A la espera de la parusía en Jerusalén (161-12)

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos transcribiendo y comentando el capítulo sobre los primeros cristianos del volumen de Jesús Mosterín. Como hemos dicho ya, este libro expone los puntos de vista por lo general suficientemente desapasionados, externos, asépticos, de un historiador moderno del pensamiento.. Me parecen interesantes como dignos de contraste con la creencia general no digo ya de las masas, sino de las personas cultas, de nivel medio, no especializadas en temas religiosos, pero que han vivido en una atmósfera tradicionalmente católica.

“Los discípulos de Jesús, galileos, una vez repuestos de la noticia de su muerte, esperaban que algo sucedería, que resucitaría o que se produciría algún signo de la llegada del reino de Dios. Por eso se movieron desde Galilea, que era mera provincia, a Jerusalén, donde seguramente tendrían lugar los prodigios importantes.

“La expectación milenarista, apocalíptica, escatológica, estaba en el ambiente judío palestino desde hacía tiempo y era común a los jesusitas y a otros grupos. Los primeros cristianos (jesusitas o paulinos) esperaban la inminente parousía, es decir, la vuelta (o segunda venida) de Jesús y la restauración del reino de Dios, en Jerusalén. El mismo Jesús (según Marcos) había animado esa febril expectación: “Os aseguro que antes que pase esta generación todo esto sucederá”. (Mc 13, 30). El Evangelio de Mateo incluso le atribuye este portentoso anuncio, que incluye la misma frase:

El sol se hará tinieblas, la luna no dará su esplendor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán, y entonces brillará en el cielo la señal de este hombre [Jesús]; y todas las razas de la tierra se golpearán el pecho viendo venir a este hombre sobre las nubes, con gran poder y majestad; y enviará a sus ángeles con trompetas sonoras y reunirán a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. [...] Cuando ya la rama se pone tierna y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca. Pues lo mismo: cuando veáis vosotros todo eso, sabed también que ya está cerca, a la puerta. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. [...] Por tanto, estad en vela, pues no sabéis qué día vendrá vuestro Señor (24: 29-42).


“Los primeros cristianos, sumidos en un estado de gran tensión por la expectativa de la inminente parousía, dejaron de lado su vida habitual, que ya no tenía sentido en esas circunstancias. Olvidaron sus previos oficios y ocupaciones, convirtiéndose en radicales inquietos o itinerantes. Despreciaban los vínculos familiares y el trabajo productivo. De hecho, dejaron de trabajar, abandonaron sus negocios, estableciendo de momento una comunidad de bienes que les permitía a todos vivir en la impaciente espera del reino de Dios.
En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía. [...] Todos ellos eran muy bien mirados, porque entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierras o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno (Hch 4,34-35).

“Parece que los jesusitas tenían que vender todas sus propiedades y poner el importe de la venta a disposición de toda la comunidad cristiana de Jerusalén. No se admitía que nadie conservase ni siquiera una parte de lo suyo.

Un tal Ananías vendió una propiedad de acuerdo con su mujer, Safira, y a sabiendas de ella, retuvo parte del precio y puso el resto a disposición de los apóstoles. Pedro le dijo:

“Ananías, ¿cómo es que Satanás se te ha metido dentro? ¿Por qué has mentido al Espíritu Santo reservándote parte del precio de la finca?” [...] A estas palabras Ananías cayó al suelo y expiró y todos los que se enteraban quedaban sobrecogidos. Tres horas más tarde llegó su mujer. [Pedro la increpó también por el mismo asunto...] Ella también en el acto cayó a sus pies y expiró. [...] La comunidad entera quedó espantada (Hch 5,1-11).



“Pero el reino de Dios no llegaba y todos se arruinaron. La bancarrota de la comunidad jesusita de Jerusalén los sumió en la miseria. Los cristianos de otros sitios tuvieron que hacer colectas para ayudarlos.

“A la espera del reino de Dios, los primeros cristianos no solo dejaron de trabajar, también dejaron de practicar el sexo, comprometiéndose a una castidad absoluta, para purificarse ante la llegada del reino. Como no copulaban, no se reproducían. La comunidad solo podía crecer o pervivir mediante nuevas conversiones.

Apostilla:

Estas últimas afirmaciones son en todo caso plausibles, pero no creo que puedan probarse con los textos de Hechos.


“Conforme pasaba el tiempo, la esperanza en la inminente llegada del reino de Dios, en la próxima parousía, se vio frustrada. Pero durante los dos primeros siglos la esperanza no se perdió del todo. El nuevo Testamento (el Apocalipsis) acaba con la llamada anhelante: “Ven, Señor Jesús”, sin duda trasunto de la expresión (más íntima y cotidiana) aramea Marana tha (Ven, Señor). Ven ya, no nos hagas esperar más, establece de una vez el reino de Dios que estamos esperando.


En líneas generales mi opinión es que Mosterín reproduce una versión más o menos aceptada por la historiografía media que concede crédito, aunque crítico, a los Hechos de los apóstoles.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
Volver arriba