El Apocalipsis y el marco vital de la Escuela johánica (y II) (169-04)

El Apocalipsis y el “marco vital” de la Escuela johánica (169-04) (y II)

Hoy escribe Antonio Piñero



Sostiene Domingo Muñoz (“Cartas de Juan”, proemio, p. 17) sobre la conveniencia de aducir el Apocalipsis como concomitante a la teología de las Cartas. Escribe:


“El conjunto del libro del Apocalipsis es una invitación a la conversión y una proclamación de la soberanía de Jesucristo. El Apocalipsis concede un valor central a concepciones propias del Cuarto Evangelio y las Cartas de Juan: la idea del testimonio (Ap 1,2), la autopresentación de Jesús como mesías e Hijo de Dios (Ap 2-3), la figura del Cordero (cap. 5), el mesías nacido de mujer (Ap 12), el Esposo y la Esposa (Ap 19,1-10), el título Verbo de Dios (Ap 19,13), la concepción de ‘Dios con nosotros’ (Ap 21,3), la visión del rostro de Dios (Ap 22,4) y del río de agua viva (Ap 22,1-2), la visión de los doce apóstoles del Cordero como asiento de la muralla de la ciudad (Ap 21,4). Todo ello son señales inequívocas de que el autor del Apocalipsis vivió en el grupo de la tradición johánica. Finalmente queremos destacar un lugar en el que esta pertenencia al círculo johánico nos parece decisiva: la visión del Traspasado por el que hacen duelo todas las gentes (Ap 1,7 = Jn 19,34-37: “Y también otra Escritura (se cumplió en la muerte de Jesús que) dice: Verán a aquel al cual traspasaron”). Coincidencia como éstas sólo tienen explicación si respetamos el dato de la tradición de que el Apocalipsis nació en e círculo johánico” (p. 17).

De nuevo me parece que el autor del comentario a las “Cartas de Juan” lee mucho más en los textos de lo que éstos parecen decir. Desde luego es opinión común entre los investigadores lo que ya apuntamos: que la tradición que adscribe indirectamente el Apocalipsis a Juan hijo de Zebedeo (como sostiene Domingo Muñoz y veremos en el comentario de la nota siguiente) no es más que una confusión de cristianos primitivos, poco versados, llevados por la identidad del nombre de Juan, pero sin base alguna.

Yo no veo notables concomitancias, absolutamente cercanas, como da entender Domingo Muñoz, entre la nociones del Apocalipsis (como hemos transcrito en la cita anterior) y las Cartas johánicas, ni siquiera en el “río de agua viva” que surca la Jerusalén celeste. Más bien veo motivos cristianos comunes, formados a partir de concepciones paulinas. De modo que –en mi opinión- si intentamos probar el parentesco del Apocalipsis basándonos en ellos, podríamos acercar esta obra a muchas otras del Nuevo Testamento.

Por tanto, estamos ante un cristianismo común y de ningún modo en una prueba –y mucho menos “inequívoca”- de que el Apocalipsis pertenece al grupo johánico y que ayuda por sí mismo al lector a formarse una idea del “marco vital”. No parece ser así.

Tampoco veo claro (pp. 28-29) que se pueda admitir sin discusión que los “himnos al Cordero” (Ap 5 y 19 y a la obra redentora de Jesús (1,5-6) “Nos conduzcan al ambiente de la asamblea litúrgica de la comunidad johánica”. Como dice de vez en cuando John P. Meier: “non liquet”: no se ve.

Incluso el motivo del Traspasado me parece que tiene mucha mejor explicación en una influencia común sobre el cristianismo primitivo del texto de Zacarías 12,10:

“Y derramaré sobre la Casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, Espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y harán llanto sobre él, como llanto sobre unigénito, afligiéndose sobre él como quien se aflige sobre primogénito”.

Cualquiera que lea algún comentario a los Evangelios y vea luego los índices de citas de la Escritura caerá en la cuenta de la influencia que tiene Zacarías en el cristianismo primitivo en general. En concreto este pasaje, que alude a una figura misteriosa –parecida al Siervo justo de Yahvé de Isaías, cuya muerte es propiciatoria, según el profeta, y hace que Yahvé se apiade y envíe la salvación a Israel- es uno de los lugares clásicos en los que todos los cristianos instruidos en la Biblia vieron una alusión al mesías Jesús, muerto en la cruz. Es innecesario, y poco convincente postular una influencia directa e inmediata del IV Evangelio sobre el Apocalipsis, que quizás se escribieron más o menos por la misma época.

A pesar de estas discordancia con el autor del libro que comentamos, veo que en el comentario, sobre todo de la Primera Carta, el autor sabe desentrañar muy bien el texto a base de un análisis pormenorizado, aunque a veces repetitivo, de las tres Cartas. No me ca duda de que al lector le quedarán bien fijas y remachadas las ideas básicas de sus autores.

En la próxima nota concluimos este comentario.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.
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