El culto al soberano en Roma (II) (203-15)

Hoy escribe Antonio Piñero


La heroización/divinización se hizo -por lo visto- muy pronto algo común en ámbito romano. La prueba está en el comportamiento de Marco Tulio Cicerón que –hemos visto ya- había rechazado para sí honores divinos cuando era gobernador de Cilicia. Tras la muerte de Tulia, su amada hija, única, albergó la idea de hacerle un pequeño santuario que fuera accesible al público… eso suponía, al menos, una veneración especial, semirreligiosa, por la muerta, ala que creía, sin duda, transportada al ámbito de la divinidad.

Es cierto que luego Cicerón se distanció de la idea. Pero formuló la concepción de una posible “apoteosis” (divinización) de los humanos tras la muerte en un pasaje denominado “El Sueño de Escipión” (República 6, 13): los justos –sostiene Cicerón- viven una vida eterna y feliz en los cielos tras su muerte: los grandes personajes que han gobernado el estado, pueden volver –después de haberse marchado/muerto- de nuevo a la tierra (“palingenesia” o reencarnación), no se sabe si como mortales especiales o como dioses ambulantes por la tierra.

El gran poeta Virgilio, el autor de la Eneida, muy agradecido a Augusto --que le hizo recuperar una hacienda perdida tras la batalla de Filipos (en la que Marco Antonio y Augusto, entonces Octaviano, derrotaron a Bruto y Casio, los asesinos de Julio César: 42 a.C.)-- lo denomina “dios” amable y generoso (Égloga 1,6-8) En la Eneida (canto 6º, 791-793): Augusto es el “héroe, descendiente o vástago de dioses”.

Es notabilísima –y espero que conocida- la Égloga IV, cuya traducción tomo de mi libro Los Apocalipsis (Madrid, Editorial Edaf, 2006):

“Oh musas sicilianas, cantemos temas más elevados […]
Ya llega la edad última anunciada en los oráculos de la Sibila cumana,
ya comienza de nuevo una serie grandiosa de siglos,
ya regresa la Virgen (Astraea), ya vuelve el reinado de Saturno;
ya desciende de los cielos una nueva progenie.
Tú, oh casta Lucina, favorece al niño que va a nacer ahora,
con el cual concluirá por fin la época de hierro,
y por todo el mundo hará surgir una edad dorada.
Ya tu (hermano) Apolo reina.


Sí, contigo, en tu consulado, oh Polión, comenzará esta era esplendorosa
y en ella los grandes meses iniciarán su curso.
Bajo tu égida, si de nuestra maldad subsiste alguna huella, quedará eliminada;
y libre se verán las tierras de sus perpetuos temores.


Este niño recibirá una vida divina, y verá a los héroes
convivir junto con los dioses; y él mismo será visto entre ellos;
al orbe apaciguado (este niño) regirá con las paternas dotes.
Para ti, oh infante, producirá en primicias la tierra inculta
hiedras trepadoras, nardo y colocasias
entreveradas con sonriente acanto.
Por sí solas volverán entonces las cabrillas al redil, plenas
las ubres de leche, y los rebaños no temerán a los corpulentos leones;
tu propia cuna florecerá sin necesidad de cuidados fragantes flores;
perecerán las sierpes y las falaces hierbas, llenas de veneno;
por todas partes brotará el cinamomo asirio.


Mas cuando leer puedas las alabanzas de los héroes
y las hazañas de tu padre, y conocer puedas lo que es la virtud,
poco a poco amarillearán los campos con ondulantes espigas,
rojos racimos penderán de las incultas zarzas,
y las recias encinas destilarán rocío de miel […].


Mas apenas alcances la robustez de la viril edad,
el navegante se alejará del mar espontáneamente, y las leñosas naves
dejarán su tráfico: todo lo ofrecerá la tierra entera.
No sufrirán los campos los arados; ni la vid, la podadera;
y el robusto labrador desuncirá los bueyes de su yugo,
y no aprenderá la lana a teñirse con fingidos colores;
por sí mismo, el carnero en los prados mudará sus vellones
de encendida púrpura o amarillo azafrán;
por sí misma la escarlata vestirá a los corderos mientras pastan.


Corred siglos venturosos, dijeron a sus husos las Parcas,
de acuerdo con el fijo designio de los Hados.
Ya es llegado el tiempo: accede a los grandes honores,
¡oh cara estirpe de los dioses! Oh insigne vástago de Júpiter!
Mira cómo se agita el mundo sobre su pesado eje,
la tierra y el espacioso mar con el profundo cielo.
¡Mira cómo todo se regocija con el nuevo siglo que ha de llegar!”


Ese muchacho –sea quien fuere: un hijo de Asinio Polión, un descendiente de Augusto- es divino, mesiánico en sentido casi cristiano (¿conoció Virgilio textos egipcios o judíos apocalípticos?), aunque también es posible una lectura alegórica: la doncella podría ser Dike, la Justicia; el niño sería la Paz.

Lo más probable es que Virgilio estuviera cantando el nacimiento de una figura real futura, de la que se espera mucho, porque de algún modo está llena de la divinidad. En su obra las Geórgicas 1,24-42, habla Virgilio algo parecido de Augusto.

Misterioso poema éste de Virgilio cuyos secretos no podemos penetrar, pero que muestra, sin duda, que el mundo romano estaba también preparado para asumir la idea de un futuro salvador del mundo humano/divino…, aunque desde luego no se esperaba que viniera de los judíos. Y si de hecho vino… fue porque Pablo y sus epígonos se encargaron de mostrar que era judío, sí, pero un personaje divino de valor universal (el conocido paso, o salto teológico, de "mesías judío" a "salvador universal")

Seguiremos

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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