Religiones del mundo antiguo. La religión egipcia (171-02)

D. de Castro- A. Striano- Religiones del mundo antiguo


Hoy escribe Antonio Piñero


Continúo con la visión general del contenido del libro presentado ayer, "Religiones del mundo antiguo"bajo el punto de vista de que las religiones han influido tanto en la humanidad que merece la pena tener una idea, aunque somera, de las más importantes. El miedo a la muerte parece inseparable de nuestra condición humana, por lo que –en la inmensa mayoría de los casos- parece que la religión, alguna forma de ella se impone a la mayoría de los mortales.

La aproximación científica a las religiones antiguas no es fácil. Supone una gran tarea de investigación. Y esto se ve en todos los capítulos de este libro, que consideraremos uno a uno. con alguna excepción a la que dedicaremos más tiempo y en caso aparte.

El primer capítulo, de J. R. Pérez-Accino, nos alecciona sobre la dificultad de formarse una idea clara de la religión egipcia –tan cercana físicamente a Israel- dentro de un complejo y abundantísimo mundo de símbolos, imágenes y textos. El autor imposta su contribución al libro analizando los nombres y las imágenes de los dioses. Yo diría que en Egipto la divinidad es una y múltiple: cada una de las divinidades muestra hacia fuera un “modo” de la divinidad esencial. Creo que esto es lo que piensa Pérez-Accino.

Para la religión egipcia, el mundo es un proceso de creación continuada en el que las divinidades son autoras y producto, a la vez, de esta creación. Y la divinidad del faraón, el representante en la tierra del mundo divino, es básica en este proceso de continua recreación, eterna, del universo al hacer de puente entre el “dios” (en general) y los “seres humanos”.

Transcribo un párrafo (añadiendo aclaraciones mías parentéticas) que me parece vital:

“El mundo y el ser humano se presentan como productos finales del proceso de creación. Entre ambos constituyen el campo de actuación de las divinidades, ejercida a través de la acción sobre ellos del monarca. Éste, al compartir su naturaleza con ambos extremos del proceso de la creación (continua), es decir, el extremo de las divinidades y el de lo creado- ejerce su función fundamental de mediador de embajador divino en la tierra, y embajador terrenal en el ámbito divino.

Esta función mediadora ostenta una faceta fundamental y es que el monarca es el propiciador del traslado al mundo del más allá del destino del ser humano tras la muerte. De una manera simplificada, en la religión egipcia es el monarca por medio de sus rentas, sus talleres, sus expediciones a la búsqueda materiales nobles, y muy especialmente por la concesión del culto funerario al difunto (que en sí no tendría derecho del todo a ese mundo futuro, o al menos un derecho a una vida en el más allá muy diversa a la del monarca), que permite que el estatus desempeñado por el propio difunto se traslade en vida al más allá, y que su servicio al monarca encuentre su correspondencia en el que ese difunto rendirá al monarca muerto, es decir Osiris.

Desde la relación filial que une a ambos (el monarca que es una encarnación de Horus, y Osiris), y al hecho de la muerte violenta de Osiris, representado en el mito y su resurrección anual en la ciudad de Abidos, cabe perfectamente considerar el episodio completo como un discurso en el cual el Hijo (Horus = el faraón) propicia que el difunto sea acogido en su compañía por el Padre (Osiris = el faraón ya muerto), quien ha experimentado ya una pasión – muerte y ‘resurrección’ (en el ámbito del reino de los ‘difuntos-vivientes’ en el otro mundo). El Hijo (= en la tierra, el faraón) es el que salva de la muerte, que también había experimentado ya su Padre” (pp. 28-29).

Este texto denso y que deberá leer dos veces quien no esté ducho en religión egipcia me parece de extrema importancia para explicar por qué triunfó el cristianismo, con una velocidad de vértigo, en el mundo egipcio de los siglos I y II. ¡Había un enorme parecido de concepciones!

Esta religión egipcias presenta varios conceptos fundamentales y básicos de interés que pueden proyectarse con facilidad hacia el cristianismo. Además de los dicho, dentro de la enéada (grupo de nueve) de dioses fundamentales (en los que “se expande” la divinidad en sí) hay una trinidad clara Osiris (Padre) Isis (Madre) y Horus (Hijo). El Hijo “se encarna” en el faraón. Éste el mediador entre los dos mundos, divino y humano. El Hijo/faraón hace que el difunto experimente la resurrección en el mundo de ultratumba, reino de Osiris (dios padre “difunto y vivo” a la vez), es decir que en último término, se salve.

Volveremos a este texto cuando consideremos con más detenimiento el tema de la “divinización” , o mejor, de la “divinidad” del faraón en la religión egipcia en los paralelos de historia de las religiones ya anunciados para la “divinización” de Jesús.

El lector puede complementar este capítulo con el del mismo Pérez-Accino, en A. Piñero-E. Gómez Segura (eds.), La verdadera historia de la Pasión, EDAF, Madrid, 2008, capítulo "Comer y ser comido", que tiene la siguiente estructura: 1. Comer y ser comido. La muerte del dios en el Egipto antiguo: El medio físico como explicación de una ideología; Un mundo poblado de dioses; La enéada primordial; La comida como elemento central en el culto de Osiris; La resurrección de Osiris.

Seguiremos con el comentario breve a este libro de “Religiones del Mundo antiguo”.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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