Agustín de Hipona y los fundamentos de la doctrina antieutanasia (168-07)

Hoy escribe Antonio Piñero


Un capítulo para reflexionar en la obra de A. Monclús es el dedicado a Agustín de Hipona y su teología y su influencia indirecta, pero muy potente, en una posible reelaboración del tema “defensa de la eutanasia”.

En síntesis opina Monclús, en la Ciudad de Dios, como en otras obras suyas expondrá la fundamentación explicativa de la auténtica opción cristiana por el sufrimiento, y su aceptación de él sin discusión hasta el momento mismo de la muerte.

El sustento se halla en la concepción totalmente pesimista del ser humano, ahogado en el mundo del pecado y la culpa, puesto que el pecado original que será su marca toda la vida se transmite por el acto sexual (carnal y maligno) en el momento de la concepción. El hombre en pecado es enemigo absoluto de Dios hasta que vino la plenitud de los tiempos y Jesús, como hijo de Dios, se sacrificó vicariamente por todos los hombres en el sacrificio de la cruz. Este sacrificio aplacó la ira de Dios.

El destino del ser humano, según Agustín/Monclús, radica en repetir en su vida este sacrificio que le hará ganar el cielo. Ha de imitar el sufrimiento de Jesús para liberarse de la pulsión infernal de su propio cuerpo/pecado, que es una ocasión constante de tentación y de prueba, en oposición a la acción espiritual del alma. Por ello, en la ciudad terrena y para ganar la celeste, el ser humano mortificará las obras de la carne y vivirá para Dios, sometiendo y reduciendo a servidumbre su cuerpo y crucificándolo.

Según Monclús, de la inmensa influencia de las obras de Agustín proviene que hasta hoy día, sobre todo en la Iglesia católica, se haya creado una conciencia identitaria una de cuyas bases principales es el pesimismo existencial, la idea –y consecuente sensación abrumadora continua- de la culpa original y permanente, que lleva a no “sólo a la aceptación, sino a la búsqueda decidida del sufrimiento para acercarse más a Jesucristo sufriente hasta el límite de las fuerzas” (p. 167).

Cualquier lector establecerá fácilmente el vínculo de lo transcrito ahora con la doctrina cristiana sobre la eutanasia que hemos expuesto en notas anteriores: a la idea de que l vida sólo es de Dios, y que el ser humano es sólo el administrador de ella, se unirá la noción de que los sufrimientos finales de la vida, queridos o permitidos por Dios, deberán ser asumidos como parte de la participación del cristiano en el sufrimiento redentor de Cristo. Cuando Dios quiera, se acabará ese sufrimiento; pero mientras no quiera, deberá ser bienvenido, y llevarse con la mejor paciencia posible, ya que así el sufrimiento colabora e imita a Cristo en su sacrificio doloroso redentor.

Monclús concluye que la iglesia postaugustiniana difundirá un cristianismo platonizado (pero un Platón no plenamente entendido) que tenderá a lo largo de su historia a un “angelismo espiritualista” enemigo del cuerpo material. Esta dicotomía no era la de Jesús de Nazaret, cuyas alusiones al espíritu y a la carne tenían que ver más con la ambigüedad semítica que concibe al ser humano como una “almicuerpo” cuyas “partes” no son en sí verdaderamente distinguibles, y que se opone a una confrontación lógica de dos opuestos: el cuerpo y el alma; el mal y el bien. Para un Jesús judío, si sufre el cuerpo, también lo hace el alma en igual medida –son indisociables-, y eso no puede ser bueno y apetecible por Dios.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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