Julio César y Augusto. El culto al soberano en Roma (203- 16 )

Hoy escribe Antonio Piñero



Julio César y Augusto son las figuras decisivas en la implantación, sobre todo en el oriente mediterráneo del culto al Emperador. Su potencial de inicio y su evolución se ve bastante bien al considerar el desarrollo hasta la época de Domiciano (muerto en el 96).

Los investigadores alemanes (Klauck/Gesche) distinguen entre “Vergöttlichung”: atribución a un personaje de honores similares a los de los dioses, y “Vergottung”: declaración de que ese personaje es dios y está en el panteón de los dioses. En castellano no tenemos tal distinción. A falta de mejor sugerencia (si algún lector tiene una idea, la agradeceré) propondría tentativamente “divinización” y “humano ya deificado”.

En tiempos de Julio César (muerto en el 44 a.C.) todavía estamos en la primera fase, el primer concepto (divinización), pero lentamente se va pasando al segundo (ya deificado). Como ejemplo, leamos la siguiente inscripción de Éfeso del 48 a.C., en la que se agradece al dictador que hay hecho una rebaja de impuestos a la ciudad (¡siempre los benefactores!):

“Las ciudades de Asia y las comunidades honran a Gayo Julio, hijo de Gayo, Cesar, Pontifex Maximus, Imperator, dos veces cónsul, hijo de Ares y de Afrodita, dios parecido (en la tierra), y salvador universal (lit. común = griego koinón) del género humano”….


Otra inscripción, muy breve, de la ciudad de Demetrias, en Tesalia, Grecia del norte (¿año?; quizás tras la batalla de Farsalia, en la que Julio César derrota a Pompeyo, Magno, año 48 a.C.):


“A Gayo Julio César, dios”.



Los griegos tampoco distinguen bien en su lengua (lo que sí hace el latín) = entre “divus” (vergöttlich= ya deificado) y “deus” (vergott = dios). Lo cierto es que a Julio César, una vez deificado, se le atribuye míticamente lo mismo que a Demetrio Poliorcetes, una genealogía divina.

Esto ocurría en el Oriente; en Roma no era tan clara la cosa, pues había una tradición muy fuerte (desde la abolición total de la monarquía, allá en el siglo VII/VI) que generaba un odio casi innato contra todo aquel que se quisiera hacerse monarca absoluto y que deseara por ello equiparar en lo posible su poder al absoluto poder de los dioses.

Consecuente con estas ideas, Marco Tulio Cicerón, tras la muerte de Julio César, ataca a Marco Antonio (en sus luego famosas “Filípicas”)) que quiere continuar la tarea de su padre adoptivo, es decir, que aspira a constituir, naturalmente con su persona en el centro, una dictadura o monarquía absoluta en Roma, como principio más acorde con la unicidad divina teórica. Los ilustrados decían que en realidad sólo había una divinidad, adorada en sus distintos “modos” hacia fuera, hacie el universo, con diversos nombres; por tanto en la tierra, como reflejo de lo divino, debería haber una sola jefatura política; en esta idea hará hincapié especial la propaganda de Augusto) y con la posible falta de efectividad de un sistema de cónsules que se renovaban cada año.

Pero en Roma se había dado ya el paso de hecho y se le habían otorgado tales poderes a Julio César. No había para algunos marcha atrás en el sistema de estado, que equiparaba al dictador humano con la dictadura de los dioses:

• A Julio César se la había otorgado una estatua en el Templo de Quirino = Julio era = synnaós = “cohabitante del templo” con el dios Quirino;

• Se había nombrado un mes en su honor: “julio”;

• Se había establecido un sacerdocio también en su honor: el primer sacerdote fue Marco Antonio.

Suetonio (siglo II) (Vida de los doce Césares; Divus Julius, 76), afirma:

“Estos eran demasiados honores para un mortal”.



Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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