Los últimos días de Jesús. Textos y acontecimientos (177-01)

Fr. Bovon Los últimos días de Jesús





Hoy escribe Antonio Piñero


El libro que presento y comento esta semana es de François Bovon, catedrático emérito de Nuevo Testamento y cristianismo primitivo en la Universidad de Harvard, y profesor honorario de la Universidad de Ginebra, autor conocido en este Blog porque de él he citado algunos pasajes de su Comentario al Evangelio de Lucas (Sígueme). He aquí su ficha:

Fr. Bovon, Los últimos días de Jesús. Textos y acontecimientos (colección “Presencia teológica” 155). Original de 1973, revisado en 2004 y 2007, Editorial Sal Terrae, Santander 2007, 134 pp. ISBN: 978-64-293-1695-7. Traducción del francés, buena, de Ramón Alfonso Díez Aragón.


El libro contiene en sí sólo 88 pp. de texto; el resto es una traducción de la historia de la Pasión, según Lucas: 22,1-24,53 (tr. de la Biblia de Jerusalén de 1998) y el fragmento conservado del Evangelio de Pedro, en la versión española de A. de Santos Otero, B.A.C., Madrid, 3ª ed. de 1975.

Es tan breve el libro que habría sido una excelente ocasión de presentar no sólo Lucas, sino los cuatro evangelios canónicos en columnas paralelas, además de naturalmente, como se ha hecho, el Evangelio de Pedro (apéndice que también trae, por ejemplo, La muerte del mesías de R. E. Brown, (tr. española en “Verbo Divino”), libro que comentaremos, creo, la semana que viene..

El libro ofrece primero una impresión personal del autor ante el material que recoge y sus resultados. En ella Bovon sostiene –y es interesante a mi parecer- que lo que más ha cambiado entre una primera edición y las revisiones de este libro es ante todo -escribe- “mi conciencia de investigador”. Y añade: . “Hoy somos más conscientes de los límites de toda investigación histórica. Ahora sabemos mejor que ayer que toda descripción del pasado es una reconstrucción, y que el examen más objetivo de los testimonios y de las fuentes está condicionado por la identidad de quien los examina” (p. 9).

El autor, además, se declara creyente (de hecho es un calvinista moderado), y afirma que, además de historiador, es un teólogo. Pero se resiste a declarar la “derrota del conocimiento (racional e histórico)”. A pesar de las tendencias inconscientes, “la comunicación entre los humanos es posible y se puede llegar a acuerdos si se trabaja sobre los mismos documentos”. Ahora la historia es más difícil que en tiempos de Theodor Mommsen, pero no es imposible; es factible (p. 9).

Totalmente de acuerdo con el autor: la historia es una hipótesis explicativas de los hechos brutos (también a veces, reconstruidos) del pasado, una hipótesis lo más razonable y aséptica que se pueda. Y me parece admirable, y usual, por suerte, lo que ocurre hoy día, a saber que editoriales plenamente católicas publiquen libros de calvinistas, metodistas (por ejemplo, J. G. Dunn), etc., sin el menor asomo de censura, libros que presentan sus hipótesis desde ópticas distintas a la católica.

Otro detalle importante, fruto de estas revisiones del libro en su primera edición, es el caso que el autor hace a algunos datos del Evangelio de Pedro, a pesar de lo legendario que se muestra este evangelio en ocasiones. Es totalmente plausible que contenga al menos corroboraciones de datos de los otros evangelios. R. E. Brown aparta y analiza también su testimonio.

En conjunto el libro que presentamos está escrito con enorme claridad y sencillez. Va directamente al grano de los acontecimientos y su encadenamiento es muy lógico. Se lee fácilmente.

El libro comienza por una ojeada breve a las fuentes:

a) Pablo, epístolas genuinas, y

b) la posible tradición prepaulina (si Jesús muere en el año 30 y siente su llamada -“conversión”- en el 32/33 hay relativamente poca tradición; normalmente hay un cierto círculo vicioso en esta postulación porque la mayoría de las veces el único testimonio de esta “tradición previa” es un texto de Pablo mismo.

Luego c) la tradición de los evangelio canónicos, en donde observo que la evaluación del Evangelio de Juan es muy benévola por parte de Bovon:

“Juan profundiza la concepción cristiana primitiva de la muerte de Jesús. Toda la vida de Jesús converge hacia esa ‘hora’ que marca la elevación y la glorificación del Hijo”.


Esto me parece cierto, pero escaso, porque el relato de la pasión de Juan es muy diverso al de Marcos (se parece mucho a Lucas en ocasiones) y tiene un fortísimo contenido de especulación teológica que se debería poner más de relieve en esta evaluación de las fuentes.

Pondera luego Bovon la aportación del Evangelio de Pedro. Llama la atención el que valore el fragmento de la Pasión (el único conservado; el resto del Evangelio de Pedro se ha perdido) así:

“Este largo fragmento… no es ni más milagroso ni más legendario que los relatos canónicos” (p. 31)

A los Acta Pilati (luego ‘Evangelio de Nicodemo’: primera parte) no otorga Bovon valor alguno, pues no son más que una respuesta apologética cristiana y fantasiosa a otras Acta Pilati, ficción pagana injuriosa para los cristianos.

