La muerte de Herodes Agripa I en las Virtutes Ioannis (VJ)

Jordán
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Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Sin una clara conexión con el conjunto de la narración de las VJ, la obra sobre los Milagros de Juan termina con el capítulo 10 dedicado a contar la muerte de Herodes Agripa I, el que detuvo y decapitó a Santiago, hermano de Juan. Con estos simples datos aparece mencionado Herodes en el c. 1 de las VJ. Pero el acontecimiento de su muerte en una obra como la que narra los prodigios de Juan está introducido de una manera un tanto forzada y artificial.

El autor parece consciente del detalle cuando intenta justificar la inclusión de la muerte de Agripa I en su relato. “Vale la pena que contemos qué digna muerte sufrió Herodes por tantos crímenes que cometió con los apóstoles”, se dice en el comienzo del capítulo. Luego, un descuidado inquit (“dijo”) sin contexto delata el hecho de que el autor está copiando textos ajenos. En primer lugar toma las referencias circunstanciales de los Hechos canónicos: Herodes baja a Cesarea; vestido con vestiduras regias, se sienta en el tribunal para dirigir la palabra al pueblo. Cuando el pueblo empezó a gritar que “aquello era la voz de Dios y no la de un hombre, enseguida lo hirió el ángel de Dios” (Hch 12,21-23).

El relato bíblico parece suponer que la enfermedad de Agripa fuera efecto de un ataque repentino motivado porque no dio a Dios la gloria debida. Pero sabemos por Josefo que ya arrastraba el rey una larga enfermedad. El texto de las VJ sigue a continuación el relato de Josefo en la Guerra Judía. Pero es obligado aclarar que el texto de las VJ confunde a Herodes Agripa I (10 a. C.-44 d. C.) con su abuelo Herodes el Grande (73 a. C.-4 a. C.). Este Herodes Agripa reinó solamente en Judea del 41 al 44 d. C. con el título de rey, que le fue concedido por su amigo el emperador Calígula. Herodes Agripa I es el que hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan, mientras que todos los datos que ofrece el texto de las VJ sobre la muerte (exitus) de Herodes, son los que aporta Flavio Josefo cuando narra la muerte de Herodes el Grande. Así lo entiende correctamente Eusebio en el comentario que hace del relato de Josefo y que recoge textualmente en su Historia de la Iglesia (Eusebio, H. E., I 8, 9-16).

El texto del Pseudo Abdías es una reproducción, prácticamente literal, de la narración de Josefo (Guerra Judía I 656-660 con datos de 662 y 664-665). La coincidencia se extiende a los mínimos detalles. Habla de la enfermedad, la fiebre, el prurito intolerable, el cólico doloroso, la hinchazón de los pies como en el caso de un hidrópico, la podredumbre de los genitales convertidos en fuente de gusanos, los suspiros y las convulsiones. El colmo de tantos males hizo pensar a Josefo que “personas inspiradas por Dios”, uates según las VJ, interpretaban los hechos más que como una enfermedad corporal como “suplicio de una venganza divina”. A pesar de todo, Herodes seguía buscando remedios. Recurrió a las aguas termales de la fuente de Calirroe, al otro lado del Jordán frente a Jericó. Los médicos pensaron que un baño en aceite caliente lo aliviaría, pero en el intento sufrió un desmayo, del que lo despertaron los gritos y lamentos de los criados que pensaron que ya había muerto.

Cuando perdió toda esperanza de salvación, repartió entre los soldados, jefes y amistades, generosas cantidades de dinero. Como desafiando a la muerte (minitans morti), ideó un crimen execrable. Encerró en el hipódromo a los varones nobles principales de Judea. Llamó a su hermana Salomé y a su cuñado Alejandro y les dio la orden de matar a los prisioneros del hipódromo tan pronto como él exhalara el último aliento. Pues consciente de que los judíos se alegrarían, quiso tener la seguridad de que toda Judea “lloraría su muerte”.

Preso de un ardiente deseo de comer y de un acceso de tos, pidió una manzana y un cuchillo para partirla, como acostumbraba. Intentó “acelerar el destino” clavándose el cuchillo. Pero un pariente, dice Josefo, se lo impidió. El autor de las VJ refiere cómo todavía antes de morir mandó matar a su hijo Antípatro a quien tenía preso. Así, no sin grandes dolores y sin expiar su parricidio, “comido de gusanos expiró”. Con estas palabras de Hch 12,23 termina el relato de Abdías, a las que añade un comentario personal: “Viviendo una vida indigna, murió con una muerte digna”, es decir, bien merecida.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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