El dogma de la divinidad del faraón se transforma: teocracia identitaria y representativa (204 07)

Hoy escribe Antonio Piñero


Sabemos ya que el rey obra como portador de la esencia divina y como socio/pareja de una constelación real (hijo de Osiris/Amón/ Re = dioses diversos en principio y luego amalgamados). Pero según Jan Assman (en la obra que citamos al principio de esta serie), a medida que avanza la historia de Egipto va cambiando un tanto la idea de la divinidad del faraón.

La interpretación de la divinidad faraónica como participante de la esencia divina es lo que hace al faraón pareja de los dioses (hijo esencialmente). Pero ocurre que también la concepción de “hijo” va cambiando y se centra en sus funciones. Veámoslo más detenidamente:

• Al principio se entiende ante todo como al faraón como un ser que comparte la esencia divina con los dioses (concepción identitaria).

• Poco a poco se va pensando que lo que en verdad comparte el faraón con la divinidad no es tanto la esencia como la función. No se elimina la igualdad teórica de esencia. Ciertamente el faraón es hijo, no se duda. Pero se piensa que lo es porque ejerce como hijo porque es el que tiene los poderes divinos para ser “hijo” y actuar como hijo en representación terrena de los dioses (concepción representativa).

Esto puede explicar una contradicción aparente que afecta seriamente a la interpretación de cómo se pensaba la esencia del faraón y cómo se dibujaba su actuación. Ha sido Georges Posener, u[De la Divinité du Pahraon]u ("Sobre la divinidad del faraón"), Cahiers de ls Société Asiatique, Paris 1960, el que ha puesto numerosos ejemplos de esta contradicción. En resumen la tesis de este libro es la siguiente: el rey/faraón es dios, pero es diferente de los dioses en el espacio y en el tiempo; es más parecido a los animales sagrados que representan a la divinidad, pero que no son en sí la divinidad.

Posener llama la atención del lector en su libro que

• Por un lado, la representación de los monumentos egipcios se desprende la impresión absolutamente constante de una perfecta comunidad de esencia entre el monarca y los dioses. Cuando se observan y admiran y remiran los relieves que decoran los muros de los templos, se encuentra al rey siempre en compañía de los dioses. Las diosas lo amamantan; los dioses lo toman de la mano, lo sostienen, lo abrazan, siempre está mezclado con ellos; las leyendas que acompañan estas imágenes muestran las palabras que intercambian. El rey está en perpetua conversación con sus “padres” y sus “madres”. Está delante de ellos para cumplir los actos y ritos del culto. Nunca deja el faraón de estar con las divinidades y el mundo sobrenatural es su mundo normal.

• Pero, por otro lado, el rey depende de los dioses y se muestra en el arte y la literatura como sumiso a ellos y subordinado a ellos (es decir, los egipcios eran conscientes de la diferencia); el rey reza a los dioses; el rey obedece a los dioses..., etc.

Por tanto parece que lo que subyace en el fondo no es una concepción de igualdad de esencia (concepción identitaria) sino representativa: las actividades de los dioses y de los hombres tienen su punto de contacto en el faraón y se transforman en sus acciones propias.

Así se encuentra que todos los textos egipcios contienen afirmaciones extremas, laudatorias, de ese hecho de la identidad de esencia del faraón con la divinidad. Pero son afirmaciones teóricas, generales, panegíricas, virtuales. El rey tiene posibilidades absolutas de acción, pero son de carácter especulativo, y se concretan en pocas acciones prácticas (p. 47).

Georges Posener entre otros pone el siguiente ejemplo: a pesar de la declaración de la omnipotencia del faraón, la crecida del Río (Nilo; o bien depende de que el Río es como una divinidad: consideración tardía y crece pos sí solo) o mejor, casi siempre expresado así; la crecida del Río depende de los dioses. La función del rey se limita a obtener la benevolencia de los dioses para que esta crecida se produzca. El rey parece ser incapaz de producir los grandes prodigios de la naturaleza

El rey tampoco tiene facultades sobrenaturales: no cura las enfermedades ni tiene la omnisciencia.

El rey, fuera de los textos oficiales, tiene un gran papel en los cuentos populares que expresan el sentir de la gente en verdad. Los cuentos reconocen en el rey un hombre “normal”, desprovisto de sus virtudes oficiales, y despojado de lo esencial de sus dotes mitológicas: al final no queda en las narraciones populares más que la imagen prosaica de un potentado oriental (p. 102).


Seguiremos con esta interesante distinción entre concepción identitaria y representativa de la divinidad del faraón


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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