Valora Bovon al modo usual la “tradición” del Testimonium flavianum (F. Josefo, Antig., XVIII 3,3 = & 63-64) al que le da valor en su versión expurgada de adiciones cristianas al compararlo con la versión árabe de este pasaje que carece de la mayoría. Igualmente acepta –esta vez sin ningún ‘pero’- el testimonio de Tácito, Anales XV 44 (que a mí, personalmente, me parece probablemente interpolado), e indirectamente el del Talmud de Babilonia bSan. 43a en cuanto ofrece testimonio indirecto de que Jesús “fue colgado”.

Esta parte metodológica me parece interesante porque añade consideraciones serias y oportunas sobre el valor de las fuentes canónicas: rechaza Bovon que el relato de la Pasión sea “profecía historizada”, es decir, una recogida de profecías del Antiguo Testamento que se hacen “históricas” a base de inventar una pasión de Jesús perfectamente acomodada al desarrollo de esas profecías, y sostiene que es más justo con el material considerarlo como “recuerdos” (se supone que verdaderos) de lo ocurrido, “deformados” a veces por el influjo de los textos del Antiguo Testamento. En otras palabras: hay una interacción entre el recuerdo objetivo de los hechos y el recuerdo de los textos de la Escritura. Pero la deformación de la “historia” resultante --sosytiene Bovon-- no resta valor a la veracidad de un núcleo histórico recuperable.

Sí acepta Fr. Bovon que se observan en los Evangelios canónicos fuertes tendencias apologéticas:

a) frente a los judíos los evangelistas insisten en ver en los acontecimientos un plan de Dios para el cual ellos están ciegos. Sobre todo los Salmos y Zacarías, que tienen ante sus ojos, son un testimonio irrefutable de que el fracaso del mesías es sólo aparente y que la condenación que ellos, judíos, propiciaron fue sumamente injusta.

b) Frente a los paganos: se elimina la infamia de la cruz y se procura exonerar de culpa a los romanos, encarnados en Poncio Pilato.

Bovon saca a la luz otras dos “tendencias” o “sesgos” que conviene tener en cuenta en nuestras fuentes principales:

1) Una tendencia parenética o moral, que puede exagerar algunos rasgos. Por ejemplo, en la escena de Getsemaní hay que tener en cuenta el sesgo de aumentar el valor de Jesús. Y es porque “el coraje de éste debe incitar a los cristianos a sufrir siguiéndolo”. La escena de Getsemaní es una exhortación a no imitar a los discípulos dormidos y a permanecer siempre vigilantes” (p. 27)

2) Una tendencia hacia lo legendario. Los relatos de la Pasión están sujetos a los desarrollos y ampliaciones típicas, con las reglas que ha descubierto la crítica e historia literarias, de las narraciones populares. Por eso hay rasgos o escenas ampliadas.

Esta parte metodológica, importante y clara, ocupa casi la mitad de las 88 pp. de texto.

Luego sigue una breve, sucinta, y en general acertada explicación de los hechos, y las motivaciones de los actores, de la “semana” de pasión. Apenas presta atención nuestro autor a la razonable hipótesis de que la entrada en Jerusalén de Jesús no ocurriera en el “Domingo de ramos”, es decir unos cinco días antes de su muerte, sino en la Fiesta de los Tabernáculos en septiembre (heb. Sukkot).

Se pregunta y responde Fr. Bovon

• cómo Pilato formula sus acusaciones;

• discute si hubo o no sesiones del Sanedrín o juicio judíos;

• cómo fue y con qué fundamentos jurídicos se llevó a cabo la cognitio extra ordinem (juicio abreviado, pero perfectamente legal) por parte de Pilato;

• cómo se pueden localizar los lugares y tiempos de otras acciones de la Pasión (dada la brevedad del libro, no hay espacio para considerar la parte de enseñanza de Jesús, tan importante, en la “Semana de Pasión”, y

• muy brevemente discurre por las burlas, el camino de la cruz, la crucifixión en sí y la sepultura. No omita nada sustancial, pero el tratamiento es concentrado y quizás un tanto escaso..

La conclusión del libro está redactada más con ojos de teólogo cristiano que de historiador. Exculpa las acciones de los discípulos (“se sintieron desesperados, huyeron e incluso lo negaron”). Admitían que Jesús venía de Dios “pero lo conocían mal” (p. 79). Era necesaria la resurrección.

Se hace eco Bovon de la confesión de fe de Pedro, redactada por Lucas en Hch 2,32-33, que Jesús ha sido exaltado a la diestra de Dios después de su resurrección, y que en este punto

“El historiador tiene que entrar en diálogo con el teólogo cristiano, que ve cómo se realiza la irrupción de la nueva era, el paso de la antigua economía a la nueva, por la resurrección, históricamente indemostrable” (p. 80).


Es conceder bastante. En la próxima nota haremos algún comentario.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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