El apóstol Juan en la literatura apócrifa (HchJnPr)

Patmos 2


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Juan en su destierro de Patmos

Era el lugar elegido para el destierro de Juan, un lugar poco propicio para una vida agradable. Desembarcaron, pues, en la ciudad de Forá, posiblemente la más importante de la isla. Allí fueron recibidos en hospitalidad por un rico ciudadano, de nombre Mirón. Tenía una abundante servidumbre y una situación social de prestigio, entre otras razones, porque era suegro del gobernador de la isla. El Apócrifo dedica todo el largo capítulo 20 a la extraña historia de Mirón y su familia.

Mirón tenía tres hijos oradores (rhétores), de los cuales el mayor, Apolónidas, estaba poseído de un mal espíritu de Pitón. Y en cuanto supo que Juan se alojaba en casa de sus padres, huyó a otra ciudad. Mirón y su mujer Fone interpretaron el suceso como efecto de la presencia de Juan. Concluían, pues, que no debía de tratarse de buenas personas, cuando su mera presencia producía efectos tan nefastos.

Tramaron los peores castigos contra el culpable de la ausencia del hijo. Pero Juan conoció por el Espíritu las intenciones de Mirón y animó a Prócoro anunciando el feliz resultado final de los sucesos. El ausente envió una carta a su padre acusando a Juan de lo sucedido y exigiendo nada menos que su muerte como condición de su deseado regreso al hogar. Mirón encadenó a sus dos huéspedes y comunicó al gobernador los detalles de su caso. Como el espíritu maligno sugería, el gobernador tomó la decisión de condenar a Juan a las fieras. En consecuencia, encerró a los dos desterrados en una prisión pública. El gobernador interrogó a Juan acerca de sus actividades y su profesión; luego le exigió que cesara de predicar su doctrina y que hiciera regresar a Apolónidas. Respondió Juan que no podía dejar de predicar, pero que enviaría a su discípulo para traer al orador a su hogar. Escribió una carta al espíritu que habitaba en el huido ordenándole que saliera del poseso y se ausentara definitivamente. Cuando Prócoro se acercaba con la carta, salió el espíritu inmundo del joven orador que quedó en estado de absoluta sensatez.

Apolónidas tomó su caballo, ofreció un mulo a Prócoro y partieron ambos de regreso. Al conocer el orador la situación de Juan, evitó saludar a nadie y se dirigió a la cárcel, donde Juan yacía encadenado con doble cadena. Se postró rostro en tierra ante el Apóstol y le quitó los hierros. Salieron, pues, de la cárcel y se dirigieron a la casa de Mirón, donde reinaba el más amargo duelo por la ausencia del hijo. Pero todo cambió cuando vieron a Apolónidas sano y salvo. El orador dio las explicaciones de rigor, señalando como razón de su ausencia los pecados de la familia. Se imponía una visita urgente al gobernador para que deshiciera el entuerto provocado con la prisión de Juan. La hostilidad del gobernador se tornó en benevolencia.

Crisipa, la esposa del gobernador

Continúa la narración dentro del contexto de los episodios sucedidos con Mirón. En su casa se encontraban los desterrados, donde Juan, Biblia en mano, instruía a sus anfitriones. Después de adoctrinarlos sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les administró el bautismo siguiendo la secuencia habitual de instruir, convertir, bautizar. Cuando Crisipa, hija de Mirón y esposa del gobernador, tuvo conocimiento de que la familia de su padre había creído en el crucificado y vivía en el gozo y en la paz, abordó a su marido para pedirle que creyera también. La respuesta del gobernador tuvo más de política pragmática que de sincero convencimiento. Expresaba su criterio de que mientras ocupara el cargo de gobernador, no convenía ni a su familia ni a los cristianos que hiciera pública profesión de cristiano. Un gobernador bautizado no haría ningún favor a su sociedad, en la que había numerosos ciudadanos hostiles al nombre y a la práctica del cristianismo. Pero veía con buenos ojos que su mujer y su hijo pequeño fueran instruidos en profundidad por el apóstol Juan. Pronto llegaría el día en que dejara su cargo y gozaría de la libertad de ser y manifestarse cristiano a todos los efectos. Era, además, un buen síntoma que su marido estuviera de acuerdo con los deseos y las intenciones de Crisipa. En consecuencia, Juan pudo rematar su tarea de adoctrinamiento, y bautizó a Crisipa y a su hijo en el nombre de la Trinidad.

Mirón ofreció a su hija bienes abundantes para que nunca se viera en la necesidad. Le proponía incluso la posibilidad de irse a vivir con el apóstol. Pero Juan desaprobó los planes de Mirón afirmando que no había venido a separar a la esposa de su marido ni al marido de su mujer. Y cuando Mirón puso a su disposición bienes de fortuna para que los distribuyera entre los pobres, Juan le recomendó que se encargara él mismo de hacer la distribución. El gesto llenó de satisfacción a sus familiares, gozosos de ver cómo los necesitados recibían ayuda generosa.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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