"Los cuatro Evangelios", de Santiago Guijarro (I) (151-01)


Hoy escribe Antonio Piñero



Comentaremos esta semana el último libro, creo, del conocido biblista Santiago Guijarro Oporto, profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, publicado por Ediciones Sígueme, también de Salamanca (colección “Biblioteca de estudios bíblicos, 130), 2010, 575 pp. PVP: 34 €. ISBN: 978-84-301-1730-7.


En conjunto, y lo adelanto ya, me parece un libro totalmente oportuno y necesario, aunque tiene sus limitaciones debidas sobre todo, como veremos, a que el autor -que es un buen historiador, y filólogo, inteligente y mesurado- no puede sobrepasar ciertos límites que impone su aceptación de las fronteras del círculo confesional.

El libro fue concebido en principio como un manual de amplio espectro, que ha ido tomando a lo largo del tiempo un aspecto más de monografía especializada, pero sin perder las virtudes que caracterizan a los buenos manuales: visión de conjunto de la opinión de los especialistas, orden en la disposición de los materiales, claridad en la exposición gracias a un estilo sencillo, abundante información bibliográfica y opinión propia bien argumentada.

“Los cuatro evangelios” parte del supuesto de que a finales del siglo II la Iglesia reconoció como sagrado el evangelio “tetramorfo”, es decir, lo que se definió como un “único” evangelio, predicado desde el principio, en “cuatro versiones” o perspectivas, en las cuales los seguidores de Jesús vieron reflejada plenamente la “buena nueva” de su Maestro. Desde esta realidad, la obra de Guijarro se construye a partir de la convicción de que los cuatro evangelios reclaman ser leídos y estudiados conjuntamente.

La estructura del libro es la siguiente: una extensa introducción que sitúa a los evangelios en el contexto de la producción escrita sobre Jesús en la última mitad del siglo I, junto con la explicación de la historia del canon: por qué fueron seleccionados estos cuatro y no otros; es decir, qué criterios actuaron en su elección.

Luego se aborda el tema del uso del término “evangelio” para designar los libros sobre Jesús y cómo se pasó del evangelio proclamado al evangelio escrito, junto con un breve tratamiento de los títulos de los Evangelios: ¿eran originales? ¿Cuándo nacieron y por qué? No podía faltar tampoco en este apartado la exposición de la problemática en torno al “género literario” al que pueden adscribirse los Evangelios. Tras estudiar los rasgos comunes a los cuatro y presentar su proclamación como un “kerigma cerrado”, Guijarro se decanta por situar los evangelio en el amplio marco de las biografías de época helenístico-romana, con algunas peculiaridades.

Después de esta amplia introducción general viene una primera parte del libro que es como una continuación de los temas introductorios, aunque ya referidos a la problemática estricta de los cuatro evangelios canónicos concretos:

A. Esta primera sección aborda las relaciones entre los cuatro Evangelios, comenzando por el problema de cómo ha llegado su texto hasta nosotros:

• La crítica textual y sus limitaciones.

• ¿Cómo abordar hoy el problema sinóptico?, es decir, qué relaciones mantienen entre sí los tres primeros evangelios? Aquí se decanta claramente Guijarro por la prioridad del Evangelio de Marcos y por la admisión de la “Teoría de las dos fuentes” o documentos: acepta como muy probable la existencia de la Fuente “Q”, como hipótesis más probable que su contraria.

• La relación del sorprendente Evangelio de Juan con sus tres antecesores.

B. Otro apartado importante está dedicado a dilucidar los antecedentes orales y escritos a los cuatro Evangelios. Guijarro destaca más que otros autores la importancia vital de la tradición oral en la formación de los Evangelios, en consonancia con el interés dedicado a este tema en artículos científicos suyos sobre este tema. Distingue aquí entre tres tipos de tradición oral, que empezó a formarse en tiempos de Jesús –tema discutible, como veremos-, la de la generación apostólica, tras la muerte del Maestro, y la postapostólica, tras el fallecimientos de los testigos oculares.

