El apóstol Juan de Zebedeo en la literatura apócrifa

Caldero


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Juan arrojado en una caldera de aceite hirviente

Los capítulos 8-11 de los Hechos de Juan escritos por Prócoro se han conservado solamente en su versión latina. Tratan del viaje de Juan a Roma para ser juzgado por orden del emperador Domiciano. Si Juan persistía en sus errores, sería justamente castigado. Pero Juan manifestaba su disposición a morir antes que traicionar a su Maestro, lo que disgustó al procónsul hasta el paroxismo porque consideraba la postura de Juan como delito de lesa majestad.

A una carta anterior de Domiciano, en la que expresaba su criterio de hacer cambiar a Juan de su actitud, el procónsul de Éfeso envió una relación a Roma sobre la situación del prisionero cristiano. Informaba que Juan predicaba a Cristo crucificado, del que afirmaba que era Dios e Hijo de Dios. Como apóstol de Jesús perseguía el culto de los dioses inmortales y destruía sus templos. Ni halagos ni amenazas habían conseguido hacerle cambiar de actitud. Recurría el procónsul a la majestad del emperador para que le manifestara lo que debía hacerse con aquel rebelde recalcitrante. Cuando el emperador leyó los informes sobre Juan, dio órdenes para que fuera encadenado y enviado a Roma. Domiciano no quiso ni siquiera ver al Apóstol, pero ordenó que fuera conducido hasta la Puerta Latina y arrojado en una caldera de aceite hirviente. En ese lugar preciso de la ciudad de Roma se levantó la iglesia de San Juan Ante Portam Latinam para conmemorar el suceso avalado por una tradición conocida ya por Tertuliano y por San Jerónimo. Tertuliano refiere el suceso en De praescriptione haereticorum 36, hacia el año 220. Por su parte, Jerónimo, en su Comm. in Mt 20,23, conoce la leyenda y asegura que Juan salió de la caldera como un atleta ungido para el combate.

Así suena el relato del acontecimiento en el texto latino del Apócrifo: “Se reunió el senado romano junto con el procónsul y el pueblo romano delante de la puerta Latina, y ordenaron que llevaran una caldera llena de aceite hirviente en la que arrojaron al bienaventurado apóstol Juan, desnudo, azotado y arrastrado ignominiosamente, el día anterior a las nonas de mayo. En efecto, el día 6 de mayo celebra la Iglesia la festividad de san Juan ante portam Latinam. Pero por la protección de nuestro Señor, salió de la caldera de aceite en ebullición e hirviente como un fortísimo atleta, no quemado, sino como ungido, ileso e intacto. Y por la gracia salvadora y refrigerante del Señor que lo amó, apareció tan ileso y libre de daño cuanto permaneció íntegro e inmune de la corrupción de la carne” (HcJnPr 11,1). El autor del Apócrifo relaciona los triunfos de Pedro y Juan en Roma. Y lo que fue la Puerta Vaticana en el caso de Pedro, lo fue la Puerta Latina en el de Juan.

El suceso de la caldera de aceite hirviente fue tan clamoroso que el procónsul hubiera querido dar a Juan la libertad, pero tuvo miedo de la ira del emperador. El mismo Domiciano ordenó que Juan no fuera atormentado más, sino que ya pensaría él lo que convenía hacer con el personaje. Y lo que pensó fue desterrar a Juan a la isla de Patmos. Una visión avanzó a Juan la noticia del destierro, en el que tendría que superar variadas pruebas, pero lograría también sembrar la buena semilla. Los habitantes de Éfeso se dirigieron al emperador para avisarle de los peligros que temían de aquellos forasteros. Aunque el texto griego habla de Trajano, no faltan códices que se refieren a Adriano. La versión latina, lo mismo que el Pseudo Abdías, piensan en Domiciano en consonancia con la tradición más aceptada.

Pues contaban que aquellos forasteros iban acompañados de fama de magos y de enemigos de la religión romana, cuyos templos habían incluso destruido. Trajano les respondió de acuerdo con su carácter de justiciero y piadoso. Enumeraba tres faltas graves contra el orden establecido: “En primer lugar, y esta es su maldad más importante, ultrajan a los dioses; en segundo lugar, porque menosprecian las leyes y luego porque no respetan al emperador” (HchJnPr 13,2). En consecuencia, ordenaba el emperador que fueran desterrados a la isla de Patmos. Allí encontrarían “los apóstatas Juan y Prócoro” pesadumbres que los harían reflexionar, acordarse de los dioses y recobrar la sensatez.

Los funcionarios reales arrestaron a Juan y a Prócoro; luego pusieron en cadenas a Juan de forma desconsiderada. Lo consideraban como mago y embaucador peligroso. De sí mismo dice Prócoro que “no me ataron, sino que me dieron muchos golpes y me dedicaron duras palabras” (HchJnPr 14,1).

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba