Retrato físico de Juan y otros episodios

Juan Fís 3


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Tres episodios se han conservado en la versión irlandesa de la Vida de san Juan latina, tomados del Liber Flauus Fergusiorum (s. XV). Muchos autores estiman que pertenecen al núcleo original de los primitivos HchJn. Texto traducido en A. Piñero & Del Cerro, Hechos Apócrifos vol. I, pp. 478-481.

Retrato físico de Juan evangelista

El suceso tiene su contexto en el sacrificio de una misa a la que asistía el apóstol Juan. El narrador cuenta detalladamente la forma de revestirse el sacerdote con las vestiduras sagradas, todas elegantes y hasta lujosas.

Habla del amito de hilo dorado, del alba finamente tejida, del manípulo de hilo dorado sobre su mano izquierda, de la estola con franjas de seda, de la casulla bordada finamente con una cruz dorada. El sacerdote, de nombre Sensipo, comenzó a celebrar la misa. Juan, “con sus ojos azules y rostro brillante” aplicaba toda su atención en el santo sacrificio. Conoció, por la hostia coloreada y por el hermoso cáliz, que el celebrante había cometido un pecado oculto.

Juan se puso a llorar con grandes lamentos, en los que pedía a Dios que purificara el alma de aquel sacerdote de las tinieblas y del pecado que lo oprimían. Por todo ello, no era digno de ofrecer el sacrificio eucarístico. Oyó el sacerdote las palabras de Juan, interrumpió la misa y salió huyendo de la iglesia. Lloraba amargamente por sus pecados ante “Dios Padre y Creador”. Juan, el que un día recostó su cabeza sobre el pecho del Señor, llamó a Birro, el diácono de Juan, ya conocido por otros textos, como el de la Metástasis de los HchJn, con el nombre de Vero y le encomendó que hiciera volver al sacerdote. Lo encontró desolado y lamentándose en voz alta por sus pecados.

El sacerdote Sensipo se postró de rodillas y pronunció estas sentidas palabras. Se trata de un retrato físico del apóstol Juan, similar al de otros actores de los Hechos Apócrifos, como el de Pablo en HchPlTe 3,1 o el de Bartolomé en su Pasión del apóstol san Bartolomé 2,1:

“Discípulo del Creador,
Lozano, angélico Juan,
Decidido y de hermosa cabellera,
Rutilante con ojos azules,
De rojizas mejillas y bella apariencia,
Blancos dientes y cejas castañas,
Boca roja y blanco pecho,
Rápida y blanca mano,
Gráciles dedos, rojos y suaves,
Brillante, iluminado pie.
Grácil, noble, gentil,
Famoso, joven santo
Que expulsas al negro diablo,
Para Dios un buen discípulo”.

Es hasta cierto punto lógica la curiosidad de los fieles por conocer los rasgos físicos de sus maestros en la fe. Y ante el mutismo de los textos canónicos sobre el tema, los apócrifos no dudan en inventar unos datos que pueden saciar la devoción de sus devotos. El relato termina asegurando que la plegaria de Sensipo fue escuchada por Dios y que “el noble y principesco” Juan volvió a comenzar la misa interrumpida hasta terminarla con toda pureza.

El apóstol desprendido

El episodio es conocido y usado por Evodio de Uzzala, amigo y contemporáneo de san Agustín, en su obra De fide contra manichaeos (CSEL 25, 970,31-71,2. Cuenta de unas ancianas que seguían al apóstol Juan y escuchaban sus predicaciones. Eran pobres de solemnidad y solamente tenían para vivir las limosnas que Juan les daba de las colectas que recibía. Pero empezaron a quejarse y a difamar al apóstol pensando que las riquezas de Juan eran abundantes mientras que las que repartía entre las ancianas eran más bien escasas. Llegaban a afirmar que Juan buscaba para sí la riqueza y para las ancianas, la pobreza.

Enterado Juan de aquellas críticas, no lo tomó a mal, sino que aguardó la ocasión de dar a las murmuradoras una oportuna lección. Ocurrió que se encontró un día con una reata de asnos que acarreaban heno a la ciudad. Tomó un puñado del heno y pidió a Dios que lo transformara en oro. Aparecieron cien barras de oro bien pulidas y bruñidas. En unas forjas cercanas certificaron que no habían visto jamás un oro tan bueno como aquél. Lo depositaron en las manos de Juan, que lo arrojó al fondo del mar con gran admiración de todos los presentes.

Siguió luego la exégesis del gesto. Demostraba Juan que si quería riquezas no tenía que hacer otra cosa que pedirlas al Señor que se las daría en abundancia. Sin embargo, prefería ser pobre y desprovisto de todo, ya que el Señor había prometido para los pobres el reino de los cielos (Mt 5,3). Advertía a aquellas ancianas hipócritas que todo lo que recibía de las colectas lo empleaba en ellas y en los otros cristianos necesitados.

Vencedor del demonio

Iba Juan de camino cierto día cuando se encontró con un caballero totalmente armado, que se dirigía hacia él con intención de matarlo. Llegado donde estaba Juan, le espetó con gestos monstruosos y agresiva grosería que dentro de poco tiempo lo tendría entre sus manos y le daría muerte. Juan suplicó a Dios que extinguiera sus amenazas, su ira y a él mismo.

El caballero abandonó el lugar a toda prisa y desapareció como el humo salido de un gran fuego o como el polvo que se disipa con el viento. Era el diablo que venía disfrazado de caballero para tentar a Juan por las numerosas conversiones que operaba entre sus oyentes.

Los tres fragmentos terminan con esta advertencia: “Hasta aquí el nacimiento del Anticristo y la vida de Juan el Evangelista”. Ello hace suponer que se trata de fragmentos de un conjunto tan amplio como para que pudiera denominarse “vida de Juan”.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba