Estructura y contenido de los Hechos Apócrifos de Tomás (I)

Flautista


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho I (cc. 1-16): Tomás vendido a un mercader indio

Los HchTom, como obra conservada en su totalidad, empiezan su narración con la escena del sorteo de las tierras de misión entre los apóstoles. Ya hemos comentado que algunos autores, como A. Lipsius, opinan que las escenas del reparto de las tierras de la evangelización debían formar parte de todos los Hechos Apócrifos. La idea se cumple en estos HchTom. Pedro dirigía el sorteo, en el que a Judas Tomás, llamado Dídimo, le tocó en suerte el territorio de la India.

No recibió Tomás de buen talante el resultado del sorteo. Alegaba la debilidad de su cuerpo y su carácter de hebreo, poco propicio para sembrar la semilla de la fe entre los habitantes de la India. Se le apareció el mismo Señor para animarle a cumplir su suerte con la promesa de su presencia y su ayuda. Pero ni aun así se convenció de la necesidad de obedecer. A cualquier sitio antes que a la India, venía a decir.

El Señor recurrió a una medida excepcional. En el mercado se encontraba un mercader indio que buscaba un artesano para su rey Gundafor. El Señor se le hizo el encontradizo y entabló con él un contrato empezando por preguntarle si tenía intención de comprar un artesano. Ante su respuesta afirmativa, el Señor le dijo abiertamente que era dueño de un esclavo artesano al que quería vender. Acordaron el precio y los detalles que plasmaron en un recibo. El vendedor era Jesús, hijo de José el carpintero; el comprador era Abán, mercader del rey de la India; el siervo que era objeto de la compra-venta era Judas. En el recibo oficial, el nombre del siervo de Jesús era simplemente Judas. En la presentación del siervo vendido que hizo Jesús ante el comprador, Tomás guardó un silencio absoluto.

Viaje de Tomás. Boda de la hija del rey

Tomás aceptó por fin su destino con una sincera confesión: “Hágase tu voluntad”. Embarcó con su nuevo dueño, quien le preguntó acerca de sus especialidades. En madera se confesó preparado para toda clase de vehículos; en construcción dominaba la edificación de estelas, templos y palacios. Era justamente lo que el rey necesitaba, un artesano para la edificación de su palacio. Con viento favorable, arribaron a la ciudad real de Andrápolis. En aquellos días se celebraba la boda de la hija única del rey. Se había publicado la orden de que asistieran todos, ricos y pobres, libres y esclavos, extranjeros y nacionales. Abán comunicó a Tomás que debían acudir para no disgustar al rey.

El amo, como persona principal, se sentó en un lugar preferente. Tomás tomó asiento entre la gente que comía y bebía, mientras que él no probaba bocado. Los comensales se sintieron extrañados con la actitud de Tomás, que respondió a las preguntas con evasivas. Cuando hubieron comido y bebido, aportaron coronas y perfumes según la costumbre del país. El apóstol tomó unas gotas de perfume y se ungió cuidadosamente. Tomó luego la corona de mirto y flores, y se la colocó sobre la cabeza. Mientras tanto, había una flautista que pasaba entre los comensales tocando la flauta. Cuando llegó al lugar donde se sentaba Tomás, se mantuvo largo rato sonando su instrumento. Era de raza hebrea.

Tomás permanecía con los ojos fijos en el suelo, por lo que uno de los coperos le dio una bofetada. El apóstol, mirando al copero agresor, pronunció una especie de vaticinio en el sentido de que Dios perdonaría la ofensa en el otro mundo, pero en éste la mano ejecutora sería arrastrada por los perros. Estas palabras fueron dichas en hebreo, por lo que pasaron inadvertidas para los presentes, pero fueron comprendidas por la flautista.

Himno de la novia

Sin solución de continuidad, el texto refiere que el apóstol comenzó a entonar la canción de la Novia. El texto griego habla de la muchacha que es la hija de la luz, mientras que según la versión siríaca la hija de la luz es la Iglesia. El griego habla de los doce sirvientes, mencionados sin numerar en el siríaco. Esos sirvientes, según el griego, beben del vino que no produce sed; en el texto siríaco beben del agua de la vida. El himno termina en el griego con los sirvientes que “glorifican y entonan cantos con el Espíritu, el Padre de la Verdad y la Madre de la sabiduría”, mientras que en el siríaco todo termina con una doxología en sentido trinitario ortodoxo.

Como Tomás había cantado el himno en hebreo, nadie lo entendió excepto la flautista, de la que el relator cuenta que amaba al apóstol de manera especial, porque era de su raza y era el más hermoso de todos los presentes. La flautista dejó de tocar y se sentó frente a Tomás, que seguía con los ojos fijos en tierra. Se cumplió entonces el vaticinio del apóstol sobre el copero que lo había golpeado. Bajó a la fuente a sacar agua cuando fue atacado por un león, que lo mató y desgarró todos sus miembros. Los perros se apoderaron de diversos trozos; uno de ellos, de color negro, entró en el lugar del banquete portando en la boca la mano del copero. Los presentes quedaron estupefactos, pero la flautista rompió su instrumento y se postró a los pies de Tomás proclamando lo que le había oído decir sobre el detalle que acababan de contemplar.

La noticia de lo sucedido trascendió lo suficiente como para que llegara a oídos del rey. Deseoso el rey de la felicidad de su hija, pidió a Tomás que bendijera a la pareja de los recién casados. Después de algunas vacilaciones, provocadas porque el Señor no había revelado nada a su apóstol sobre el particular, el rey condujo a Tomás hasta la alcoba de la pareja. Allí pronunció Tomás una larga plegaria, que remató con la imposición de las manos sobre los recién casados. En su oración pedía para los jóvenes que les concediera lo que les fuera útil y provechoso. Los despidió diciéndoles “El Señor estará con vosotros” y se marchó.

Y llegó el problema. Porque cuando todos abandonaron la alcoba nupcial y el novio pretendió atraer hacia sí a la novia, descubrió que con ella estaba nada menos que el Señor Jesús en la apariencia de Tomás. El novio quedó sorprendido. Pero el Señor le explicó que no era Tomás, sino su hermano. Se sentó sobre la cama, hizo sentarse a los novios en sendos asientos y les dirigió una plática densa y prolija sobre la “sucia convivencia” del matrimonio y las ventajas de la vida vivida en castidad. Insistía el Señor en las pesadumbres y peligros de los hijos frente a la gloria que recibirán los que entren en la “cámara nupcial, llena de luz e inmortalidad” (c. 12,3).

Las palabras del Señor aparecido en la alcoba de los novios tuvieron un efecto de eficacia total. “Se abstuvieron de todo sucio deseo” y permanecieron toda la noche donde estaban. Cuando llegó la mañana, la inicial sorpresa de los padres se convirtió en indignación una vez que conocieron las causas de la situación. Quedaba claro que todo era fruto de la intervención del extranjero, al que se habían referido ambos novios en sus explicaciones. El rey rasgó sus vestiduras por el disgusto y ordenó buscar al responsable por toda la ciudad. Buscaron en la posada donde se alojaba, pero todo fue inútil, porque Tomás había zarpado y desembarcado en la India. La flautista estaba desolada porque había querido marchar con el apóstol, que no la quiso llevar consigo.

Flautista tocando su instrumento.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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