Pablo de Tarso, según Mosterín (161-15)

Mosterín, Los cristianos


Hoy escribe Antonio Piñero


Transcribiré en extracto y apostillaré donde parezca oportuno el capítulo 3º, dedicado a Pablo de Tarso. Omito el inicio del capítulo, donde trata Mosterín los datos básicos y elemntales de su vida, conocidos por Hechos de los apóstoles o por él mismo. Inicio el tema con la educación de Pablo:


“A diferencia de Filón de Alejandría, que asimiló la filosofía griega y trató de incorporarla al acervo cultural judío, mostrando que coincidía con la Torá bien interpretada, Pablo se mostraba ignorante y despreciativo de la filosofía, a la que rechazaba de plano. Aunque influido por la cultura popular helenística de las clases bajas, ignoraba cualquier sutileza filosófica. Cita con aprobación al profeta Isaías (29,14):


“Oráculo de Yahvé: Destruiré la sabiduría de los sabios, reduciré a la nada el entendimiento de los prudentes”.



Y añade de su cosecha:


¿Acaso no hizo Dios estúpida la sabiduría de este mundo? Mirad: cuando Dios mostró su saber, el mundo no lo reconoció; por eso Dios tuvo a bien salvar a los que creen en esa locura que predicamos. Pues mientras los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Cristo crucificado, para los judíos un escándalo, para los paganos una locura [...] Pero la locura de Dios es más sabia que los hombres [...] Y si no, hermanos, fijaros a quiénes os llamó Dios: no a muchos intelectuales ...; todo lo contrario: lo necio del mundo se lo escogió Dios para humillar a los sabios (1 Corintios 1, 20-27).



“Unos seis años después de la crucifixión de Jesús, durante un viaje a Damasco, Pablo tuvo una alucinación en la que se le apareció Jesús, a quien él nunca llegó a conocer personalmente. Como consecuencia, Pablo se convirtió a la secta judeocristiana.

“Ya en la Antigüedad, la epilepsia o “enfermedad sagrada” parece haber estado asociada a fenómenos religiosos que involucran la visión de fogonazos y la pérdida de consciencia. Frecuentemente se ha considerado epiléptico a Pablo. En la vieja Irlanda, la epilepsia era conocida como “la enfermedad de San Pablo”. Esta atribución viene motivada por diversos pasajes de los Hechos de los apóstoles, que recuerdan a psicólogos y psiquiatras los síntomas de esa enfermedad:

"En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente una luz celeste relampagueó en torno a él. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Preguntó él: “¿Quién eres, Señor?”. Respondió la voz: “Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer”. Sus compañeros de viaje se habían detenidos mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. De la mano lo llevaron hasta Damasco, y allí estuvo tres días sin vista y sin comer ni beber. (Hch 9, 3-9).

“Esta descripción se parece mucho a la de un ataque de epilepsia. La visión de luces y audición de voces, el desvanecimiento, la caída y la pérdida de la vista durante varios días son síntomas, como ya había señalado Williams James.

Más recientemente y entre nosotros escribía Francisco J. Rubia: “Tanto la luz cegadora, que ha sido interpretada como un aura visual previa al ataque epiléptico y muy común entre estos enfermos, como la caída del caballo que, para algunos autores, se debió a la pérdida de la consciencia, lo que también es común en el ataque epiléptico, como la conversión súbita, indican que se podría tratar de un ataque epiléptico del lóbulo temporal” (Francisco J. Rubia, El cerebro nos engaña, Temas de hoy, Madrid, 2000, pág. 292). Él mismo ya sospechaba esa enfermedad.


Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne, un emisario de Satanás, para que me abofetee y no tenga soberbia. Tres veces le he pedido al Señor verme libre de él [...]. (2 Cor 12, 7-8).


Recordáis que la primera vez os anuncié el evangelio con motivo de una enfermedad mía, pero no me despreciasteis ni me hicisteis ningún desaire, aunque mi estado físico os debió de tentar a eso. (Gál 4, 13-14).


“Otros textos posteriores también le atribuyen alucinaciones:


Yo sé de un hombre en Cristo que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo; con el cuerpo o sin cuerpo, ¿qué sé yo?, Dios lo sabe. Lo cierto es que este hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir (2 Cor 12, 1-4).


Inmediatamente después de su conversión inició su actividad proselitista y misionera, en Arabia y Damasco.

“Pablo no era un discípulo directo de Jesús, y ni siquiera lo había conocido, pero se autoproclamó “apóstol de los gentiles”. Y, en efecto, hizo más que nadie para extender el cristianismo entre los paganos. Desde el principio de su actividad misionera, Pablo actuó con independencia de la comunidad jesusita de Jerusalén, con la que estuvo en constante polémica. Él subrayaba que solo dependía directamente de Jesús y de Dios, y no de los cristianos jerosolimitanos.


Pablo, elegido apóstol no por disposición humana, ni por intervención de hombre alguno, sino por designio de Jesús Cristo y de Dios Padre que lo resucitó de entre los muertos. [...] Y cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos, no consulté con nadie de carne y hueso ni tampoco subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que inmediatamente salí para Arabia, de donde volví otra vez a Damasco (Gál 1,1.15-17).



"Aparte del grave conflicto con Pedro relatado en Gál 2,11-14, Pablo se siente totalmente libre ante el “evangelio” de los judeocristianos. Mosterín opina que Pablo escribe en contra, o frente a ellos, “los apóstoles jesusitas de Jerusalén”, lo siguiente:


Quiero que sepáis, hermanos, que el evangelio que yo predico no es una invención de hombres, pues no lo recibí, ni lo aprendí, de hombre alguno. Jesús el Cristo es quien me lo ha revelado. [...] No hay otro evangelio. Lo que sucede es que algunos están desconcertados al querer manipular el evangelio de Cristo. Pues sea maldito quienquiera –yo o incluso un ángel del cielo— que os anuncie un evangelio distinto del que yo os anuncié (Gál, 1, 14, y 1, 7-9).



Apostilla:

Poco tenemos que comentar, tan sólo la insistencia tanto implícita como explícita de Mosterín en mostrar a Pablo como individuo que no conoció a Jesús, que recibió el judeocristianismo de oídas, que era un epiléptico visionario, y que el “evangelio” de Dios acerca de su Hijo que él predicaba no era un mero producto de la tradición refundida, sino una auténtica revelación divina, nueva y diferente en su contenido al de los jesusitas de Jerusalén a los que tiene enfrente y con los que debe llegar a un “pacto de no agresión”.

Las líneas generales me parecen correctas; el énfasis en ciertos aspectos puede parece exagerado y unilateral a muchos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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