Sobre la historicidad de Mt 10,23b. Observaciones ulteriores

Hoy escribe Fernando Bermejo

Dado que debo confesar que en ocasiones, lamentablemente, no me es posible responder a los comentarios de los lectores –por inteligentes y amables que sean–, aprovecho hoy mi turno para efectuar un par de observaciones sobre algunas preguntas al último texto que inserté en el blog.

De lo escrito la semana pasada espero resulte claro que no me he manifestado tajantemente a favor de la autenticidad del logion contenido en Mt 10, 23b. Por ello, me resulta razonable que haya quien se incline por lo contrario, como declara hacerlo algún amable lector. Por el momento, sin embargo, sigo inclinándome a considerar más probable su proveniencia jesuánica. En esta opción, me alegra hallarme en compañía de un autor creyente como es Dale C. Allison (a quien tengo por uno de los más competentes investigadores contemporáneos sobre la figura histórica de Jesús).

El dicho no presupone necesariamente la muerte de Jesús (como, por lo demás, tampoco la presupone –a diferencia de lo que a veces se afirma– Mc 14, 25). En este sentido, aunque a alguien le parezca “testamentario”, tal "parecer" no va más allá de una impresión subjetiva -como indica el propio lector que esgrime la objeción, al emplear el verbo "parecer"-.

Respecto a por qué poner en boca de Jesús una profecía fallida, la respuesta puede ser precisamente que el dicho había sido transmitido en la tradición, y que estaba tan bien establecido en ella que no podía ser eliminado fácilmente. La presencia del dicho a pesar de la dificultad que crea es lo que, en principio, aboga por su autenticidad. Lo mismo ocurre con otros dichos citados en mi anterior post.

En todo caso, el punto principal de mi texto no era solo mostrar que existen argumentos razonables (razonables, no -lo repito- definitivos) a favor de la autenticidad del dicho, sino también, y sobre todo, hacer reflexionar a los lectores sobre el hecho de que exegetas respetados (como v. gr. John P. Meier) se empeñan en convencernos de que Mt 10, 23b no es auténtico, a pesar de que existen argumentos razonables a favor de su autenticidad. Tal vehemencia parece corresponder no tanto al rigor científico, cuanto -como ocurre en otros casos con Meier (y con tantos otros) a la necesidad de conjurar la posibilidad de poner en boca de Jesús ciertas afirmaciones (que, en este caso, muestran las limitaciones cognoscitivas del predicador galileo de modo especialmente claro).

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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