Pablo de Tarso en los Hechos canónicos de los Apóstoles

Conversión


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pablo es tan importante en la historia del cristianismo primitivo, que los textos del Nuevo Testamento le dedican una atención preferente. De manera que ya sea por los sucesos narrados, ya por los recuerdos aludidos, podemos trazar la vida de Pablo con bastante precisión, al menos según el testimonio de los textos. Pero está claro que el concepto de historia de Lucas poco tiene que ver con el concepto aristotélico. Y ello a pesar de su propósito expresado solemnemente en el prólogo clásico a toda su obra (Lc 1,1-4), prólogo que va seguido sin solución de continuidad por el evangelio de la infancia, iniciado con un egéneto de sabor hebraizante.

Si nos fijamos en el perfil de las dos partes de su obra, podemos colegir lo que Lucas entiende por historia. Según el concepto aristotélico el objeto de la historia debe ser tò genómenon, lo sucedido. El objeto de los Hechos canónicos de los Apóstoles es el cumplimiento del proyecto expresado en Hch 1,8. Es decir, los apóstoles deben ser los testigos de Jesús “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra”. Ello implica la necesidad de manejar las fuentes para adaptarlas a su objetivo. Pero luego, cuando Pablo deja esos otros testimonios personales que son sus cartas, encontramos nuevos detalles que rellenan vacíos y completan los datos deficitarios.

Los primeros testimonios sobre Pablo, todavía llamado Saulo, los encontramos en la escena de la muerte de Esteban por lapidación. El discurso de Esteban ante el Sanedrín tuvo expresiones que fueron interpretadas como blasfemias, cuyo castigo era la muerte. Sacaron a Esteban fuera de la ciudad, donde lo apedrearon. El texto de los Hechos dice que “los testigos depositaron sus vestidos a los pies de un joven, llamado Saulo” (Hch 7,58). Los testigos deben entenderse como los verdugos que apedreaban a Esteban y se desembarazaban de sus vestidos para moverse mejor. Los depositaban al cuidado de una persona de confianza como era el joven Saulo. Una vez que Esteban “se durmió”, es decir, murió, “Saulo aprobaba su muerte” (Hch 7,60; cf 22,20).

La muerte de Esteban fue como el pistoletazo de salida de una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Los cristianos se dispersaron por toda Judea y Samaría. Por su parte, “Saulo devastaba la Iglesia, entraba en las casas y arrastraba a hombres y mujeres a los que enviaba a la cárcel” (Hch 8,3). Después de los sucesos de Samaría, incluida la conversión de Simón Mago al cristianismo, prosigue el texto de los Hechos narrando detalles de la persecución. Pablo, “respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de Damasco” (Hch 9,1s), con la idea de que si encontraba allí a personas seguidoras de Jesús, las llevara presas a Jerusalén.

La “conversión” de Saulo

Pongo entre comillas el término “conversión” para interpretar según la tradición cristiana el drástico cambio que se produjo en Pablo, que pasó de perseguidor a apóstol. El cambio está confirmado por Pablo con el testimonio de sus cartas auténticas (1 Cor 15,9; Gál 1,13). Lucas tenía necesidad de un argumento contundente que justificara tan extraña transformación. Y lo tuvo cumplido en los sucesos del camino de Damasco.

En efecto, estaba ya cerca de Damasco cuando ocurrió algo que cambió la vida de Pablo y, en cierto modo, la de la iglesia primitiva. Dejo en boca de Lucas el relato de los sucesos en su versión literal: “Cuando sucedió que se acercaban a Damasco, de repente lo deslumbró una luz del cielo, y caído en tierra, escuchó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Él contestó: «¿Quién eres, Señor?» Y él dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que tienes que hacer». Los hombres que le acompañaban quedaron atónitos, y oían la voz, aunque sin ver a nadie” (Hch 9,3-7).

Saulo se levantó, pero no veía nada. Lo llevaron a Damasco, donde permaneció tres días sin ver, y no comió ni bebió. El cristiano Ananías recibió por una visión el aviso de buscar a Saulo de Tarso en casa de un tal Judas que vivía en la calle Recta de la ciudad. La calle Recta o Cardo Máximus era la vía más importante de las ciudades helenísticas, que se cruzaba en ángulo recto con el Decumano Máximo. El Cardo Maximus atravesaba el rectángulo de la ciudad en su parte más larga, mientras que el Decumano lo hacía por la parte más corta del rectángulo. Desde el aire se distingue hoy todavía el trazado de aquella vía. Ananías contestó a la visión recordando que Saulo no había venido en son de paz, sino que tenía la intención de hacer a la iglesia los males que había hecho a los fieles de Jerusalén. El Señor le tranquilizó asegurándole que el antiguo perseguidor era ahora “vaso de elección” (Hch 9,15).

Ananías cumplió el encargo de la visión, impuso las manos a Saulo, que recobró la vista, quedó lleno del Espíritu Santo y fue bautizado. Permaneció unos días con los cristianos de Damasco y luego se dedicó a predicar por las sinagogas de los judíos “que Jesús era el Hijo de Dios”. Los que lo conocían estaban sorprendidos al ver al perseguidor convertido en apóstol. Los judíos tomaron la determinación de matarlo, pero los discípulos lo tomaron de noche y lo sacaron de la ciudad descolgándolo en una espuerta por la muralla. Saulo se dirigió a Jerusalén con la intención de unirse a los discípulos, pero todos sentían todavía miedo del converso. Llama poderosamente la atención la sensación de cautela y temor que provocaba la presencia de Saulo. El celo y el furor que desplegaba en su fase de perseguidor de la iglesia seguía pesando en la balanza de su valoración de nuevo cristiano. Como si Lucas quisiera subrayar la sinceridad de su conversión al comparar su nuevo estado con el anterior de fariseo celoso.

Apareció entonces Bernabé, que hizo de introductor de Saulo ante los apóstoles y fue luego un eficaz compañero de evangelización. Explicó a los apóstoles lo sucedido en el camino de Damasco y cómo Saulo había predicado el nombre y la doctrina de Jesús. En Jerusalén, continuó predicando y disputando con los helenistas, que también intentaron quitarle la vida. Los hermanos lo enviaron a Tarso para librarlo de los peligros que le amenazaban. Bernabé, “hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch 11,24), bajó a Tarso para recoger a Saulo y llevarlo a Antioquía. Desde entonces, formaron Bernabé y Saulo un tándem que extendió la fe en aquella ciudad, en la que por vez primera fueron llamados cristianos los discípulos de Jesús. Los dos fueron igualmente los encargados de llevar a los necesitados de Jerusalén los resultados de la colecta realizada en Antioquía para resolver el problema de la hambruna que se desencadenó por la región en aquellos días. Después de la narración de la persecución de Herodes Agripa, Bernabé y Saulo regresaron a Antioquía llevando en su compañía a Juan, llamado Marcos (Hch 12, 25).
(Foto de la Conversión de san Pablo de Caravaggio)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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