Tradición oral y formación de los Evangelios. Sobre el libro de S. Guijarro, “Los cuatro Evangelios” (V) (151-05)

Hoy escribe Antonio Piñero


Gran parte de la sección introductoria del libro de S. Guijarro está dedicada a la tradición oral. Y con razón, puesto que ello atiende a una percepción que hasta no hace muchos años se había descuidado un poco y que en los tiempos recientes ha pasado a un plano mucho más prominente.

Guijarro presenta un pequeño estado de la cuestión destacando cómo hace un siglo la crítica de fuentes de los Evangelios, que trataba de determinar las relaciones de dependencia entre estos escritos, partía de un supuesto erróneo: pensaba prácticamente sólo en el carácter literario de la tradición sobre Jesús y se imaginaba que la composición de los evangelios era sólo el resultado de un proceso de copia y corrección/edición de documentos escritos.

Luego vino la época del dominio omnímodo en la exégesis técnica de la escuela alemana de la “Historia de las formas”. Esta técnica de análisis suponía ciertamente que al principio de todo existía sólo la tradición oral sobre Jesús ¡, pero que muy pronto, en tres contextos vitales, centrados en la vida de las iglesias primitivas, la predicación, el culto litúrgico y la catequesis, pasaron a repetirse primero y luego a ser puestas por escrito como pequeñas unidades literarias independientes. Luego vinieron los evangelistas, quienes como meros coleccionistas o compiladores, y luego transmisores de tales unidades las ensamblaron sin más en un marco narrativo creado por ellos.

El rasgo más característico de este panorama esta que se concebían las diversas etapas de la formación del texto evangélico como estratos sucesivos que se iban superponiendo. Hoy, con una mayor insistencia en la importancia de la tradición oral, se concibe el proceso como una continuidad simultánea de la acción de poner por escrito lo que se recordaba sobre Jesús a la vez que se defiende que la tradición oral sigue manteniéndose y que uno y otro proceso interaccionan entre sí. Esta nueva idea se basa en la percepción de que la cultura del siglo I d.C. era fundamentalmente oral. Pocos sabían leer y escribir, e incluso los libros se leían primero entre amigos y más tarde, corregidos con sus sugerencias se plasmaban por escrito. E incluso en esta fase los libros se leían siempre en alta voz, incluso cuando uno leía solo, en la intimidad.

S. Guijarro insiste en que la comunicación oral se caracteriza por compaginar fidelidad y flexibilidad. Esta tradición sobre Jesús se origina, en cuanto tradición misma, según nuestro autor, ya en vida del mismo Jesús. Éste tenía discípulos y seguidores “sedentarios”, que no iban con él a todas partes, pero que le eran fieles. En casa o en círculos de amigos comenzaron allí a contarse y a conservar dichos y hechos de Jesús, sobre todo en las casas de familia con las que Jesús había tenido un contacto especial.

Guijarro, con otros autores, mantiene que la tradición oral tenía sus tipos y clases según el grado de control que la comunidad ejercía sobre su fidelidad histórica, y según el momento en el que se producía: en vida de Jesús, en la primera generación, y en la generación postapostólica

A. Había tradición oral descontrolada: consistía sobre todo en hechos de Jesús: milagros sobre todo, que eran narraciones populares, de la gentes a habían oído a Jesús alguna vez o presenciado sus exorcismos o sus sanaciones.

B. Había una tradición controlada con dos grados: informal o formalmente controlada. La formalmente controlada –que es la más fidedigna e importante- suelen ser 1) tradiciones comunitarias, de grupos sobre todo que se reunían en casas. Ejemplos, en la época después de la muerte de Jesús, pueden ser: la Última cena y las tradiciones sobre la pasión; o bien 2) tradiciones discipulares, recogidas por los Doce u otros más o menos íntimos de Jesús: son la mayoría de los dichos y algunas acciones.

Guijarro sostiene que esta tradición formalmente controlada por antiguos testigos oculares, o por los inmediatos seguidores a éstos une fidelidad con creatividad, incluso aquella transmitida y adaptada por los profetas cristianos que hablaban/profetizaban adaptando los dichos de Jesús, pero con plena conciencia de ser fieles a su pensamiento. Los cristianos, además, sabían distinguir entre lo que decían los profetas y las palabras auténticas de Jesús.

