Valoración de conjunto de “Jesús el galileo” de Senén Vidal (y V) (148-05)

Hoy escribe Antonio Piñero


Como prometimos, procedemos a la valoración de conjunto de esta obra, pues una estimación más precisa sería inabarcable en este blog.

En primer lugar: la exégesis de Senén Vidal me parece muy inteligente y bien informada, y un intento notable de explicar en términos históricos un panorama de la misión y figura de Jesús que a la postre cuadra bastante bien con la exégesis más o menos tradicional, de siglos. Pero para ello ha de insistir en algunos aspectos de la misión del Nazareno, olvidando o dejando en la sombra otros.

Por ejemplo, hay que dejar un tanto de lado la dilucidación de varias espinosas cuestiones de la autocomprensión de Jesús: ¿qué relación tuvo con la divinidad? ¿En qué sentido pudo sentirse hijo de Dios? ¿Es el sintagma “Hijo de(l) Hombre” un título cristológico? ¿Lo “inventó” Jesús o lo diseñaron los evangelistas? ¿Predicó Jesús sólo la imagen de un Dios misericordioso, o se mostró intransigente y duro con aquellos que no aceptaban su predicación del Reino? Son cuestiones que quedan sin respuesta adecuada en mi opinión. Es cierto que el libro es admirablemente breve, pero siempre debería haber algunos párrafos claros para dilucidar estos temas.

Por otro lado, estoy muy de acuerdo con el autor en su valentía en señalar, respecto al primer proyecto de Jesús, su encardinación en el mensaje escatológico-apocalíptico-profético judío de Juan Bautista. El haber sido discípulo de Juan Bautista sirve y mucho de encuadre fundamental para el pensamiento de Jesús, no sólo en su primera etapa, sino en las otras dos.

No me parece ya tan acertado el calificar la misión autónoma de Jesús (en Galilea; segundo proyecto) como un cambio radical de estrategia y como “un proyecto muy diferente” del de Juan. Admito que se muda el escenario de la predicación (del desierto –Juan Bautista- a la tierra de Israel, Jesús) y de un modo de misionar a otro (las gentes van a Juan a bautizarse; Jesús deja de bautizar y busca a los pecadores). Pero el que el evangelista Mateo, sobre todo, señale que las palabras de la predicación de Jesús –Convertíos; se acerca el Reino- son al principio iguales a las del Bautista, indican una similitud profunda de fondo que –repito, creo- que no es valorada suficientemente por Vidal por su deseo de destacar la originalidad de Jesús, ya en su segundo proyecto.

Tampoco estoy de acuerdo en la insistencia de Vidal en definir como “símbolo” el concepto del reino de Dios predicado por Jesús. El diccionario de María Moliner, y supongo que cualquier otro, indica que símbolo es un “objeto o cosa que representa convencional u originalmente a otra”. Ejemplo: “la azucena es el símbolo de la pureza y el olivo, de la paz”. Creo que llamar al “reino de Dios” un símbolo es imposible, porque el símbolo nunca es lo mismo que lo simbolizado. Y a lo largo del libro de Vidal se habla del reino de Dios no sólo como símbolo sino como realidad complexiva, es decir, el reinado de Dios como realidad sobre la tierra (que resulta transformada) que implica también el designio salvador divino y su actuación sobre el hombre (también transformación interna y externa, plenificación, consecución del objetivo para el que fue creado antes del pecado del Paraíso, etc.). Jesús creía a pies juntillas la realidad de lo que predicaba. No hablaba de un símbolo.
Si no me equivoco, esta tendencia nace, o se refuerza, con la difusión de un libro de Norman Perrin, que leí hace muchos años, y que se titulaba algo así como Rediscovering the Teaching of Jesus

Vidal insiste mucho en este aspecto, y poco en la idea –tan contraria al cristianismo de hoy- que el reino de Dios de Jesús y del judaísmo de su época era ante todo una realización “aquí abajo”, y que del cielo y del paraíso se hablaba muy poco, o nada, en la esperanza de Israel. Cierto que lo afirma indirectamente al compararlo con el reino judío que nace con la fundación del Estado; pero esta insistencia en el aspecto político y social del red en Jesús es muy débil.



En todo caso, teniendo en cuenta lo que Jesús afirma en Mc 10,26-30 (“En este tiempo [el discípulo de Jesús] recibirá el ciento por uno en casas, etc.; y en el mundo venidero, la vida eterna), debe insistirse en que el reino de Dios tiene claramente dos fases: una terrenal, larga y llena de bienes materiales y espirituales; y otra, ultramundana, en la predominarán los bienes espirituales.

Y habría que señalar también que el concepto del reino de Dios en los Evangelios dista mucho de ser claro, porque se superponen -la mayoría de las veces en supuestas palabras puestas en labios de Jesús- dos conceptos del reino de Dios futuro: uno el judío; otro, el cristiano que está condicionado por el retraso de la “segunda” venida de Jesús o “parusía” y que afecta a la transmisión de los dichos de Jesús sobre el Reino.

