Juan de Zebedeo en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

El episodio de la perdiz de los HchJn

En atención a un amable lector de nuestras notas adelanto lo que tendría que ir en un apéndice según mi proyecto original. En la edición de los HchJn, incluida en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles (Acta Apostolorum Apocrypha) de R. A. Lipsius y M. Bonnet, aparece el episodio como capítulos 56-57 del texto (vol II 1, pág. 178-179). Un asterisco delante de los números de los dos capítulos y las referencias a ellos en la Introducción al volumen II 1, pág. XXIX, es una prueba de las dudas que fomenta el fragmento sobre su posibilidad de pertenecer a los primitivos HchJn.

El fragmento se ha conservado en el códice Q de la Biblioteca Nacional de París (s. XI), en el contexto de otras tradiciones sobre el apóstol Juan. Junod & Kaestli dan por supuesto que no pertenece al conjunto primitivo de los HchJn, como pensaban la mayoría de los investigadores hasta entonces (1983). Sin embargo, no está claro que se trate de un fragmento totalmente ajeno a la obra. Además, el lugar en que suelen situarlo los editores es una de las lagunas detectadas en el texto, en la que podría encajar sin problemas la anécdota de la perdiz. En la edición de los HchJn del primer volumen de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles de nuestra edición (de A. Piñero y G. Del Cerro) puede verse el texto griego del códice Q con su traducción española como Apéndice 1, págs. 456-457.

El texto del códice Q ofrece una versión, que luego ha sido modificada por obra y gracia de los ascetas que le han dado un sentido distinto. Se encontraba Juan descansando cuando llegó volando una perdiz, que se puso a revolcarse en el polvo delante de él. Juan se entretuvo en contemplar la escena. Un sacerdote, que era oyente de Juan, cuando lo vio entretenido en un asunto tan poco trascendente, quedó escandalizado. Pensaba cómo era posible que un hombre tan importante se entretuviera en detalles tan poco dignos. Juan conoció en espíritu lo que pensaba el sacerdote y le dijo: “Mejor sería que te entretuvieras contemplando a una perdiz bañándose en el polvo en vez de mancharte con malvadas e impuras acciones”. Añadió que el Señor lo había traído hasta allí para obtener la conversión y el arrepentimiento. “La perdiz, en efecto, es tu alma”.

El anciano se dio cuenta de que nada le pasaba inadvertido a Juan, quien le reveló secretos que ocultaba en su corazón. Se postró sobre su rostro, arrepentido de sus osados pensamientos, y le pidió que rogara por él. Juan le instruyó y lo envió a su casa. Se retiró el anciano a su casa dando gloria a “Dios que está sobre todas las cosas”.

El episodio de la perdiz tiene una versión más interesante en las Colaciones de Casiano, asceta que vivió del 360/65 al 435 (Colaciones, 24, 20 (CSEL 13, 697,8s). Así suena el relato en el texto de Casiano: Se encontraba el apóstol Juan entretenido en jugar acariciando a una perdiz. Vino a él un filósofo vestido cazador, que se sorprendió al ver a Juan ocupado en una diversión tan poco elevada. Le preguntó si era aquel famoso Juan, cuya fama lo había atraído con el deseo de conocerlo. Y sin más le espetó una pregunta que sonaba a reproche y acusación: “¿Cómo es que te ocupas en tan viles diversiones?”.

Juan le contestó con una pregunta ad hominem, llena de intención: “¿Qué es lo que llevas en la mano?” “Un arco”, respondió el cazador. Juan insistió: “¿Y por qué no lo llevas siempre tensado y preparado para disparar?” El cazador se entretuvo en dar explicaciones propias de un profesional de la caza. No era conveniente llevar siempre el arco tenso, porque perdería potencia a causa de la rigidez. Llegado el caso, no se podría realizar el disparo con suficiente vigor por haber estado el arco sometido a una constante tensión. Por esa razón, el arco tenía que mantenerse continuamente en situación de relajación para mantener intactas sus cualidades.

La respuesta de Juan no tenía vuelta de hoja. Él era como un arco que tenía como tarea la delicada misión de la evangelización con sus trabajos y pesadumbres. El alma necesitaba momentos de relajación para mantenerse en plena capacidad de esfuerzo y eficacia. Si no disponía de momentos de distensión, no podía obedecer a la exigente voz del Espíritu porque estaría agotada por el esfuerzo constante. Entretenimientos como el jugar con una perdiz y similares diversiones eran la mejor medicina para el cansancio y la debilidad del ser humano.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba