Los apóstoles de Jesús en la literatura apócrifa

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

El apóstol Juan en los HchJnPr

La fiesta de Ártemis

No debemos olvidar que nos encontramos en Éfeso, la gran capital de Asia, donde se encontraba el inmenso Artemision o templo de la diosa Ártemis o Diana. Por los Hechos de los Apóstoles conocemos los problemas con que tropezó Pablo cuando predicó en la ciudad. El grito de guerra de sus opositores aludía a la “Gran Artemisa de los efesios” (Hch 19). Prócoro cuenta igualmente de la devoción de los efesios y de las circunstancias de su fiesta.

Juan tuvo la osadía de provocar la indignación de los devotos de la diosa presentándose con los vestidos negros de su trabajo cuando todos iban vestidos de blanco. Los fieles de Ártemis expresaron su enfado arrojando piedras contra Juan que no tocaron al apóstol mientras todas golpeaban la imagen de la diosa reduciéndola a trizas (c. 4).

Juan aprovechó la ocasión para dirigir una sentida alocución a los efesios, que continuaban lanzando piedras. Pero los devotos de la diosa continuaban recalcitrantes, por lo que Juan recurrió a un prodigio contundente. Pidió al Señor Jesús que manifestara su poder. La consecuencia fue un fuerte terremoto que provocó la muerte de ochocientos de los presentes. Los fieles de Ártemis cambiaron el tono de sus plegarias suplicando a Juan que resucitara a los caídos. La oración de Juan produjo un nuevo terremoto, esta vez para devolver la vida a los ochocientos muertos. Era el argumento definitivo, más que cualquier razonamiento dialéctico, de la verdad de la causa de Juan. Todo el episodio acabó con el final feliz de la conversión y el bautismo de los ochocientos accidentados.

En una ciudad vecina, de nombre Tique (“Fortuna”), Juan se encontró con tullido que sobrellevaba su dolencia desde hacía doce años (c. 6). El enfermo se dirigió al Apóstol en demanda de la salud que le faltaba. Admirado Juan de la fe de aquel hombre, le concedió la salud pronunciando la solemne fórmula: “Levántate en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

El demonio disfrazado de militar

Una de las constantes del ministerio de los apóstoles de Jesús es el enfrentamiento con el poder de los demonios. Demonio era, en opinión del autor del Apócrifo, la diosa que moraba en el santuario de Éfeso. Y cuando aquel demonio se vio expulsado del lugar y contempló su templo derruido, proyectó una trama para arruinar a Juan. Se disfrazó de soldado y tomando cartas en la mano para urdir sus planes de venganza contra el Apóstol, se sentó llorando junto al camino. Lo encontraron dos colegas que se interesaron por su caso. Contó que venía de Cesarea de Palestina, donde había tenido presos a dos delincuentes, llamados Juan y Prócoro. Escapados dos veces de la prisión por sus artes mágicas, habían huido de su tierra y se habían refugiado en Éfeso. Y allí estaba él, portador de la misión de encontrarlos y llevárselos presos. En su poder brillaba una cadena de oro, que prometía entregar a los que le ayudaran en su empeño. Los dos soldados, movidos por un cierto sentimiento de solidaridad profesional y por una mal disimulada ambición, le prometieron toda su ayuda. Tanto más cuando que conocían a los “magos” y podían arrestarlos con facilidad.

Juan tuvo conocimiento por el Espíritu de lo que tramaba el demonio contra él y contra su discípulo Prócoro. Estaban hablando del caso cuando llegaron los dos militares y los arrestaron. Juan les dijo que no podían arrestar a nadie si no había de por medio un acusador. Pero ellos los encerraron en un lugar apartado a la espera de que llegara el que los acusara, decían los soldados, pero con la intención de darles muerte y cobrar el oro prometido. Pero Romana, conocedora de los detalles de su detención, corrió en busca de Dioscórides a quien puso al corriente de lo sucedido. Dioscórides obligó a los soldados a liberar a los detenidos manifestando que eran sus huéspedes y que si de algo fueran acusados legalmente, podrían ser juzgados con justicia.

Los dos soldados acudieron al lugar donde habían concertado su compromiso con el demonio, pero no lo encontraron. Cuando ya se lamentaban por su mala suerte, llegó el acusador. Sus colegas le pidieron que fuera con ellos a la casa de Dioscórides para poder acusar a los magos culpables. Se congregó gran cantidad de gente, que seguía detrás de los soldados y del demonio disfrazado, que iba llorando. Muchos eran judíos, enemigos de Juan y de su doctrina. Amenazaban a Dioscórides con pegar fuego a su casa y a los magos dentro. Juan pidió a Dioscórides que los entregara a las turbas, que ya Dios proveería. Muy a pesar de Dioscórides, Juan y Prócoro salieron de la casa y fueron llevados prisioneros al templo de la diosa Ártemis. Juan interrogó a sus guardianes: “¿De quién es este templo?”- “De la gran Ártemis”, respondieron ellos. Juan oró a Jesucristo, el Señor, pidiendo que se precipitara en tierra el templo de la diosa, como así ocurrió en efecto. Juan preguntó entonces al demonio: “¿Quién es el que habita en este templo?”- “Ártemis, la Grande”, respondió el demonio. “¿Cuántos años hace que resides aquí?”- “Doscientos cuarenta y nueve años”.

Juan le preguntó todavía si era él quien había urdido aquella trama contra ellos. Tras su respuesta afirmativa le ordenó Juan que saliera para siempre de la ciudad de Éfeso, lo que hizo el demonio causando una honda estupefacción entre los asistentes.

Sin embargo, los judíos insistieron en que Juan y Prócoro eran magos que realizaban prodigios en virtud de sus artes mágicas. Uno de los judíos, de nombre Mareón, pretendía que fueran condenados a muerte como reos de graves delitos. Otros preferían llevar las cosas por la vía legal. El hecho es que Juan y Prócoro fueron entregados a los politarcas. En el proceso entablado, Mareón recurrió al soldado que había venido de Palestina y contaba sus delitos. Los politarcas reclamaron la presencia del acusador para que manifestara todo lo que sabía sobre los presos. Toda la gente se puso a buscar al demonio disfrazado de soldado, pero no hubo manera humana de encontrarlo. Mientras tanto, Juan y Prócoro quedaron presos en espera de que apareciera el acusador con los documentos acusatorios. Pero como después de tres días de búsqueda el demonio no aparecía, el jefe de la ciudad ordenó que los prisioneros fueran liberados.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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