste recordar la parábola del buen samaritano o la anécdota de la mujer adúltera, con el inolvidable “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Reitero aquí un juicio que escribí en un extenso artículo académico: “ciertos dichos y actitudes de Jesús resultan tan lúcidos como conmovedores y merecen formar parte del patrimonio espiritual de todo sujeto”.

Este reconocimiento elemental, sin embargo, no debería hacer olvidar que esos aspectos conmovedores no constituyen ni agotan, ni muchísimo menos, la personalidad de Jesús verosímilmente histórica. Lejos de ello. Esta personalidad, considerada globalmente, es una magnitud muy limitada, y apenas menos extraña e inutilizable en el presente que la del Maestro de Justicia, la de Juan el Bautista o la de Hanina ben Dosa.

Jesús era un galileo cuyo restringido horizonte cultural apenas sobrepasaba su instrucción religiosa, que aceptaba el sistema ritual y sacrificial del judaísmo, que tenía una idea estereotipada de los paganos, esperaba el juicio inminente, instaba a despreocuparse del trabajo, de la comida y el vestido del día de mañana o no concedía mayor importancia a los lazos familiares..., ese Jesús no tiene apenas nada que ver con una cosmovisión moderna (y su identidad representa algo ajeno aun a los propios cristianos).

Pero como este corolario es profundamente desazonante y no puede proporcionar la ilusión, la esperanza y el consuelo que mucha gente necesita, para hacer de Jesús el ídolo que es se ha sometido y se somete sin cesar su figura a lo que en alguna ocasión he descrito como un “lifting conceptual”, es decir, una operación mediante la cual se consigue que el paciente muestre un aspecto mucho más joven, terso y libre de arrugas.

Mediante este lifting, los rasgos más cautivadores de la personalidad de Jesús transmitida por los Evangelios (la concesión de primacía a la misericordia y la justicia, su énfasis en el perdón, su simpatía por los socialmente marginados) son aislados, hiperbolizados y convertidos en esenciales, mientras que sus aspectos menos simpáticos (su nacionalismo, su visionaria escatología, su adhesión al sistema sacrificial, su prédica de la condenación, la violencia de algunas de sus expresiones y acciones, sus prejuicios y sus errores, como por ejemplo el fracaso de sus profecías) son dejados en la penumbra o minimizados, cuando no negados con enrevesadas interpretaciones. De este modo se hace de Jesús el máximo modelo espiritual, el paradigma ético y un héroe subversivo y contracultural –cuando no un paladín del feminismo y el antisexismo–, lo que funge como conveniente pródromo a su apoteosis, es decir a su divinización.

La eficacia propagandística de esta operación estética es enorme, y sirve para sostener nada más y nada menos que el edificio entero de los cristianismos. Ahora bien, si además del consuelo, la ilusión y la “fuerza para vivir”, a alguien le interesa la pura y simple verdad, habrá de reconocer que un análisis crítico de la figura histórica de Jesús obliga a concluir que el Jesús derivado del lifting –el Jesús que las Iglesias, sus funcionarios y sus teólogos venden a bombo y platillo– es el resultado de una deshistorización selectiva. De una distorsión. De una mistificación. De una falsedad.

Aunque sea de vez en cuando y aunque sea inútil, el recuerdo de esa verdad tan elemental es necesario, no solo porque la verdad es lo más decente y dignificante que puede hacer un ser dotado de la capacidad de raciocinio, sino también porque sirve para poner algo más en su sitio a quienes, como es el caso de las jerarquías religiosas que en el mundo han sido, son y serán, distorsionan la figura de un judío galileo muerto hace 2000 años –presumiendo de serle “fieles”– para perpetuar sus prebendas y privilegios e intentar imponer a toda la sociedad sus a menudo delirantes ideas.

Un saludo.


P.D. 1: Entre las intervenciones de los lectores la semana pasada, hay alguna que acusa a este blogger de “generalizaciones indebidas”, mencionando que existen sacerdotes y obispos que llevan a cabo una encomiable obra social. Pues bien: este blogger jamás ha negado ni podría negar esto, que es una obviedad. Debería haber quedado claro a qué tipo de personajes me refiero. Por lo demás, y dado el tenor de ciertos comentarios, me permito mencionar que, aunque este no es un blog de derechos humanos, este blogger ha recordado y denunciado explícitamente en varias ocasiones la persecución que en ciertos países se realiza de sacerdotes y obispos cristianos.


P.D. 2: Un amable lector escribe también que le “sorprende que se atribuya indiscutiblemente a Jesús dichos y hechos que no cumplen con el criterio de atestiguación múltiple”. Dejando aparte que la atestiguación múltiple no es en modo alguno un requisito imprescindible para la postulación de historicidad (o, si se prefiere, de probabilidad histórica), si el lector tiene a bien concretar a qué textos se refiere, intentaré deshacer argumentadamente su sorpresa en un próximo post.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo



P.D. 3: De Antonio Piñero

Tanto Gonzalo del Cerro, como Fernando Bermejo y yo firmamos nuestros comentarios con nombres y apellidos, y somos perfectamente identificables en nuestro trabajo y profesión, y localizables. ¿No sería conveniente, por mera justicia y reciprocidad –manteniendo, por supuesto, la libertad de aquel que no quiera hacerlo, aunque su actitud no sea en verdad valiente, pues tirar la piedra y esconder la mano es propio de cobardes-, que quienes expresen sus opiniones en los comentarios se identificaran claramente: quiénes son, a qué se dedican, cuál es su profesión, etc. (como nosotros, los blogueros)?

Así las reglas del juego serían iguales para todos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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