Conclusión: la formación del canon del Antiguo Testamento (y II) (188-09)

Bandue nº 4 2010

Hoy escribe Antonio Piñero


Transcribo, como prometí, la conclusión del artículo de Julio Trebolle “Códigos y cánones. Literatura legal e historiográfica en el Antiguo Oriente y en la Biblia” ("Bandue" IV, pp. 241-263; conclusión pp. 260-261


“Los nuevos datos acerca de manuscritos bíblicos proporcionados por los textos de Qumrán “hacen más compleja la historia de la formación del canon bíblico, así como la transmisión del texto (fluido y variado) incluso de los libros de la Ley, de lo que cabía pensar hasta hace muy pocos años. Es preciso distinguir dos procesos y dos épocas.


“El primero fue el del reconocimiento de la autoridad de una serie de libros que más tarde entraron a formar parte de la lista definitiva de escritos canónicos. Este reconocimiento, que en cierta medida acompaña a los escritos desde sus propio orígenes, se hace manifiesto en el momento de una crisis decisiva, como fue la de la revuelta de los macabeos, entorno al año 164 a.C., cuando Judas Macabeo recogió los libros sagrados que Antíoco IV Epífanes había tratado de destruir, según se afirma en 1 Macabeos (1,56-57) y 2 Macabeos (2,14-15).

“Los Apócrifos del Antiguo Testamento, Filón de Alejandría, historiador Flavio Josefo y las fuentes cristianas dan cuenta de que las comunidades judías disponían, antes y después de la aparición del cristianismo, de un canon hebreo de escritos más reducido que el griego de la tradición cristiana.

“Sin embargo, aun cuando determinados grupos judíos, podían disponer ya en el siglo II a.C. de un canon de libros sagrados, éste podía no ser aceptado por otro grupo de judíos que no eran necesariamente sectarios o desviacionistas, pues todavía no existía un judaísmo normativo u ortodoxo que decidiera en ésta o en otras cuestiones. Entonces debatidas. Algunos grupos de los primero cristianos podían proceder de tales sectores judíos.

“El segundo proceso es el de la constitución de una lista de libros canónicos, con exclusión de los considerados hasta ese momento apócrifos o ‘exteriores’. Este proceso no culmina hasta después de la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C. Así pues, la línea divisoria que maraca un antes y un después en la historia del canon, al igual que en la del judaísmo, no parece haber sido tanto la de la restauración macabea, sino más bien la de la nueva restauración llevada a cabo por la corriente farisea a finales del siglo I y comienzos del II. D.C.

El proceso de formación literaria y editorial del núcleo de los libros bíblicos pudo haberse ultimado a mediados del siglo II a.C., pero la lista normativa y definitiva de los libros canónicos, con exclusión de los llamados apócrifos –lo que constituye un canon normativo— no llegó a establecerse hasta finales del siglo II, o al menos no quedaron zanjadas hasta esa época las dudas y controversias sobre la canonicidad de algunos e los libros incluidos en el propio canon.

“Hasta entonces existían colecciones de escritos a los que se reconocía autoridad como libros sagrados, pero no había, estrictamente hablando, un canon reconocido universalmente. El impulso estableció un canon definitivo provino de la corriente rabínica mayoritaria del momento, la cual tenía entre sus objetivos unificar el judaísmo y salir al paso de cualquier tentación que pudiera existir en otros grupos judíos de reconocer autoridad sagrada a los escritos del Nuevo Testamento, o a otros textos cristianos.

“También otras fuerzas contribuyeron a este proceso unificador, como la reacción frente a tendencias apocalípticas disgregadoras, la amenaza de aniquilación por parte del poder romano tras las dos revueltas judías y la decisión de poner fin a las disputas jaláquicas (en torno a cuestiones legales) o jurídicas, anteriores a la destrucción del Templo en el 70.

“Son muchas las cuestiones abiertas por los nuevos textos de Qumrán, en particular en lo que se refiere a la formación el canon bíblico del que los libros de la Ley constituyen su núcleo primero y más importante”.


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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