El maridaje de la filosofía y el cristianismo (168-06)

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos comentando el libro de A. Monclús, “La eutanasia, una opción cristiana”. Naturalmente, nos referimos en esta reseña sólo a las ideas básicas y casi desnudas, desprovistas de su aparato argumentativo. Para discutir más a fondo, es evidente que habrá que referirse al libro directamente.

Sobre la influencia de otros pensadores de los inicios de la Iglesia y en especial Orígenes, como filósofo y teólogo, en el tema concreto de la eutanasia, el libro de Monclús no puede hacer otra cosa que observar -y esto me parece importante- cómo la evolución de la Iglesia, bien asentada en el ámbito del Imperio, lleva a elegir un sistema de conocimiento del universo y del ser humano, aceptado en su base por las mayoría de la intelectualidad del Imperio, en el que asentar la teología y la moral cristiana. Y naturalmente esta base no podía ser otra en el mundo mediterráneo que la filosofía griega.


Ya vimos en las notas anteriores cómo el derecho romano fue utilizado ampliamente por Tertuliano para fundamentar parte de la teología cristiana. Podemos añadir que desde la 1ª Epístola de Clemente a los corintios -escrita en torno al año 96- se ve claro también cómo no sólo el derecho, sino también las estructuras organizativas del Imperio sirven a la Iglesia naciente para conformar su estructura administrativa.

A este respecto cita Monclús a Werner Jaeger en su famosa obra “Cristianismo primitivo y paideia griega” (trad. española, México 1980):

“Clemente de Roma recurre a la tradición de la paideia (cultura/educación clásicas) grecorromana que conoce muy bien. La concepción orgánica de la sociedad, que ha tomado del pensamiento político griego, adquiere en sus manos un sentido casi místico al ser interpretada a la manera cristiana a como unidad en e cuerpo de Cristo. Esta idea mística que procede de san Pablo, es completada por Clemente mediante la sabiduría de la experiencia y la especulación políticas de Grecia…” (p. 32)


Del mismo modo había señalado anteriormente el mismo autor como la organización de las ciudades y del ejército romano habían ayudado a conformar las primeras comunidades consolidadas de cristianos a finales del siglo I.

Y respecto a Orígenes señala Monclús cómo recurre de modo expreso este autor a la filosofía (neoplatónica y estoica) para dar cuerpo a la teología propiamente cristiana. En el Contra Celso escribe:

Hay que emplear toda la fuerza del talento en la inteligencia del cristiana; y como medio… hay que tomar de la filosofía griega las materias que pudieran ser como iniciaciones o propedéutica para el cristianismo… (Edición de la B.A.C., 2001, p. 616).

Este sistema, muy lógico en sí y quizá inexcusable en su momento lleva de hecho –según Monclús- a que la teología cristiana dependa en su acercamiento de la realidad, del modo específico de una filosofía. Éste sería el vehículo para acercarse al conocimiento del mundo y de la vida. Pero, opina, este sistema reduce al cristianismo esencialmente al universo mental grecorromano. Ahora bien, Jesús no fue un filósofo, y su pensamiento no puede circunscribirse a las pautas exclusivas de este universo, cuyas líneas fueron ulteriormente especificadas por Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. Y al especificarse quedaron ahormadas y rígidas en una línea de pensamiento.

La conclusión de Monclús se apoya en Gianni Vattimo, que apunta hacia el fondo del problema: la creación en la Iglesia de un autoritarismo (no sólo en lo práctico, sino en la elaboración teórica) que depende de un tipo de filosofía metafísica

“El autoritarismo de la Iglesia católica… está ligado a una metafísica determinada, la que penetra toda la tradición occidental en la forma del aristotelismo reelaborado por santo Tomás de Aquino, sino a la metafísica en sentido de Heidegger, a la idea de que hay una verdad objetiva del ser que una vez conocida (por la razón iluminada por la fe) se convierte en una base estable de una enseñanza dogmática y sobre todo moral que pretende fundarse sobre la naturaleza eterna de las cosas (G. Vattimo, Creer que se cree, Barcelona 1996, p. 53).

Y esto aplíquese a la elaboración mental de una teoría hoy sobre la eutanasia como opción cristiana: no existe una naturaleza eterna de las cosas. Se pueden volver a repensar los fundamentos de la eutanasia desde otras y diversas perspectivas, pero teniendo en cuenta que no es tarea fáicl: una vez que se rigidizan los conceptos y normas sobre ella en la Iglesia, a partir de esta mentalidad filosófico-teológica, es muy difícil cambiar la mente. Es preciso elaborar la defensa de la eutanasia desde otros puntos de vista que tengan en cuenta otra mentalidad (por ejemplo, la de Jesús no es grecorromana) e incluso, y necesariamente, otros puntos de vista que provienen de culturas distintas.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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