Redención del pecado original (I) (161-20)

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos transcribiendo y comentando el cap. 3º sobre Pablo del libro “Los cristianos”, Edit. Alianza, Madrid, 2010, de J. Mosterín


“En Pablo se encuentran los primeros indicios de la noción de pecado hereditario, ancestral u original, aunque la expresión misma ‘pecado original’ y el desarrollo de la correspondiente doctrina solo aparecen con Agustín de Hipona, tres siglos más tarde.

“Enlazando con el mito hebreo de Adán, Pablo considera no solo que Adán cometió el más grave de los pecados al comer el fruto prohibido (cosa a todas luces sacada de quicio), sino que incluso todos sus descendientes, la humanidad entera, por el mero hecho de serlo, han heredado la culpa y son reos de muerte (cosa tan absurda que nunca se había planteado siquiera en el judaísmo, ni se plantearía luego en el islam).


“El crimen de ser descendiente de Adán merece la pena de muerte y el tormento eterno. El crimen es tan grave porque Adán, con su desobediencia respecto a la manzana, ofendió a Dios. Esa ofensa es infinita y merece un castigo infinito e inacabable. La única posibilidad de escapar al castigo consiste en que Dios mismo (o su hijo) se ofrezca a sí mismo como chivo expiatorio que cargue sobre sus hombros la culpa y el pecado de los hombres. Ese chivo expiatorio que nos redime del pecado hereditario es el redentor, el Cristo, Jesús.


Apostilla:

Este esquema mental paulino no es novedoso, ni mucho menos. Ya lo hemos comentado alguna vez, pero debo insistir en él: se trata de un esquema doble –que aparece en las religiones del Mediterráneo en general, y en otros lugares- :

a) el núcleo de la religión es el sacrificio, “do ut des” (“ Te doy par que me des”).

c) Una persona importante, por ejemplo, el rey, soluciona un grave problema aplacando (sacrificando) a la divinidad con aquello que más le agrada, por ejemplo, un hijo suyo. Esta es la base de los sacrificios humanos en el Mediterráneo antiguo, Israel incluido (consúltese Josué 6,26 y 1 Reyes 16,34:

“Y en aquel tiempo Josué juró diciendo: Maldito sea delante del SEÑOR el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. En su primogénito eche sus cimientos, y en su menor asiente sus puertas”.

“ En su tiempo Jiel de Betel reedificó a Jericó. Al precio de Abiram su primogénito echó el cimiento, y al precio de Segub su hijo postrero puso sus puertas; conforme a la palabra del Señorque había hablado por Josué hijo de Nun”.


Y dijimos que, mutatis mutandis, el esquema es el mismo: Dios entristecido por el pecado de su criatura predilecta, el ser humano, soluciona el problema sacrificando a su Hijo primogénito. Mosterín aludirá de modo rápido a este esquema en las páginas siguientes.

Sigue Mosterín:

“Pablo compara a Adán, por el que entró el pecado y la muerte en el mundo, con Jesús el Cristo, que redimió al mundo del pecado y la muerte. Para Pablo, la muerte es una consecuencia del pecado, aunque no atribuye pecado a los animales no humanos, que obviamente también mueren, lo cual no deja de ser una contradicción más.

“Utiliza un curioso argumento para probar la existencia del pecado hereditario. Dice que, tras la promulgación de la Ley por Moisés, el pecado actual consistía en la desobediencia a la ley; por tanto, antes de que se promulgase, antes de Moisés, no había pecado actual, por lo que la gente no tendría que haberse muerto. A pesar de ello, la gente se moría igual, lo cual probaría que, aunque no pecasen, estaban ya en pecado congénitamente, por el pecado hereditario de Adán.
Igual que por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, la muerte se propagó sin más a todos los hombres, dado que todos pecaban. Porque antes de la Ley ya había pecado en el mundo; y, aunque donde no hay Ley no se imputa el pecado, a pesar de eso la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso entre los que no hacían pecado cometiendo un delito como Adán (Romanos 5, 12-14).
“Esto fue acompañado por la transmutación del mesías liberador de los judíos en el Cristo redentor universal, un invento de Pablo. La salvación es un regalo de Dios a través de Jesús. Los humanos, desde Adán, estaban esclavizados por el pecado, pero Jesús el Cristo, el redentor divino, nos ofrece la liberación del pecado, la resurrección y la vida eterna gloriosa, con la sola condición de aceptar su mensaje, de creer en él, y de practicar la caridad. Los viejos preceptos de la Ley son irrelevantes.

Antes de que llegara la fe estábamos custodiados por la Ley, encerrados esperando a que la fe se revelase. Así la Ley fue nuestra niñera, hasta que llegase el Cristo y fuésemos rehabilitados por la fe. En cambio, una vez llegada la fe, ya no estamos sometidos a la niñera, pues por la adhesión al Cristo Jesús sois todos hijos de Dios (Gal 3, 23-26).


Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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