“Los monasterios paganos”. Huida de la ciudad en el mundo antiguo (405-01)

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Hoy escribe Antonio Piñero


Este libro, no muy abultado, bien editado aunque sin ostentación, con ilustraciones muy pertinentes, está llamado a servir para muchos de impulso para cambiar de paradigma: no fue la Iglesia cristiana la que inventó, ni mucho menos, el monaquismo, sino que lo recibió en herencia, lo modificó, al principio poco, y lo hizo más fuerte. Esa herencia procede tanto del mundo judío como, sobre todo, del ámbito de la filosofía y religiosidad grecorromana. Baste con pensar que ya en el siglo V a.C. florecían entre los griegos una suerte de "conventos", los pitagóricos, donde se combinaba la vida retirada con el cultivo de las ciencias, la filosofía y la espiritualidad.

El título indica el contenido esencial de este libro y reúne llamativamente dos términos normalmente antitéticos: los "monasterios", que desde el siglo IV comienzan a representar el modo de vida más consecuente con las ideas cristianas de la inutilidad de la materia y de la importancia de lo espiritual, y el "paganismo" que para muchos es símbolo de puro politeísmo y ética inexistente o muy relajada.

Su ficha es:

Dimas Fernández-Galiano, “Los monasterios paganos. La huida de la ciudad en el mundo antiguo”. Ediciones El Almendro, Córdoba, 2011, 344 pp. con ilustraciones y gráficos. ISBN: 978-84-8005-178-1.

El autor es un investigador independiente, más ligado a las campañas arqueológicas y a los museos y bibliotecas que a la docencia en la universidad (es conservador de museos por oposición). Tras doctorarse en Historia en la Universidad Complutense, estudió arqueología en varios países: Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos. Ha dirigido excavaciones arqueológicas sobre todo de ciudades y villas hispano romanas, entre las que quizás destaque la de Carranque. Aparte de sus publicaciones propias, tengo con él un libro colectivo editado en común, también en El Almendro: “Los manuscritos del Mar Muerto. Balance de hallazgos y de cuarenta años de estudios”, de 1994.

La obra presente es más que una historia de hechos, un trabajo de historia social y de las ideas, y se centra sobre todo en los grupos que condujeron una vida “monacal en la Antigüedad y en las circunstancias que los rodearon, circunstancias que contribuyeron notablemente a la consolidación de una vida retirada del “ruido mundanal” con notables consecuencias para la sociedad de su momento y la futura.

El libro se apoya en tres pilares fundamentales: los textos de autores clásicos; obras de los Padres de la Iglesia y los datos de la arqueología. El trabajo busca armonizar esos datos especialmente en el contexto del polémico y turbulento siglo IV d.C. , tomando como punto de partida la arqueología hispana, en especial las más importantes “villae” romanas de Hispania, que se conocen muy bien gracias a excelentes trabajos arqueológicos.

La convicción del autor es que tales villas no pueden explicarse satisfactoriamente como simples casas de amplios espacios, o como unidades de explotación agrícola, sino “cenáculos” filosóficos o religiosos, puntos de encuentro de una vida retirada del bullicio, el germen de futuras iglesias que nacen ya como conventos, “monasterios” con sus cementerios propios. Esta idea significa una revisión completa de las teoría sobre el uso de tales edificios y de lo que hacían sus usuarios.

Así pues, ofrece el autor una nueva interpretación de ciertas formas de vida colectiva en la antigüedad clásica tardía. La idea central es la defensa de que gran parte de la cultura y la religiosidad del Imperio Romano occidental sufrió un cierto rechazo y hastío por la vida urbana, que se hace muy notable en los siglos IV y V d.C.. Pero el autor defiende que este movimiento es más antiguo aún que el Imperio mismo y que se inicia en los mismos comienzos de las ciudades mediterráneas que supusieron en sí el germen de una vida más hacia el exterior y bulliciosa.

Los primeros capítulos estudian los precedentes: la experiencia de vida retirada en las ciudades griegas desde épocas antiguas hasta la época helenística, que comienza en el siglo IV a.C. Los últimos capítulos examinan las circunstancias que hicieron proliferar estos centros, una vez desaparecidas las ciudades estado griegas, absorbidas por el Imperio. Por tanto, el ámbito de estudio se extiende unos diez siglos (desde el VI a.C. al V d.C.), si bien la parte más importante se dedica a la historia de estas “villae” en el Imperio romano tardío, el que más influye en la confirmación del cristianismo consolidado como institución duradera en este mundo.

El libro es muy claro, está bien escrito y concede continuamente al lector materia de reflexión. Es realmente sugerente.

Mañana concluimos esta breve reseña con un repaso más amplio al contenido concreto.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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