Pablo de Tarso en el texto de sus cartas

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

No todos los personajes de la Historia han dejado por escrito el relato de sus hechos y de su peripecia vital. Sin embargo, todos los que han dejado obras escritas de cualquier género literario han reflejado hasta cierto punto los perfiles de su persona, sus sentimientos, sus criterios, sus proyectos en medio de sus manifestaciones sobre los temas expuestos como doctrina o como respuesta. Pablo, persona de riquísimas lejanías espirituales, dejó para la posteridad cristiana un conjunto de cartas ocasionadas por su situación existencial.

Era un maestro de la fe, había sembrado la semilla de la palabra en numerosas comunidades, se consideraba responsable de la marcha de sus discípulos. Los conversos a la fe cristiana por medio de su ministerio lo consideraban una referencia obligada y una base inconmovible de plena garantía tanto por su palabra como por su conducta. “Sed imitadores míos”, reclamaba en sus escritos (1 Cor 4,16; Flp 3,17). Las cartas de Pablo suelen tener dos partes fundamentales, una de orden teórico, otra de orden práctico o de exhortación.

Pablo se presenta a sí mismo en sus cartas como siervo de Cristo y apóstol. En la carta a los romanos menciona a treinta y cuatro conocidos a los que envía saludos; en la misma carta los envía también de parte de ocho colaboradores. La 1 Cor contiene un extenso testimonio acerca de la resurrección de Jesús, conectada argumentalmente con la resurrección de los muertos. Presenta la doctrina como tradición recibida por él y por él transmitida. Cuando habla de los testigos que vieron al resucitado, se enumera como el último a la manera de un aborto (1 Cor 15,8), recordando una vez más que un día persiguió a la iglesia de Dios. Entre los colaboradores y amigos que envían saludos a los corintios, menciona a Áquila y Priscila, ya conocidos como anfitriones de Pablo y colegas de trabajo y profesión. Al final de la carta, supuestamente dictada, añade Pablo un saludo personal de su propia mano como garantía de autenticidad, como hace en varias del Corpus paulino de sus cartas. Puede comprobarse el detalle en 1 Cor 16,21; Gál 6,11; Col 4,18; 2 Tes 3,17; Fil 19. Pablo debía de tener una letra característica, cuando alude a su tamaño en Gál 6,11. En 2 Tes 3,17 escribe su autor, un discípulo del Apóstol: “El saludo es de mi mano, de Pablo: es la señal en todas mis cartas: Así escribo”. Aunque la realidad es que tal señal no aparece en todas.

La 2 Cor presenta una apología de su persona y de su misión con numerosos detalles conocidos ya por los Hechos de los Apóstoles. Vale la pena recoger la cita en su integridad porque en sus palabras abre Pablo de par en par su corazón en sintonía con lo que ya conocemos de su vida: “¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son semilla de Abrahán? También yo. ¿Son ministros de Cristo? Hablo al margen de la razón, mucho más yo. Más en trabajos, más en cárceles, mucho más en azotes, muchas veces en peligro de muerte, en peligros de ríos; cinco veces recibí de parte de los judíos cuarenta azotes menos uno, tres veces fui azotado con varas, una vez fui lapidado, tres veces padecí naufragio, una noche y un día pasé en el abismo del mar; muchas veces me vi en viajes, en peligros de ríos, en peligros de ladrones, en peligros de los de mi raza, en peligros de los gentiles, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, peligros entre los falsos hermanos, trabajo y miseria, en muchas vigilias, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez; y al margen de otras cosas, la preocupación de cada día, la solicitud por todas las iglesias. ¿Quién enferma, que yo no enferme? ¿Quién se escandaliza que yo no me consuma? Si es preciso gloriarse, me gloriaré en lo que se refiere a mi debilidad. Dios y Padre del Señor Jesús, que es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco el etnarca del rey Aretas puso guardias en la ciudad de los damascenos para apresarme, pero por una ventana en una espuerta fui descolgado por la muralla, con lo que escapé de sus manos” (2 Cor 11,22-32).

La carta a los gálatas, una de las consideradas como auténticas, es rica en datos personales. Puede consultarse la obra de A. Piñero, Guía para conocer el Nuevo Testamento, Madrid 2008, pp. 253ss. Sorprendido Pablo por el cambio de los gálatas, les recuerda el evangelio auténtico que les predicó. Una vez más vuelve a insistir en algo que debía de obsesionarle como era el hecho de que en un tiempo “perseguía con furia a la iglesia de Dios y la devastaba” (Gál 1,13). Sin embargo, su autoridad apostólica, como su persona, gozaba de todas las garantías. Los apóstoles, considerados como las columnas de la Iglesia, es decir, Santiago (el hermano del Señor), Cefas (Pedro) y Juan le ofrecieron la mano en señal de comunión (Gál 2,9).

Refiere con gran sinceridad el denominado “incidente de Antioquía” o encuentro un tanto violento con Pedro con motivo de las discrepancias en el modo de tratar la cuestión de los judaizantes (Gál 2,11). Pablo echó en cara a Pedro sus vacilaciones en el cumplimiento de la ley de Moisés, compartidas por algunos partidarios de Santiago. Dejaba claro que el hombre no se justifica ya por las obras de la Ley sino por la fe en Cristo Jesús.

Por las llamadas “Epístolas de la cautividad”, sabemos que Pablo se encontraba en prisión cuando las escribía. En la carta a los filipenses, escrita por Pablo en compañía de Timoteo, recuerda que lleva sus cadenas por Cristo. Se siente, además, lleno de gozo al comprobar qué grande es el afecto con que le distinguen los filipenses (Flp 4,10s). La carta a los colosenses, considerada como obra de un discípulo de Pablo, recomienda que se acuerden de las cadenas que Pablo debe llevar por su defensa de la causa de Cristo.

La epístola 1 Tes es la primera que Pablo escribió, anterior a cualquier documento del Nuevo Testamento. Se estima que debió de ser escrita hacia el año 50 o 51. En ella se percibe el sentimiento que tenían los primitivos cristianos de la cercanía del fin del mundo y de la parusía del Señor Jesús. La carta a Filemón es un escrito de recomendación al cristiano Filemón para que reciba y perdone a su esclavo Onésimo que había escapado de su amo. Pablo asume las deudas de la huida y pide la libertad para el fugitivo más por caridad que por justicia. Fue un tiempo su esclavo, ahora es su hermano en Cristo. Lo escribe y firma “con su propia mano” con saludos de cinco colaboradores.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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