Conclusión de la serie sobre los LXX - el uso cristiano de esta versión y los inicios del reconocimiento judío de su valor (408-15)

Hoy escribe Antonio Piñero


Por todo lo expuesto hasta el momento, el judaísmo oficial acabó rechazando con indignación esta versión al griego de su Biblia y sustituyendo la traducción de los LXX por una versión nueva al griego, extremadamente literal y hebraizante, que rompía conscientemente las normas más elementales de la gramática, sintaxis y estilo griegos con el deseo expreso de que no se introdujera en el nuevo vehículo lingüístico nada extraño a la mentalidad hebrea en la que se había plasmado la revelación. Recordemos lo que le dice el ángel revelador a Abrahán según el libro de los Jubileos, siglo II a.C.:

Y me dijo (al ángel) el señor Dios: “Ábrele la boca y los oídos, que entienda y hable la lengua clara”, pues había cesado de ser la lengua de los hombres desde el día de la confusión. Le abrí la boca, los oídos y los labios y comencé a hablar con él en hebreo, la lengua de la creación. Tomó Abrahán los libros de sus padres, que estaban escritos en hebreo, los recopió y comenzó a aprenderlos desde entonces. Yo (el ángel) le explicaba todo lo que le era inaccesible, y los aprendió en los seis meses invernales” (12,25-26 = Apócrifos del Antiguo Testamento II, p. 114).

Esta "traducción" nueva, tan absurda por su método a los ojos de hoy, que no es una verdadera traducción (se traducen conceptos, no palabras) sino una traslación casi mecánica), lleva el nombre de Áquila (hacia el 130 d.C.), y es el fruto más característico de la reacción contra la que se consideraba excesiva helenización del judaísmo alcanzada en Alejandría y de la que la versión de los LXX se había convertido en su máximo exponente.

La traducción de Áquila pretendía reemplazar a todas las restantes como única versión auténtica, pues se acomodaba total y literalmente al texto hebreo evolucionado —bastante diverso en muchos pasajes al más antiguo de los LXX— que se utilizaba desde finales del siglo I.

Esta tradición judaizante, por así llamarla, no nació, sin embargo de repente, a pesar del impulso que le otorgó la pujanza del cristianismo. Un siglo antes Áquila tuvo predecesores anónimos.

Los primeros intentos por revisar la versión de los LXX son ya contemporáneos a Filón de Alejandría (que muere hacia el 50 d.C.). Más adelante, en círculos rabínicos de Palestina se llevó a cabo un proceso de “recensión” (revisión y edición) que alcanzó sobre todo a aquellos libros o secciones de libros de la Biblia griega que mostraban diferencias considerables respecto al texto hebreo de los rabinos de finales del siglo I d. C.

Esta primera recensión rabínica, designada como “Kaige” ( “y ciertamente” en griego) por la característica de traducir el hebreo wegm como kaí ge) es fruto de la reacción farisea contra los judeohelenistas. A la postre, el judaísmo fariseo acabó ganando la partida al judaísmo helenístico de Alejan¬dría, especialmente tras la destrucción de Jerusalén y su templo en el año 70 d.C.

Muchos de los judíos “helenistas” pasaron a engrosar las filas de los cristianos. Filón y el judaísmo alejandrino, sospechosos de tendencias filopaganas o filocristianas, perdieron casi todo influjo en el judaísmo nacido en los siglos I y II de nuestra era tras los fracasos de las dos guerras judías contra Roma, y sus obras fueron conservadas sólo por los cristianos. La Biblia en griego quedó desde entonces casi como patrimonio exclusivo del cristianismo.

Pero hoy día los filólogos judíos han caído ya en la cuenta de que no pueden ignorar uno de sus grandes tesoros de la Antigüedad, utilísimo para conocer el judaísmo anterior, para interpretar mejor la Biblia hebra que ellos adoran a Cristo en todos los sentidos uno de los grandes monumentos literarios que nos ha legado la antigüedad helénica.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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