Luego estudia la cristalización de la tradición oral sobre Jesús en las primera “hojas volantes”, primeras composiciones, normalmente muy breves, sobre dichos de Jesús y luego grupos de relatos y también de dichos: de milagros o de parábolas. Esta sección concluye con una pregunta sustancial: por qué y para quién se escribieron los Evangelios.

C. En la tercera sección de este apartado Guijarro presenta los rasgos generales y el balance de la investigación actual sobre los tres posibles documentos escritos anteriores a los Evangelios actuales, de los que podemos tener noticia deductiva:

• El Relato de la pasión previo a Marcos y a Juan;

• El Documento “Q”, las pruebas de su existencia, reconstrucción, su contenido y contexto vital: qué comunidad, o comunidades había detrás de este documento perdido.

• Y por último lo que desde R. Bultmann –en su comentario al Evangelio de Juan (en la famosa serie alemana Kritisch-exegetischer Kommentar über das Neue Testament)- se ha llamado “La fuente de los signos”, una posible composición que contenía no sólo un relato de milagros de Jesús, sino que quedó asociada posteriormente con un relato de la pasión, parecido al que tuvo ante sus ojos Marcos para finalizar su evangelio.

La segunda parte del libro, un tercio más voluminosa que la primera, está dedicada a explicar cada uno de los cuatro evangelios, según el esquema siguiente:

A. Transmisión textual; tradiciones previas; redacción y composición.

B. Lectura del Evangelio: división en partes y una suerte de breve exégesis y comentario destacando lo más importante para la comprensión global del Evangelio.

C. El contexto vital: autor, fecha y lugar de composición: situación en la que nació el Evangelio en cuestión; sus destinatarios y el lugar de cada Evangelio dentro del contexto del cristianismo primitivo.

La síntesis final del autor, o “Conclusión”, no muy amplia, pero importante, recoge las ideas y perspectivas más sustanciales desgranadas a lo largo del libro. Al estar titulada tal conclusión “La memoria de Jesús” recuerda un tanto la línea del libro de J. S. G. Dunn, Jesús recordado (Verbo Divino), que hemos comentado anteriormente en estas páginas.

El volumen se completa con una transcripción de las tres composiciones anteriores, escritas, a los Evangelios, todas ellas científicamente reconstruidas:

a) “El Relato premarcano de la pasión”;

b) El Documento “Q” y

c) “La fuente de los signos”. Este apéndice es un buen servicio al lector.


Me parece que la transcripción del último párrafo del libro merece la pena, porque indica la mentalidad con la que está compuesto el libro:

“El reconocimiento de los cuatro evangelios ponía de manifiesto que ninguna visión (es decir, concepción) de Jesús podía reflejar completamente el misterio de su identidad. La afirmación de que los cuatro constituían un único evangelio en cuatro formas situaba el ‘evangelio’ más allá de todos ellos, porque al ser necesarios los cuatro para manifestarlo se reconocía que ninguno de ellos lo contenía plenamente. El reconocimiento de que los cuatro eran necesarios muestra también que la pluralidad de visiones de Jesús (es decir, de concepciones sobre Jesús) es imprescindible para entrar en un misterio que está más allá de cada una de ellas. En última instancia la decisión de la Iglesia al proponer los cuatro evangelios como vía de acceso a Jesús expresaba una doble convicción: no hay un solo camino para llegar a él, y que él está más allá de todos los caminos” (subrayados míos) (p. 239).


El lector de este blog sabe de “qué pie cojeo”, y comprende también –creo- que no es necesario más que el subrayado en el texto transcrito, que es obra mía, para saber qué es lo que pienso al respecto.

En las próximas notas ampliaremos aspectos que me parecen importantes en este libro y haremos nuestras modestas apostillas o comentarios.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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