Vida del apóstol Tomás según sus Hechos Apócrifos

Serpens


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho III (cc. 30-38): La serpiente parlante

El Señor comunicó en visión a Tomás que saliera de la ciudad hasta una distancia de dos millas. Allí descubrió a un joven hermoso tendido en el camino y muerto. Comprendió que aquel era el signo de la llamada del Señor, a quien interrogó en una sentida plegaria. Pero a las palabras de Tomás respondió una gran serpiente que salió de su hura, agitó la cabeza, golpeó la tierra con su cola y explicó al apóstol con gran voz los motivos de su actuación.

La serpiente había dado muerte al joven por razones demasiado humanas. El reptil se había enamorado de una hermosa mujer que moraba en la aldea cercana. La seguía y espiaba hasta que vio cómo un joven la besaba, mantenía relaciones íntimas con ella y hacía con ella otras acciones vergonzosas. No quiso actuar en ese momento para no molestar a la mujer, pero más tarde picó al joven y lo mató, en particular porque había realizado aquellas acciones en el día del Señor.

El apóstol preguntó a la serpiente acerca de su estirpe. La serpiente contó abundantes detalles sobre su raza. Entre otros detalles, decía ser pariente de la que rodea como un ceñidor el globo terráqueo y tiene la cola en la boca. Estos datos recuerdan lo que el libro gnóstico de Pistis Sofía escribe en su párrafo 126: “Soy un gran dragón con la cola en la boca, que se encuentra fuera del mundo y abraza el universo”. Aseguraba ser el que penetró en el paraíso y engañó a Eva; el que encendió a Caín para que matara a su hermano Abel; el que hizo brotar en la tierra espinas y abrojos; el que engañó a los ángeles para que engendraran de las mujeres hijos gigantescos; el que endureció el corazón del Faraón para que no dejara salir de Egipto al pueblo de Israel; el que hizo vagar por el desierto al pueblo de Dios y lo animó a construir el becerro de oro; el que movió el corazón de Herodes y el de Caifás para que acusaran a Jesús ante Pilato; el que inflamó a Judas para que entregara a Cristo a sus enemigos.

Tomás ordenó a la serpiente que guardara silencio, lo que hizo no sin protestas. Como protestó cuando el apóstol le ordenó que succionara el veneno que había inoculado en el joven. El difunto recuperó su color a medida que la serpiente succionaba el veneno. Por el contrario, la serpiente se inflamó, reventó y murió. En el lugar se abrió una hendidura donde se hundió la serpiente. Ambos textos presentan una larga alocución del joven resucitado con variadas reflexiones sobre su nueva situación. El apóstol le contesta pidiéndole fidelidad a las nuevas enseñanzas que ha aprendido y que lo llevarán al descanso y al reposo. No debe abandonar al que ha encontrado, le ha devuelto la vida y lo ha llenado de luz y esperanza (c. 35).

El apóstol, llevando al joven de la mano camino de la ciudad, le dedicó una larga exhortación proponiendo el abandono de lo temporal y efímero para conseguir los bienes duraderos y eternos. Dios suscita en el hombre fiel una confianza que lo llevará a la vida. Éstas y semejantes palabras pronunciaba Tomás cuando se congregó una gran multitud deseosa de escucharle. Viendo que muchos se subían en lugares elevados para verle mejor, el apóstol exhortó a sus oyentes a que imitaran ese gesto tratando de elevarse sobre una vida mediocre hacia una vida superior. Les pedía que superaran las conductas inútiles y creyeran en Cristo para poder huir del error y hallar la vida eterna, en la que el Señor Jesucristo será para sus fieles descanso de sus almas y médico de sus cuerpos (c. 37,3). La multitud que lo seguía prorrumpió en llanto y pidió a Tomás que intercediera por ellos ante Dios para que no tuviera en cuenta sus antiguos errores, cometidos cuando vivían en la ignorancia.

Hecho IV (cc. 39-41): Sobre el jumento

Se hallaba Tomás todavía de camino y hablaba a la multitud cuando llegó un pollino, se puso delante de él, abrió su boca ofreciéndose como cabalgadura al que saludaba como al mellizo de Cristo. También como mellizo de Cristo lo había reconocido la serpiente. Ahora el jumento, dotado también de lenguaje humano, comprendía no sólo su identidad, sino la eficacia de su magisterio. Reconocía que, convertido en esclavo, estaba comunicando a muchos la libertad. El animal le rogaba que se sentara sobre él hasta llegar a la ciudad. El apóstol respondió al alegato del jumento con una reflexión que terminaba con una referencia al Padre invisible, al Espíritu Santo y a la Madre de toda criatura. Como es fácil suponer, la versión siríaca omite la referencia gnóstica a la Madre. En su lugar, menciona al “Espíritu Santo que se cierne sobre todas las cosas creadas”.

Todos estaban estupefactos y esperaban con interés lo que Tomás pudiera responder al jumento. Se mantuvo un largo rato en silencio. Luego, mirando al cielo, preguntó al pollino quién era y de qué raza, pues las palabras que había pronunciado eran realmente asombrosas. El pollino respondió que era de la estirpe del que sirvió a Balaán y del que sirvió de cabalgadura al Señor en su entrada en Jerusalén. Ahora había venido para servir al apóstol Tomás y confirmar la fe de los presentes por el don de la palabra que enseguida iba a perder. Aunque Tomás se resistía a cabalgar sobre el pollino, el animal se lo suplicó tan reciamente que finalmente se subió el apóstol sobre el asnillo. Los que formaban la multitud corrían para ver en qué paraba el episodio.

Cuando llegaron a las puertas de la ciudad, bajó Tomás del asno a quien despidió diciendo: “Vete y deja que te cuiden allí donde estabas” (c. 41,1). Pero al punto el pollino cayó a los pies del apóstol y murió. Los presentes pidieron a Tomás que lo resucitara. El apóstol respondió que el que le había concedido el don de la palabra podía haber evitado que muriera. Luego Dios le había dado lo que más le convenía. Entonces cavaron una fosa en aquel mismo lugar, en la que enterraron al burro parlante.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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