¿Mujeres Sacerdotisas en el cristianismo primitivo? (IV) (164-06)

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con el tema: “Viudas, mártires, diaconisas, sacerdotisas. Panorama de las mujeres en las primeras comunidades cristianas”. Nos preguntamos ¿Sacerdotisas?


No existía en los principios del cristianismo ninguna figura parecida al “sacerdote” (del latín “sacerdos”, el que administra lo sacro) de hoy día, sino que los “presbíteros” o ancianos eran gente provecta que formaba el consejo que regía la comunidad, o bien que presidía la “fracción de pan” (aún no un sacramento).

La introducción al libro de Karen Jo Torjesen, Cuando las mujeres eran sacerdotes, El Almendro 2005, p. 15) es de una gran imprecisión a este respecto:


“Sirviéndose de antiguas inscripciones, como epitafios y dedicatorias, Bernadette Brooten y Ross Kraemer han demostrado que las mujeres ejercían en las comunidades judías toda gama de funciones religiosas como las de jefa de sinagoga, madre de la sinagoga, anciana y sacerdote, desde el siglo I a.C. hasta el siglo VI d.C.”.


De ahí parece deducir la autora que no sólo en el judaísmo, sino también en el cristianismo primitivo hubo sacerdotes…, vocablo que el lector entiende que tiene el mismo significado –no se le advierte de lo contrario- que hoy día. Pero jamás en el judaísmo, ni en tiempos de la existencia física del templo de Jerusalén, ejercieron las mujeres de sacerdotisas. ¡Cuánto menos cuando el templo ya no existía físicamente! Y que existieran en el cristianismo de un modo general es como veremos en extremo dudoso. El texto citado confunde extraordinariamente al lector.

Del mismo modo sostiene K. J. Torjesen que

“Giorgio Otranto, profesor italiano de historia de la Iglesia, ha demostrado mediante cartas pontificias e inscripciones que las mujeres ejercieron el sacerdocio católico durante los primeros años de la historia de la Iglesia. Los investigadores norteamericanos de los últimos treinta años han aportado un asombroso cúmulo de pruebas sobre mujeres que ejercieron las funciones de diáconos, sacerdotes, presbíteros e incluso obispos en las iglesias cristianas desde el siglo I hasta el XIII”. Op. cit., 16).


Pero luego, a la hora de la verdad, para la época que nos interesa, los orígenes del cristianismo o “comunidades primitivas”, ese mismo libro de Torjesen (¡“Cuando las mujeres eran sacerdotes”!) no aporta ni una sola prueba convincente. Es más, ¡ni siquiera habla de ello en todo el libro! Sólo presenta (¡sin fecha!) una inscripción de una Theodora episcopa, tomada de un volumen publicado en inglés cuyo título habla de la “hidden history”, la historia secreta (¡por supuesto jamás contada hasta el momento!), de un tal J. Morris, de 1973 (Torjesen, p. 23).

Y luego aporta la autora una inscripción de la isla de Tera (para algunos italianizantes, Santorini) de una tal Epiktas, presbytis (“Epictas presbítera”) del siglo IV (BCH 101 [1977] pp. 210,212).

Ambos títulos, episcopa y presbytis, prueban poco sin un contexto claro, y menos para la época que tratamos ahora (“primeras comunidades”) porque pueden significar “inspectora” y “anciana”, respectivamente y no “obispa” o “sacerdote” en el sentido de hoy día.

Sabemos además por Epifanio de Salamina que nunca habían existido mujeres sacerdotes en la Iglesia (citado por E. Gryson, The Ministry of Women in the Early Church, Liturgical Press, Collegeville, MN 1976, 109; he buscado la cita en la Patrologia Graeca vol. 41, sin encontrarla exactamente) hasta que los montanistas evolucionaron en el sentido de nombrarlas no sólo diaconisas y presbíteras, sino también obispas (A. Piñero, Los cristianismos derrotados, Edaf 2007, p. 127).

Sin embargo, debo ser en extremo cauto porque en la literatura más o menos popular cristiana que son los Hechos apócrifos de los apóstoles (de los que se han conservado 19; edición de Piñero- del Cerro; tercer volumen en prensa; aparición primer trimestre del 2011) se encuentran dos casos de “presbíteras” o “sacerdotisas” (griego presbýtis, acusativo presbýtidas, aunque ciertamente ninguno de “obispa” griego epískopa; aparte de otros dos de presbíteras que ciertamente significan simplemente “ancianas”: Hechos de Juan 30 y 31). Tenemos la seguridad de que es así porque la mencionada edición multilingüe de estos Hechos apócrifos está provista de índices griegos y latinos completos.

Por su extrema importancia, he aquí los textos en primicia absoluta:

Martirio de Mateo: 28,2 (siglo IV o mejor del V)

2En aquella misma ocasión Mateo nombró presbítero al rey, que tenía treinta y siete años; al hijo del rey, de diecisiete años, lo nombró diácono; a la mujer del rey la nombró presbítera, y diaconisa a la mujer de su hijo, que también tenía diecisiete años. Hubo gran alegría en la Iglesia y todos gritaron unos a otros:
- Amén, glorificado sea el sacerdocio en la intención de Cristo. Amén.


Hechos de Felipe (siglo IV o principios del V). Descripción del infierno por un hombre resucitado por el Apóstol

“[I A 12]. 1Cuando oí estas cosas, me di prisa para salir y una vez fuera vi delante de la puerta a un hombre y a una mujer. El gran perro llamado Cerbero, el de las tres cabezas, estaba atado a la puerta con cadenas de fuego y devoraba al hombre y a la mujer sujetando entre sus patas los hígados de ambos. Ellos, como medio muertos, gritaban:
- Tened piedad de nosotros, ayudadnos.
Y nadie les ayudaba. Yo me lancé para echar hacia atrás el perro, pero me dijo Miguel:
2- Déjalo tú, porque también ellos han blasfemado contra los presbíteros, las presbíteras, los ‘eunucos’ (es decir, varones vírgenes, consagrados), los diáconos, las diaconisas, las vírgenes, acusándolos falsamente de libertinaje y adulterio. Después de haberse afanado en el intento, dieron conmigo Miguel, con Rafael y con Uriel, y los entregamos como alimento a este perro hasta el gran día del juicio”.


Lo único que podemos decir es que a principios del siglo V no debía extrañar al pueblo cristiano de la iglesia oriental que una mujer, recién convertida, sin preparación teológica alguna, pero socialmente importante y rica, pudiera ser nombrada “presbítera” o sacerdotisa. Y que lo consideraran igualmente probable para la época apostólica. Pero, ¿qué contenido o significado tiene este vocablo? No lo sabemos, pero sin duda hace referencia a la presidencia de la eucaristía, sea del modo como se entendiera. Desde luego no se entendía el término como lo comprende un cristiano de hoy día, tal como he criticado el texto de Torjesen citada arriba.

Por tanto, a falta de más testimonios, dejamos la cuestión en el ámbito de las dudas razonables.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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