Tampoco veo que esté suficientemente fundada la insistencia de S. Vidal en la presencia real “ya y ahora”, en tiempos mismos de Jesús, del Reino. Ya hemos repetido hasta la saciedad que el número de textos sobre el reino “ya comenzado y existente en tiempos de Jesús”, es muy exiguo… quizás los únicos explícitos sean Lc 11,20 (“Pero si con el dedo de Dios expulso yo los demonios, entonces el reino de Dios ha llegó a vosotros” y Lc 17,20-21 (… no es observable la venida del reino de Dios…; el reino de Dios está ya entre vosotros/ a vuestro alcance), textos en extremo discutidos.

Vidal defiende su postura afirmando que la mayoría de los textos que hablan de un reino de Dios futuro son creación, o remodelación, de la Iglesia primitiva… Que hay otros no tan claros pero que deben entenderse como “reino de Dios presente”… (ejemplo Mc 1,15 y Lc 10,9), que el reino de Dios es un proceso dinámico ya en marcha, y que el futuro significa sólo la plenitud de lo ya iniciado realmente en el presente de la vida pública de Jesús. Esta idea, bella por otro lado, me convence poco a la luz de los notables pasajes evangélicos que hablan clarísimamente de un reino de Dios futuro. Vidal los conoce (en un apéndice muestra reunidos todos los dichos sobre el Reino), pero tiene para ello una explicación.

Por nombrar un par de ellos sólo, de cuya autenticidad Vidal no duda: “No beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el reino de Dios…” Lc 22,18 y Lc 22,30 en donde Jesús promete que los discípulos se sentarán en 12 tronos para juzgar a las tribus de Israel cuando llegue el Reino. Y, por último, en el esquema de S. Vidal, ¿dónde colocar el Gran Juicio antes de la venida del Reino, si éste es ya una realidad presente? ¿Y los signos apocalípticos del Mc 13 antes del final, ¿cómo se entienden si el reino de Dios está ya en la tierra?

También he discutido ya largamente en otras postales el sentido de la Última Cena y la Eucaristía. Vidal ni siquiera considera la posibilidad de que Pablo (1 Cor 11,23-26) sea el creador de la interpretación “dura” de la Última Cena, en la que Jesús habla de la ingestión de su cuerpo y de su sangre…, algo impensable en un judío piadoso como Jesús (cosa que afirma Vidal repetidas veces) porque –dijimos- haría saltar en pedazos su religión.

Tampoco estoy de acuerdo en el concepto de “expiación” tal como lo explica Vidal aplicándolo a la muerte de Jesús, como si estuviere ya muy claro en el pensamiento de éste, y como si hubiera una perfecta continuidad entre el concepto de expiación en el judaísmo, en el de Jesús y en el cristianismo posterior. En mi opinión no es así, ni mucho menos. La expiación para el judaísmo de los años de Jesús –e igualmente para éste- sólo podía realizarse en el Templo; el sentido de expiación atribuido a la muerte de los mártires macabeos. Véase 2 Mac 6,8 y 7,37-38, que son los únicos textos para sustentar esta opinión:

• “Que los jóvenes arrostren una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley…”

• “Yo, lo mismo que mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes de nuestros padres, suplicando a Dios que se apiade pronto de mi raza…”


En mi opinión estos pasajes no prueban nada. La expiación en el sentido de “morir en lugar de otros” y con ello eliminar el pecado ante Dios por ese sacrificio es, en mi opinión, un concepto totalmente ajeno a Jesús y al judaísmo, y es mucho más propio de la religiosidad greco-latina. El concepto de expiación en el judaísmo sólo puede restringirse a una especie de “eliminación de obstáculos” para que Dios actúe, una suerte de “meter prisa a Dios para que active sus actos de salvación”. Pero no es propiamente una expiación por los pecados, que en tiempos de Jesús sólo se lograba por el arrepentimiento interior y era sólo refrendada y confirmada externamente por un sacrificio en el Templo. Nada de esto queda claro en el libro de Vidal.

Y por último, tampoco veo claro que el “mapa de la esperanza” en el cristianismo subsiguiente a Jesús no sea más que una prolongación consecuente del pensamiento de Jesús. Y no lo veo porque ya el concepto mismo de reino de Dios cambia profundamente en Pablo y en los cristianismos que dependen de él, y también cambia el concepto de paraíso y de cielo.

En fin, admitamos que la esperanza en un futuro mejor, en el ámbito del reinado de Dios, sea idéntica en el cristianismo a la de Jesús, pero los medios para conseguirla cambian por completo en el cristianismo. Para Jesús, entrar en el reino de Dios suponía cumplir con la ley de Moisés, entendida en su esencia y profundidad… y ¿es éste el medio como el cristiano consigue el reino de Dios según la teología cristiana? De ningún modo. Hay, creo, un abismo de concepciones muy diferentes. Lo continuo entre Jesús y sus seguidores (al menos entre los “paulinos”) es poco; lo diferenciador es mucho.

Pero, como otras veces, no deseo quedarme con el sabor de lo negativo. El libro de Senén Vidal también me ha gustado en otros aspectos y me hecho pensar; tiene percepciones magníficas y merece leerse, así como dije de su base (el volumen sobre “Los tres proyectos de Jesús”). Los dos hacen reflexionar sin ser en absoluto grandes mamotretos, sino breves, claros y sintéticos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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