VALORACIÓN:

Creo que Guijarro es muy optimista cuando insiste tanto en la fidelidad de la tradición oral sobre Jesús. Aunque el autor hable de creatividad y adaptación de las palabras de Jesús, pienso que el lector no cae en la cuenta al leer su libro de cuán grande pudo ser esa creatividad y cuánto pudo apartarse de lo que pudo ser el Jesús de la historia.

La opinión, que se convierte casi en certeza en el libro, de que hubo una “tradición formalmente controlada” porque el grupo social de habría encargado de que fuera así es una mera conclusión sociológica a priori que no puede probarse en modo alguno. Además, Guijarro insiste demasiado poco en cuánto cambia la tradición sobre Jesús cuando la toma un evangelista y la sitúa, con muy diversísimos acentos e interpretaciones sutiles, en su obra final, que es lo que el lector de hoy lee.

Tampoco creo que esté probado que existiera ya una tradición prepascual, en vida de Jesús. Creo que en vida de éste, lo que existían, naturalmente, eran recuerdos. Opino que Guijarro confunde "recuerdos" con “tradición”. Ésta exige formalmente, por su definición misma, que se transmita de unos a otros cuando el actor, héroe, garante o causante de la tradición ya no está vivo. Mientras Jesús estuvo vivo, no había necesidad de “tradición" estricta alguna, entre otras cosas porque era innecesaria, ya que todos los seguidores de Jesús esperaban un final del mundo inmediato y la irrupción del reino de Dios. Así que no creo probado, ni mucho menos, que existiera una auténtica tradición prepascual, sino sólo la mera base de los recuerdos, como en todas las personas.

Pero cuando esos recuerdos se hacen tradición es en la época postpascual, cuando se cree ya que Dios lo ha resucitado y que ocupa un lugar especial en el cielo. Desde ese momento la creencia en el nuevo estatus de Jesús determina esencialmente la tradición que pasa a ser tradición ciertamente +testimonio de una fe previa,.

Tampoco veo claro el que la gente cristiana distinguiera entre palabras de los profetas proferidas en nombre de Jesús y las de Jesús mismo cuando ya estaban puestas por escrito en los Evangelios. Es posible que así fuera en el momento mismo del acto litúrgico o comunitario en el que se producían las tales profecías. Pero, en la corriente de la tradición que nosotros podemos percibir y estudiar, las palabras de los profetas primitivos entran en el cauce de la tradición sin marca alguna. No se decía “Esto dijo un profeta que dijo Jesús”, sino “Esto dijo Jesús”. Y así las hemos recibido en los Evangelios. Y los antiguos no tenían los instrumentos de análisis que nosotros tenemos. De modo que en último cuarto del siglo I, 50 años después de la muerte de Jesús, se confunden las dos tradiciones, la del Jesús auténtico y la de sus profetas. Nosotros sabemos distinguirlas; los cristianos, no.

Por último, Guijarro, inmune a las críticas y repitiendo la posición de Joachim Jeremias (casi diría, en plan analógico, que es posición “casi canónica”), sostiene que siempre en Pablo, en donde aparecen en el texto de sus cartas las palabras “recibir” y “transmitir” (y escribe varias veces que ello es así en 1 Cor 11,23, institución de la eucaristía) se trata de una tradición comunitaria… y a partir de los grupos judeocristianos primitivos… Hemos ya sostenido con muy buenos argumentos que no siempre es así. Además, si se examina con lupa la tradición judeocristiana que transmite Pablo, ésta es muy escasa: se reduce a la cruz, la resurrección y a la afirmación vaga e imprecisa de que estos dos eventos y su significado se prueban “por la Escrituras”, sin citar nunca pasaje alguno (1 Cor 15,3-5 y Rom 1,1-4).

En fin, que leyendo pausadamente el libro de Guijarro, y sin consultar otros autores, creo que el lector obtiene una perspectiva demasiado tranquilizante: Guijarro parece transmitir que prácticamente, menos algunas historias de milagros, toda la tradición sobre Jesús, tal como la leemos en los Evangelios es esencialmente fidedigna. Repito, es la impresión obtenida por mí de la lectura e su libro. Pero yo opino que la realidad histórica no fue tan bella como se pinta en su libro.

Concluiremos pronto.
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