Un libro informado sobre el caso Marcial Maciel (VII)

Hoy escribe Fernando Bermejo

En posts anteriores señalamos que los primeros abusos constatados perpetrados por el protegido del beato Wojtyla y del venerable pontífice actual se remontan a los años 40. Sin embargo, no es solo el abuso sexual en lo que el gran Maciel brilló desde muy pronto. Hubo otro tipo de actividad, perpetrada en ocasiones también con engaños, en que el ínclito sacerdote sobresalió, y que explica en gran parte el afecto cómplice que por él sintieron muchos dignatarios eclesiásticos y la inmunidad de que gozó hasta su muerte: la captación de ingentes sumas de dinero para las arcas de la Iglesia.

A este respecto, no puedo sino recomendar a los lectores el capítulo 6º del libro de Fernando M. González, Los legionarios de Cristo. Testimonios y documentos inéditos. Se titula “Flora Barragán de Garza, el cultivo de una bienhechora”, y en él se narran los modos, más burdos o más sutiles, empleados por el fundador de los Legionarios (y que otros muchos eclesiásticos han empleado antes y después) para despojar a viudas ricas de sus fortunas, convenciéndolas de los extraordinarios beneficios espirituales que tales actos de caridad le depararían a su alma en el más allá. La señora Barragán comenzó a ser bienhechora de la legión en 1951 y siguió siéndolo durante varias décadas, financiando pequeñeces del estilo de la construcción del Instituto Cumbres en México y cosas por el estilo.

La sra. Barragán fue recibida, entre otros, ya por Monseñor Giovanni Battista Montini (el futuro Pablo VI), entonces sustituto de la Secretaría de Estado, que la animó a colaborar materialmente y que le dirigiría una carta, agradeciéndole de parte del augusto pontífice, Pío XII, la construcción mencionada, lo que le valió que el Papa le otorgara “de todo corazón una especial bendición apostólica”.

Una de las anécdotas reveladoras, que expresa el grado del engaño perpetrado, es el hecho de que en el archivo de la sra. Barragán se hallen dos cartas idénticas en cuanto al texto procedentes ambas supuestamente de Montini, aunque no idénticas en otros detalles. Una de las cartas tiene un encabezamiento en que figura el término “Segreteria di Stato”, lleva el número 328.275 y tiene el escudo papal. En la otra está escrito (erróneamente) “Segretaria (con “a” en vez de “e”) di Stato”, tiene el número 3.282.275 y carece del escudo papal. Como comenta irónicamente González, “¿Se trata, por casualidad, de un caso particular del conocido juego ‘encuentre las diferencias’?”. Otra carta de 1951, presuntamente procedente de la Segreteria di Stato, que se refiere en términos muy elogiosos a Maciel, contiene numerosas faltas de ortografía (varios testigos que fueron secretarios de Maciel han dado testimonio de sus notables faltas de ortografía).

No obstante, con triquiñuelas o sin ellas, Maciel logró obtener a lo largo de su dilatada vida enormes cantidades de dinero, de las que se beneficiarían no solo el propio Maciel y los Legionarios, sino también altos dignatarios eclesiásticos que, según numerosos testimonios, recibían pingües regalos. No en vano Ratzinger, como vimos en su momento, le dijo en 1999 al obispo mejicano Carlos Talavera que nada convenía hacer contra Maciel, no solo porque era tan afecto a Juan Pablo II, sino también porque había hecho “tanto bien a la Iglesia”. A estas alturas, ya sabemos en qué consiste ese “bien”.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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