Cinismo eclesiástico: el Papa encubridor de pederastas y sus cómplices (III)

Hoy escribe Fernando Bermejo

[ Prolegómenos superfluos para lectores inteligentes:
1) La existencia genérica de pederastia no es el tema de esta serie de posts, ni previsiblemente será el tema de ninguna serie de posts de este blogger. Y en que existe pederastia fuera de las Iglesias cristianas no es necesario -en principio- insistir, como no es necesario insistir –en principio– en que la tierra se mueve, o en que el agua está compuesta de oxígeno e hidrógeno).

2) La perogrullada de que “existe pederastia fuera de la(s) Iglesia(s)” (o “habrá que ver cuál es el porcentaje de pederastas fuera de la(s) Iglesia(s)”) puede responder a dos intenciones distintas. La primera sería intentar ampliar el radio de conciencia de alguien que, de manera tan unilateral como preocupante, solo fuera capaz de ver pederastia en las Iglesias y utilizase de este modo la pederastia para propiciar la tendencia, típica del ser humano, de buscar chivos expiatorios. La segunda, sin embargo, tiene un sentido argumentativa y éticamente muy distinto: es una variante de la falacia del tu quoque –o, mejor dicho, del illi quoque–: “no insistamos en el desagradable tema de los pederastas eclesiásticos, que de pederastas está el mundo lleno”. Una falacia argumentativa que denota la existencia de mala conciencia, y prefiere correr cuanto antes –de modo consistente con el modo en que lo han hecho los propios encubridores de los abusos– un tupido velo sobre una realidad sangrante.

3) La existencia de abundantes casos de pederastia en el clero –y de su encubrimiento sistemático por parte de las jerarquías eclesiásticas– es un hecho especialmente relevante desde el punto de vista ético por dos razones obvias. La primera es que las Iglesias cristianas, y ante todo la católica, son instituciones de poder fuertemente centralizadas que tienen a su servicio una imponente maquinaria de propaganda que influye poderosamente (en ocasiones, decisivamente) en las conciencias de millones de individuos. La segunda es que, a diferencia de colectivos como los profesores de primaria, secundaria o universitarios, obreros de la construcción, médicos, ingenieros, barrenderos, amas de casa o teleoperadores, los representantes oficiales de las Iglesias cristianas se llenan la boca cada día con términos como “Verdad” y “Amor” y “Bien” y "Justicia" y se consideran los representantes de un dios (¿?) en la tierra. Los actos de corrupción cometidos por eclesiásticos o panaderos son obviamente igual de graves, pero en el primer caso el grado de hipocresía y cinismo es, a todas luces, especialmente repulsivo y sangrante.]

Tras haber mostrado que Joseph Ratzinger es objetivamente un encubridor de pederastas, en nuestro post anterior argumentamos que la autorización de la apertura de una investigación sobre Marcial Maciel en diciembre de 2004 no solo no tiene valor ético alguno, sino que todo apunta a que forma parte de una estrategia para salvar su imagen. En esas fechas, todo lo que podría sacar Ratzinger de su autorización para una investigación eran ganancias personales.

Hay un enésimo dato, no citado en posts anteriores, que corrobora esta lectura: a finales de abril de 2004, es decir, más de siete meses antes de autorizar la apertura de una investigación, el exsacerdote católico y exlegionario de origen chileno D. Patricio Cerda Silva se entrevistó con Joseph Ratzinger y le entregó un dossier con varios testimonios de personas abusadas en los Legionarios de Cristo (agradezco precisiones sobre esta noticia al propio Patricio Cerda, a quien sirvió de intermediario el cardenal chileno Jorge Medina). Que Ratzinger no hiciera nada hasta diciembre de 2004 corrobora su desinterés por la justicia real y por las víctimas reales.

La idea de que Benedicto XVI es el paladín de una cruzada anti-corrupción es, pues, una pura y simple fantasía, desmentida por los hechos y por el más elemental sentido común. Es, sin embargo, una fantasía que está llamada a triunfar y a imponerse como la “verdad” que se contará en el futuro a niños y mayores. Una fantasía piadosa que casa muy bien con la beatificación y futura canonización de Juan Pablo II, protector sistemático y elogiador de pederastas, a la que da luz verde un encubridor de pederastas. Como en la Mafia, todo queda en casa.

[Por cierto, quienes han dictaminado que “tras una cuidadosa investigación” Juan Pablo II no sabía nada de las actividades criminales de diversos individuos a los que apoyó son los cardenales que forman parte de la misma jerarquía que ha estado hasta ahora encubriendo sistemáticamente los abusos (y algunos de los cuales han sido elevados a sus dignidades por el propio Wojtyla). ¿Cuál sería, mutatis mutandis, la credibilidad de un dictamen exculpatorio de Pinochet emitido por sus propios generales…? El cinismo eclesiástico –y las tragaderas de su grey– no conocen límites].

Cualquier persona que no tenga su conciencia moral atrofiada percibirá fácilmente que el problema de la inacabable sarta de falsedades de la idea de la “Tolerancia cero” no estriba solo ni principalmente en la propagación de falsedades como tales, sino en que estas son deletéreas desde un punto de vista ético (si verum, bonum et pulchrum convertuntur, lo mismo ocurre con sus contrarios), y ello, al menos, en tres sentidos:

1º) La fantasía del Ratzinger paladín moral constituye, ante todo, y quiérase o no, un insulto a las víctimas cuyo sufrimiento moral Ratzinger no hizo nada para aliviar durante muchos años, aun sabiendo todo lo que sabía (caso Maciel y otros).

2º) La fantasía de que precisamente los últimos Papas nada tienen que ver con encubrimientos de pederastas propicia que algunos de los principales encubridores de abusos se sustraigan no solo en muchos foros a la crítica moral, sino en general, a la condena penal. Quienes mantienen la fantasía se hacen cómplices de los encubridores.

3º) La fantasía de una jerarquía eclesiástica comprometida súbitamente y por arte de birlibirloque con la regeneración moral perpetúa las ficciones sobre esta organización, lo que sirve para justificar un sistema de poder que seguirá haciendo lo que ya ha demostrado hasta la saciedad que sabe hacer: pisotear la verdad y la justicia, cada vez que lo considere necesario, sin el menor reparo. De este modo, quienes propalan la fantasía propician la perpetuación de las mismas condiciones de posibilidad que coadyuvaron a la comisión de abusos anteriores, haciéndose a su vez con ello cómplices de la comisión de futuros abusos. Las falsedades de hoy preparan ya el camino a las injusticias y los abusos del futuro.

A esta luz, debería resultar claro que el nivel de lucidez moral de quienes inventan o propalan las fantasías reseñadas no tiene nada que envidiar, por poner un ejemplo, al de la Drosophila melanogaster.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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